Argentina: La lucha continúa
|
Al toro por las astas
Osvaldo Bayer
El historiador anarquista pregunta porqué el gobierno argentino no ha
cuestionado el tema de los títulos de propiedad de las pampas increíblemente
fértiles e interminables
Es increíble la irracionalidad del mundo. Pero el hombre persiste. Sigue
rigiendo la ley del dinero. Más dinero, más poder. Así de sencillo. Por ejemplo,
que los alimentos del mundo estén en manos de un núcleo de personas surgidos en
su mayoría de los dueños de la tierra. En un mundo con limitaciones –y las
conocemos con respecto a las reacciones de la naturaleza y a eso que llaman la
bolsa y la ruleta de las acciones o las altas y bajas de las divisas– las
grandes líneas a seguir no las dictan los que defienden la vida a ultranza, ni
siquiera los políticos elegidos en las urnas, sino los que tienen el verdadero
poder.
Lo vemos actualmente en Europa. Hoy el diario Frankfurter Rundschau –lo
cito porque es un órgano que a veces, muy pocas veces, lástima, se atreve a
decir basta-, le dedica toda su tapa, toda, a denunciar la inhumana política
europea con respecto a los seres humanos del tercer y cuarto mundo que buscan
refugio en Europa, los denominados "ilegales", que llegan de todos los países
pobres. En la tapa de ese diario está en grandes letras la palabra Europa
atravesada con alambres de púa. Y luego, en letra pequeña, este párrafo: "Con
toda dureza, los estados europeos proceden contra los que buscan refugio. Europa
se comporta así como si sólo tuvieran derecho a una vida en dignidad los que
nacieron en el continente correcto. Cómo ese apartheid hace ricos a los nuevos
contrabandistas de personas, arroja cadáveres a las costas españolas y lleva a
que los chechenos perseguidos no encuentren protección, informamos en la edición
de hoy, el Día de los Refugiados".
Sí, Europa ha decidido hacer ya en un tono leguleyo lo que lleva a cabo Estados
Unidos en sus fronteras con los "latinos". Es el sistema. Esa Europa que
estableció después del "descubrimiento" la esclavitud y la explotación de sus
colonias africanas y americanas no se hace responsable por ello. Pero eso sí,
sigue aprovechando el comercio con las elites de esos países que dominan sus
economías y producen la pobreza, y por tanto la violencia.
Cuando uno lee las noticias de la Argentina, comprueba que la Sociedad Rural
acompañada por otras organizaciones, que en conjunto siguen siendo dueños y
señores de la tierra (algunos más, otros mucho menos, pero están juntos), hacen
un "paro" patronal. La tierra, que significa el pan, que no tendría que
pertenecer a nadie sino a todos, es de ellos. Esa tierra que tendría que ser de
todos, como la sombra de los árboles en verano, como los caminos, como los ríos,
como el derecho a la enseñanza, como el derecho a la salud. Causa hasta
vergüenza que ninguno de nuestros gobiernos haya ido a golpear a la puerta de la
Sociedad Rural y les haya preguntado: ¿de dónde tienen ustedes la tierra, quién
se las otorgó, cómo llegaron a ella? La pregunta que tendríamos que hacerles
todos a los estancieros, los latifundistas.
¿Cómo es posible que ningún Congreso nacional en toda su historia haya tratado
el tema de los títulos de la propiedad de las pampas increíblemente fértiles e
interminables o haya nombrado una comisión que estudiara a fondo cómo llegaron
esos señores a la posesión de tales extensiones? No, no se hizo nunca. Se aceptó
a libro cerrado esa historia terriblemente injusta y cruel. De eso no se habla.
Y todos concurrieron a inaugurar el monumento a Julio Argentino Roca, el que
dictaminó la muerte al "salvaje o bárbaro". Y cómo después va a comenzar el otro
capítulo, el de la explotación de los verdaderos trabajadores de la tierra, los
"peones en negro", como es habitual. Peones y sirvientas no entran por la puerta
del Derecho.
Es hora de llamarlos a rendir hoy cuentas de cómo sus antepasados obtuvieron
esas tierras. Sin ninguna duda, la mayoría fue después de la campaña de Roca,
con el exterminio de los habitantes originarios. Lo dice toda la documentación
histórica. Fue la Sociedad Rural presidida por José Martínez de Hoz –apellido
bien conocido por los argentinos– quien va a apoyar y promover la campaña de
Roca, por ejemplo, ofreciéndoles las "mejores caballadas" de los estancieros.
Después del genocidio se otorgaron más de 41 millones de hectáreas a 1843
estancieros, entre ellos a la familia Martínez de Hoz, que recibió nada menos
que 2.500.000 hectáreas. Y luego en la lista de beneficiarios estaban los
Anchorena, Leloir, Temperley, Atucha, Ramos Mejía, Miguens, Unzué, Llavallol,
Señorans, Martín y Omar, Real de Azúa, Luro, etc. Todos apellidos de la
"aristocracia" de la tierra. El general Roca se quedará con 65.000 hectáreas,
para "empezar", y se otorgarán otras 7.450.000 hectáreas a los militares autores
del genocidio.
Lo dice el propio Domingo Faustino Sarmiento, en el diario El Censor del 18.XII.1885,
textual: "Es necesario llamar a cuenta al presidente y a sus cómplices en estos
fraudes inauditos. El presidente Roca, haciendo caso omiso de la ley, cada
tantos días remite por camadas a las oficinas del Crédito Publico órdenes
directas, sin expedientes ni tramitaciones inútiles, para que suscriba a los
agraciados, que son siempre los mismos, centenares de leguas". Por eso, durante
la Década Infame, los conservadores levantaron el monumento a Roca en la
Diagonal Sur de la Capital. Y ahí estaban todos, en primera fila los miembros de
la Sociedad Rural. El mismo Roca aprobará la Concesión Grünbein, por la cual se
otorgaron miles de hectáreas en la Patagonia principalmente a ingleses
provenientes de las islas Malvinas. Que financiaron a los "cazadores de indios".
Una libra esterlina por par de orejas de tehuelches. La Sociedad Rural también
apoyó firmemente la represión de los peones rurales patagónicos en la matanza de
1921 para no hablar de su influencia en la política de los centros provinciales.
¿Cómo es posible que jamás en la Argentina se haya intentado una reforma
agraria? Seguimos aceptando un régimen que pertenece al medievo. Se tiene que
dictar una ley poniendo una valla a la posesión, un máximo de hectáreas y dar
preeminencia a las cooperativas de productores. Para ello, crear escuelas en
cada ciudad del interior de más de cincuenta mil habitantes sobre administración
del campo, ciencias agrícolas y ganaderas, para que los hijos de los
trabajadores de la tierra puedan ya ser los técnicos futuros del campo.
Nada se arregla ahora con bajar o subir las retenciones, sino que la única
solución es democratizar la posesión de la tierra. Y que sean esas mismas
cooperativas las que se encarguen de la comercialización de sus productos.
Es lamentable que la Federación Agraria, aquella del Grito de Alcorta, no haya
continuado su lucha de hace un siglo y que hoy busque como aliados a quienes
están en la vereda de enfrente. Me viene a la memoria el movimiento del campo
iniciado por integrantes de la Federación Agraria y apoyado por su diario La
Tierra, en febrero de 1975, en el gobierno de Isabel Perón. Las otras
organizaciones patronales del campo –Sociedad Rural, Coninagro y Confederaciones
Rurales Argentinas– repudiaron las acciones de protesta. También Carbap, a
través de su titular, Jorge Aguado, tuvo palabras muy duras contra el citado
movimiento. Más tarde, en septiembre, del mismo año, sí, la Federación Agraria
se plegó al movimiento de reivindicaciones de las Confederaciones Rurales
Argentinas, a la que pertenece Carbap. Por lo que el periódico El Auténtico
dirá: "La falta de una adecuada política económica tendiente a garantizar el
precio de las cosechas, que hace que los pequeños y medianos productores queden
a merced de los grandes monopolios exportadores, explica la decisión de la
Federación Agraria de plegarse a una huelga hegemonizada totalmente por la más
rancia oligarquía". Hace treinta y tres años.
El diario La Prensa, por supuesto, apoyó el movimiento de la oligarquía del
campo señalando que "De hecho, los gobiernos han mantenido una incoherencia
sistemática respecto de la agricultura... que puede expresarse como desprecio
por la merecida consideración de esa actividad productiva en el conjunto de los
intereses nacionales". Intereses nacionales.
La verdadera solución llegará cuando se lleve la verdadera democracia a la
tierra. Ni terratenientes ni siervos. Que la alimentación de las ciudades no
dependa de un triunvirato todopoderoso de los dueños de la tierra. Ojalá que la
Iglesia Católica tome como modelo al obispo Angelelli, aquel que dijo en el
púlpito, en ocasión de la muerte de un leñador y después de ver con sus propios
ojos cómo sus compañeros llevaban el cuerpo sin vida sobre los hombros y lo
enterraron así porque no les alcanzaba el dinero para comprar un ataúd: "En qué
país vivimos que ni siquiera los leñadores pueden lograr la madera que abrace y
contenga a sus seres queridos a la hora de la muerte".
Al día siguiente, Angelelli yacía sin vida tirado en el suelo de una tierra por
la que tanto luchó. Realidades constantes.