Argentina: La lucha continúa
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Propuestas frente a la crisis
GRR
Grupo de Reflexión Rural
En un nuevo aniversario de nuestra independencia: algunas propuestas frente a
la crisis.
La crisis en que está sumida la Argentina nos obliga a imaginar cómo salir del
modelo de la Soja. Este modelo colonial de monocultivos transgénicos implica
para nuestro país el rol asignado de producir forrajes, se inició con la
Democracia para procurar divisas con qué pagar la Deuda Externa. El modelo de
país productor de Soja RR responde a las corporaciones, a las necesidades de
Europa y de China, países que necesitan piensos, aceites y Agrocombustibles.
Este modelo ha llevado a la Nación al borde de su disolución: con una Justicia
desacreditada, con un Congreso sospechado e inoperante, con violencia en todas
las áreas de la vida ciudadana, inclusive en los ámbitos educativos. No poder
asociar el modelo de monocultivos con la concentración de la riqueza y con la
pérdida de valores comunitarios, es parte de la ceguera que han fomentado las
corporaciones granarias, junto con los Centros de Ciencia y Tecnología, y los
medios de comunicación masiva, en una clara y vasta maniobra de colonización
cultural para generar una burbuja que simule un crecimiento sostenible que se
nos hace confundir con desarrollo. Pero, no es tan sólo nuestra conciencia y el
tejido social lo que se daña… se están poniendo en gravísimo riesgo los suelos
de la Argentina. En las tierras más frágiles, como en las provincias de Salta,
Chaco y Santiago del Estero, este modelo ha provocado gigantescos colapsos
ambientales, siendo el deterioro del suelo, tanto como la devastación del monte
y del bosque, la causa de sucesivas inundaciones y sequías, acompañado con la
expulsión de poblaciones del campo, que han formado barrios de indigencia en
torno a las ciudades capitales de esas provincias.
La extensión de la frontera agrícola es, asimismo, la responsable directa de la
desaparición del Impenetrable en la provincia del Chaco y de la muerte de muchos
de sus pobladores por hambre, a la vez que la condena del resto a la indigencia
por ausencia total de recursos de los que vivir. Debemos decir además, que las
fumigaciones que acompañan los monocultivos, provocan gravísimos impactos en las
poblaciones, tales como la propagación de problemas respiratorios, afecciones en
la piel, malformaciones en recién nacidos, abortos y aumento en la incidencia de
casos de cáncer. Esta situación epidemiológica se extiende por todo el país,
donde existen cultivos de Soja, y las víctimas se hacen incontables,
particularmente entre niños y ancianos, en las localidades pequeñas y en las
periferias urbanas, en que la Soja ha reemplazado los tambos, las chacras de
producción de alimentos biodiversos, sanos y locales, así como los
emprendimientos de agricultura familiar, emprendimientos que en estos momentos
de acentuada crisis energética vuelven a ser altamente competitivos en la medida
que podrían reducir insumos.
Hemos denunciado esta situación desde hace años sin que los gobiernos
provinciales se den por enterados, ni hagan cumplir las leyes que prohíben que
los aerofumigadores sobrevuelen las zonas urbanas o que los aparatos fumigadores
se guarden y laven en las zonas urbanas de las localidades. Todo ello continúa
sucediendo, pese a las crecientes denuncias y el cúmulo de evidencias que
inculpan al glifosato, al 2.4D, al endosulfán, al paraquat, a la atrazina, los
piretroides, etc. de las gravísimo impactos en la salud que se evidencian.
Lamentablemente, las variables ambientales, en especial la consideración sobre
la preocupante desaparición del suelo o el peligro de una inminente
desertificación, tanto como la salud de las poblaciones, no están todavía
suficientemente instaladas en la agenda de la discusión campo/gobierno. Se
continúa discutiendo con exclusividad la gestión política del modelo de
sojización y el cómo distribuir las rentas que produce.
Lo que proponemos como GRR es, en carácter de urgente y ante la crisis mundial,
tanto energética como alimentaria, declarar, confirmar y garantizar, que el
Estado Argentino en sus diferentes niveles: nacionales, provinciales y
municipales, privilegie la producción de alimentos, antes que cualquier otro
emprendimiento por rentable que este sea. En tal sentido, sería importante que
se reduzcan a la mitad todos los fondos destinados a la investigación,
desarrollo y extensión de los agrocombustibles y el cincuenta por ciento
restante se destinara a la implementación y puesta en marcha de una serie de
medidas a nivel municipal que acoten el modelo de la Soja, y le pongan límites,
evitando que la expansión de la frontera agrícola o sea de la soja, avance sobre
la Patagonia y siga extendiéndose en las provincias como Santiago del Estero,
Salta, Formosa y Chaco, zonas en las que son numerosos los pequeños productores
algodoneros, campesinos y pastores de caprinos y yeguarizos, y donde existe
además, población aborigen. Proponemos asimismo, una política de precios sostén
para los cultivos que integran el patrimonio alimentario básico de la población,
recuperando las antiguas zonas de chacras y de quintas en torno a las
localidades y estableciendo, de esa manera, cinturones verdes que produzcan
alimentos frescos, proporcionen empleo y protejan a los vecinos de los impactos
de la agricultura industrial. Si a este plan de mínimas políticas agrarias le
sumamos la pasterización y la comercialización local de leche, la habilitación
generalizada de mataderos municipales y de ferias de productores bajo control de
los Estados Municipales, tendríamos al menos en marcha otro incipiente modelo de
país que nos aseguraría comenzar a retomar la Soberanía Alimentaria que
extraviamos en medio de la pesadilla de la Sojización compulsiva.
Por último, no podemos dejar de señalar que desde la época de Menem-Cavallo, la
frontera argentina permanece desguarnecida y sin mayores controles por parte del
Estado. Estamos, en realidad, lejos de saber qué se exporta, cuánto y por dónde.
Dependemos de declaraciones juradas de las Corporaciones. Carecemos de controles
mínimos aduaneros en los puertos privados. Buena parte de la economía de la Soja
está en negro y se ha vuelto un hecho cotidiano y normal que las empresas
defrauden al Estado. En última instancia, si se decidiera que continúen siendo
los exportadores quienes cobren los tributos o retenciones a los productores en
nombre del Estado, se les debería aplicar al menos las obligaciones pertinentes
y poner funcionarios probos y capacitados en las áreas, tanto de aduana como de
agricultura. Continuar con la situación actual de desprotección aduanera y de
falta de políticas agrícolas, resulta un escándalo inadmisible y configura un
delito de traición a la Patria. Más aún, porque se da la situación
contradictoria de que no existen políticas agrarias, pero si existen Políticas
de Estado para favorecer la exportación, subsidiar la producción de aceites y
agrocombustibles y mantener la hidrovía para servir las políticas de
corporaciones como Cargill. Lo mismo ocurre con el INTA, el SENASA y buena parte
del sistema nacional de Ciencia y Tecnología, incluyendo curriculas y programas
de investigación en las universidades. Si el discurso continúa inculpando a la
sojización de los males argentinos, sería digno y consecuente que esas
instituciones sean intervenidas y depuradas, dado que se las percibe
profundamente colonizadas por las empresas y totalmente comprometidas con el
modelo biotecnológico de la dependencia colonial.
Somos conscientes que estos apuntes, apenas si esbozan un proyecto de políticas
nacionales mínimas, aunque perfectamente factibles y sin mayores riesgos para la
gobernabilidad. Son políticas que permitirían poner un cierto orden en la actual
situación de descontrol y comenzar un camino que nos permita salir de la
confusión en que somos claramente abusados por las corporaciones exportadoras,
los pooles y el hegemónico complejo sojero aceitero, emparentado con el poder
político.