Argentina: La lucha continúa
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Argentina: inflación, agronegocios y crisis de gobernabilidad
Jorge Beinstein
Hacia mediados de Junio la confrontación entre el gobierno y las asociaciones
patronales del campo parecía haber llegado a un punto de ruptura total, pero no
fue así, pocos días después las aguas se calmaban. La presidente decidía
transferir al Parlamento la decisión final sobre los impuestos a la exportación
de productos agrícolas, es lo que esperaban los empresarios rurales para
levantar su lockout que empezaba a desgastarse rápidamente al igual que la
popularidad del gobierno. Fue el fin provisorio de más de cien días de
enfrentamiento luego de los cuales, como dicen ahora algunos politólogos,
"Argentina ya no es la misma". La imagen de la presidenta había llegado a un
nivel de deterioro solo comparable con el del ex presidente De la Rua en
diciembre de 2001, sus convocatorias a la movilización en apoyo al gobierno
habían enardecido en su contra a las clases altas y a sectores crecientes de las
clases medias. Por su parte los ruralistas habían extendido su influencia
unificando detrás de ellos al conjunto de la oposición de derecha y a vastos
sectores de las clases medias rurales y urbanas, en este último caso incluso a
grupos medios-bajos afectados por un proceso inflacionario que a lo largo de los
últimos meses ha deteriorado su nivel de vida. Sin embargo su radicalización los
llevaba a un callejón sin salida, especialmente en el caso de la pequeña
burguesía agraria prospera, una suerte de "nuevos ricos" furiosos ante
las cargas fiscales que enturbiaban sus expectativas de ganancias abundantes y
ascendentes. La intransigencia extremista a que habían llegado en sus exigencias
era de hecho una convocatoria al golpe de estado, en el pasado tal vez su deseo
se hubiera podido materializar, pero ahora, a un cuarto de siglo del fin de la
última dictadura militar, la capacidad de intervención de las Fuerzas Armadas es
casi nula, su degradación institucional y la lápida moral que pesa sobre ellas
llamada genocidio hace impracticable esa posibilidad. La otra alternativa
golpista era la de una pueblada de derecha (una suerte de 2001 al
revés) amplificada por los medios de comunicación y finalmente manipulada por un
sector del sistema institucional (judicial, parlamentario nacional, gobiernos
provinciales, etc.). Pero los dirigentes de las derechas política y rural no
estaban dispuestos a intentar semejante aventura, en primer lugar porque el
actual gobierno más allá de su imagen progresista ha respetado
integralmente al sistema neoliberal dominante heredado de los años 1990 y en
consecuencia núcleos decisivos del poder económico no apoyarían de ninguna
manera el desalojo de la presidenta. En segundo término porque ese hecho habría
abierto una suerte de caja de pandora, un desorden general que unido al más que
probable hundimiento de las clases populares acorraladas por el alza de los
precios de los alimentos podría haber generado una avalancha muy extendida de
protestas sociales. Y finalmente porque hacia mediados de junio pese a la
persistente agitación de los medios de comunicación la popularidad del derechazo
mostraba serios signos de deterioro, el alza de precios y la amenaza de
desabastecimiento comenzaban a producir reacciones hostiles hacia los ruralistas
provenientes de importantes sectores de las clases medias y bajas. Las
asociaciones tradicionales de la burguesía terrateniente como la Sociedad Rural
que a lo largo del conflicto habían mantenido un perfil relativamente moderado
presionaron con fuerza para desacelerar la protesta. Los nuevos ricos del mundo
agrario (pequeños y medianos rentistas y agricultores) fueron de hecho la masa
de maniobras del bando de los agronegocios, se creyeron sujeto de una
suerte de cruzada gaucha contra el "estado-ladrón" que les quería cobrar
tributos extraordinarios. Por debajo de las escarapelas y banderas patrias se
movía azuzada por las clases altas una clase media agraria mezquina que
pretendía apropiarse de una parte sustancial del botín de super ganancias del
negocio exportador.
Sin embargo sería un grueso error limitar el fenómeno a ese aspecto
socioeconómico, el abanico civil movilizado contra el gobierno fue mucho más
amplio, se extendió a las ciudades, cobró ímpetu en los grandes conglomerados
urbanos incorporando a importantes sectores medios la mayor parte de ellos sin
vínculos materiales directos con el mundo agrario.
Es cierto que en los barrios acomodados de Buenos Aires, por ejemplo, la
vanguardia de los cacerolazos fueron las "cacerolas de teflón" esgrimidas por
los ricos acompañados por nostálgicos de la última dictadura militar, pero el
movimiento se extendió a las zonas de clase media y fue visible la simpatía
despertada en sectores importantes de clase media urbana baja.
La desestabilización
Las movilizaciones promovidas por el gobierno se realizaron a fuerza de aparato,
el clima entre los trabajadores fue de apatía o indiferencia y en ciertos casos
de repudio no muy entusiasta a la derecha, el activismo pro gubernamental a
veces autocalificado como "anti oligárquico" fue claramente minoritario.
Un factor decisivo del ascenso opositor en las capas medias y de alejamiento
respecto del oficialismo en las clases bajas (donde la presidenta hizo su mejor
cosecha de votos en 2007) es la inflación que ha deteriorado rápidamente los
ingresos reales de los asalariados.
Actualmente la derecha política y su paraguas empresario señalan a la inflación
como el enemigo principal a combatir para lo cual vuelven a levantar las
tradicionales recetas neoliberales centradas en el llamado "enfriamiento de
la economía" alcanzado a través de la reducción del gasto público y del
freno a los salarios. El resultado sería un rápido incremento de la desocupación
y la precarización laboral y el achicamiento de la demanda de las clases bajas
pero no de los beneficios empresarios que se mantendrían o aumentarían gracias
al descenso de los costos salariales reales. Con menores gastos el Estado podría
preservar el superávit fiscal sin necesidad de aumentar los impuestos lo que
beneficiaría obviamente a empresarios y clases altas en general. Allí se detiene
la ofensiva liberal, porque según ellos el Estado debería seguir
interviniendo en el mercado cambiario acumulando dólares y sosteniendo así un
dólar artificialmente muy alto lo que permitiría mantener o aumentar los altos
ingresos en pesos de los exportadores industriales y agropecuarios. En este
esquema económico la gobernabilidad solo podría ser sostenida con dosis
crecientes de represión social y con la consolidación del bloque reaccionario
(clases altas y medias) tal como se ha ido conformando en los últimos meses.
Pero ambas condiciones son de muy difícil obtención, las bases populares han
cambiado mucho desde la década pasada, la experiencia de 2001-2002 marca un
punto de inflexión casi irreversible. Si se impone la opción neoliberal la
generalización y radicalización de las protestas populares conformaría un
panorama de alta turbulencia al que seguramente se incorporarían sectores
intermedios que afectados por la concentración de ingresos abandonarían sus
delirios elitistas para volver a mirar con simpatía a los de abajo.
Por su parte el gobierno trata desde hace algo más de un año de enfrentar la
inflación con medidas puntuales que no consiguen frenar el proceso. Desde el
ocultamiento de la realidad manipulando las estadísticas hasta los acuerdos de
precios sectoriales pasando por toda clase de negociaciones con grupos
empresarios y burocracias sindicales, fue desplegado un complicado juego
destinado ahuyentar el clima inflacionario preservando la alianza social y
mediática que había sido la base de la gobernabilidad desde 2003.
El gobierno temía que dicha alianza se rompiera desde abajo, desde el espacio de
los trabajadores debido a la persistente degradación de los salarios reales pero
se rompió por arriba, desde el mundo de los agronegocios, desde las capas
sociales más beneficiadas por la estrategia económica kirchnerista desatando una
ola reaccionaria cuya magnitud y radicalidad sorprendió a todos, al gobierno por
supuesto pero también a sus instigadores directos, los dirigentes empresarios
rurales.
La aplicación de impuestos o retenciones móviles a la exportaciones agrícolas,
que apuntan centralmente a las ventas externas de soja no constituyen una medida
fiscalista, el estado dispone de una amplia variedad de fuentes tributarias
alternativas y cuenta con un superávit fiscal considerable, su objetivo es el
sistema de precios, la inflación empujada por la repercusión interna del alza
internacional de los precios de los productos agrícolas. Midió muy mal las
posibles repercusiones de la medida pero ¿quien las midió bien?, ni los
dirigentes patronales agrarios, ni los medios de comunicación que los apoyan,
sospechaban la ola de protestas que se desataría y mucho menos la rápida
conformación de una masa social reaccionaria cuyo volumen y dinamismo no tiene
precedentes en el último medio siglo. Par encontrar algo parecido deberíamos
retroceder hasta 1955 cuando un enorme bloque de clases medias y altas apoyó
(impulsó) al golpe militar antiperonista, también en ese entonces como ahora
salpicado con brotes racistas contra los pobres.
Inflación, capitalismo realmente existente y agronegocios
El proceso inflacionario no es el resultado de un supuesto "recalentamiento"
económico sino de una combinación de factores internos y externos cuya
convergencia desborda tanto al oficialismo como a su oposición de derecha.
Desde el angulo de los costos productivos, la inflación internacional hizo subir
los precios de una amplia variedad de insumos importados, esa tendencia se vio
reforzada por la política de dólar alto en beneficio de los exportadores.
Pero un factor decisivo ha sido la carrera entre salarios y beneficios
empresarios. Tomando como base las estadísticas oficiales los salarios reales
cayeron en promedio un 30 % en 2002 y comenzaron a recuperarse al año siguiente,
hacia 2007 ya se encontraban casi en el nivel de 2001, antes del desplome, pero
eran todavía inferiores a los de mediados de los años 1990.
Tenemos que tomar en cuenta tendencias de largo plazo como las del crecimiento
de la tasa de desocupación y de la concentración de ingresos, las mismas fueron
avanzando lentamente desde mediados de los años 1950 a través de un movimiento
zigzagueante expresión de la puja entre los sindicatos y las empresas, el golpe
militar de 1976 aceleró su marcha que adquirió mayor velocidad en los años 1990.
En 2001-2002 se produjo el derrumbe de los salarios y del gasto público en
términos reales pero desde 2003 la recomposición económica produjo un gradual
incremento de la ocupación que creció cerca del 20 % entre 2003 y el primer
trimestre de 2007, de los salarios reales (crecieron algo más del 30 % en el
mismo período) y de la participación de los trabajadores en el Ingreso Nacional:
23 % en 2003 y 28 % a comienzos de 2007 aunque todavía inferior a la de 2001
próxima al 31 % , todo esto siguiendo las estadísticas oficiales (1). Es muy
probable que dichas estadísticas exageren las cifras positivas, además la
recomposición salarial fue muy despareja, sin embargo resulta evidente que entre
2003 y 2006, el período de gloria del kirchnerismo, las tres variables arriba
mencionadas aumentaron. Frente a ello el conjunto de la clase capitalista
aprovechó en una primera etapa los bajos salarios reales para acumular
beneficios festejando la expansión general de la demanda interna. Pero cuando
entre fines de 2006 y comienzos de 2007 los salarios reales comenzaron a
aproximarse a los niveles de 2001 los empresarios reaccionaron tratando de
revertir la situación; comerciantes, industriales, productores agropecuarios,
etc., fueron aumentando los precios de sus productos. Desde su punto de vista
los aumentos en los precios de insumos y de los salarios estaban comprimiendo
margenes de beneficios hasta niveles "inaceptables", para ellos 2001-2002
(al igual que 1976) marcaba un hito histórico irreversible.
La primera oleada inflacionaria fue suave y pudo ser absorbida por el conjunto
de la población (incluidos los asalariados) y las relativamente pequeñas
retracciones iniciales de la demanda en las clases bajas fue más que compensada
por incrementos paralelos en la demanda de las clases superiores. Más adelante
la reconcentración de ingresos (paralela al deterioro de los salarios reales)
impulso con mayor fuerza el fenómeno de "inflación de demanda" proveniente de
los sectores medios-superiores y altos.
El empujón final lo produjo la aceleración del alza de los precios
internacionales de los productos agrícolas repercutiendo sobre el sistema
interno de precios (y sobre las expectativas de superbeneficios en las clases
altas y medias del mundo rural).
Como ya lo señalé el gobierno cuyo negocio principal es la "gobernabilidad",
madre del poder político y de todos los negocios oficiales, reaccionó
tratando de imponer retenciones móviles a las exportaciones agrícolas partiendo
de la base de que sus precios futuros, en un horizonte previsible, serán cada
vez más altos. Fue a la vez una medida defensiva y preventiva que provocó el
amotinamiento ya conocido lo que a su vez aceleró el proceso inflacionario.
En uno de sus primeros discursos, al iniciarse la protesta rural, la presidenta
señaló estar "en contra de la lucha de clases", lo expresó como una
suerte de "principio doctrinario" irrenunciable; como lo estamos viendo
se podrá estar a favor o en contra pero la lucha de clases existe. El fundador
de su movimiento solía repetir hace varias décadas una y otra vez que "la
única verdad es la realidad", queda abierto el debate acerca de si se
trataba o no de un principio doctrinario o sobre el significado filosófico del
concepto de "realidad" , etc., pero no podrá negarse que constituía un
llamado a la sensatez y a la desacralización de fantasías irracionales, por
ejemplo (si nos situamos en la Argentina actual) la ilusión respecto de un
capitalismo armónico, estable, aunque subdesarrollado y crecientemente dominado
por los agronegocios (inmersos en una avalancha de superganancias especulativas)
y en medio de una formidable crisis global.
La larga marcha del parasitismo financiero
Los agronegocios aparecen hoy como la cabeza, el área más prospera del
capitalismo argentino, la agresividad de sus huestes, su tono autoritario ha
llevado a diversos grupos y comunicadores pro gubernamentales a calificar al
fenómeno de "renacimiento oligárquico", de resultado de la "reprimarización
económica", de retorno al viejo sistema agroexportador sobre el que la
aristocracia terrateniente colonial asentó su poder hace algo más de un siglo,
desplazado después por la industrialización y el primer peronismo.
Esa imagen oculta el carácter claramente "financiero" de los agronegocios
y en consecuencia su pertenencia al movimiento global de financierización
ascendente desde hace cuatro décadas que ha terminado por establecer su
hegemonía sobre la economía mundial. La masa total de fondos que circulan en sus
redes especulativas se aproxima a los mil millones de millones de dólares
(equivalente a casi 16 veces el Producto Bruto Mundial), solo los negocios con
los llamados "productos financieros derivados", registrados por el Banco
de Basilea, rondan los 600 millones de millones de dólares. Esta
hipertrofia parasitaria ha impuesto su sello subcultural a las más variadas
actividades productivas tanto en los países centrales como en los periféricos,
es una de las causas decisivas de la inflación internacional (cuyo pilar
fundamental es obviamente la explosión del precio del petróleo) y la principal
fuente nutricia de la depredación ambiental planetaria.
Dicha tendencia, expresión de decadencia civilizacional, atrapó a las sociedades
latinoamericanas hace ya mucho tiempo. El inicio de la declinación de la
economía argentina suele establecerse en el segundo lustro de los años 1970,
durante la dictadura militar, cuando emergió dominante el sector financiero como
cabeza de un sistema más vasto de actividades especulativas que fue dejando en
un segundo plano a los sectores productivos, principalmente la industria. Entre
1976 y 1981 el sector industrial creció apenas un 2% en términos reales,
mientras el financiero lo hizo en casi 150% (2).
En Argentina el nacimiento de la hegemonía financiera, que desde el comienzo
asumió formas mafiosas, apareció como resultado del agotamiento y descomposición
del proceso de industrialización (subdesarrollada) evidente desde fines de los
años 1960 cuya más alta expresión política fue el primer gobierno peronista
(1945-55). Dicho proceso nunca había podido superar el viejo esquema
agroexportador, con el que coexistió de manera inestable y confusa: dependía
para funcionar de las divisas de las exportaciones provenientes del sector
rural, lo que determinaba una debilidad estratégica fundamental en su inserción
internacional. Esto prosiguió hasta mediados de los 1970, en un contexto de
interminable sucesión de golpes y contragolpes de Estado y asociaciones
intersectoriales de las que participaban las transnacionales que iban ocupando
posiciones, los acreedores externos, los industriales más o menos
"nacionales", los intereses de la alta burguesía rural y comercial, los
sindicatos, etc., en una suerte de eterno "empate" donde ningún sector
conseguía prevalecer de manera durable. En los hechos se iba produciendo poco a
poco la recolonización del aparato económico argentino (a través de la deuda
externa, las inversiones extranjeras, el debilitamiento comercial) al mismo
tiempo que se concentraban los ingresos y se degradaba el Estado. Este retroceso
general debilitaba, quebraba una tras otra las zonas de protección económicas,
institucionales y sociales, transformando al capitalismo local en su conjunto.
La dictadura instalada en 1976 produjo un cambio cualitativo, marcado por la
avalancha especulativa, la caída salarial y la apertura importadora salvaje,
coincidente desde la especificidad periférica argentina con el proceso global de
dominación financiera.
El predominio de los agronegocios debe ser visto en consecuencia como la
resultante (la más reciente degeneración socioeconómica nacional) de ese
movimiento externo-interno, la dinámica del mundo rural argentino de hoy es
inexplicable sin la introducción de términos como "pool de siembra", "fondo
fiduciaro" o "rentista rural". Por otra parte su auge es el producto del alza
acelerada de los precios internacionales de los productos agrícolas: componente
de la crisis mundial del capitalismo, resultado del agotamiento tecnológico de
la modernización agrícola convertida en mega depredadora de recursos naturales,
generadora de hambrunas en vastas zonas subdesarrolladas, desestabilizadora de
economías centrales y periféricas.
De todos modos la "cultura financiera" de los centros dinámicos del
sistema rural argentino no significa la presencia de una "nueva burguesía"
borrando por completo las viejas raíces oligárquicas. El proceso histórico
ha sido mas complejo, las antiguas clases dominantes agrarias fueron mutando en
las últimas décadas, sobre todo desde los 1990, algunos sectores desapareciendo
del escenario, otros adaptándose con dificultades y finalmente los ganadores
incorporándose de manera plena a los nuevos tiempos, asociándose con los recién
llegados por lo general especuladores, estructuras financieras locales y
transnacionales (en numerosos casos es casi imposible diferenciar estas dos
últimas categorías). Hoy cuando observamos a la élite dirigente de la economía
agraria encontramos viejos apellidos de la aristocracia rural combinados con
personajes surgidos de los negocios rápidos de la era neoliberal, grupos
financieros globales, etc. A este proceso de "financierización" han ingresado
amplias capas de la clase media agraria en tanto socias de los nuevos
emprendimientos o como rentistas.
Por otra parte no deberíamos oponer de manera esquemática los nuevos
comportamientos a la antigua cultura "oligárquica", muchas veces señalada
erróneamente como "poco-capitalista", "atrasada" desde el punto de
vista del desarrollo burgués. Desde sus orígenes en el siglo XIX la élite
pampeana estuvo impregnada de una gran dinámica comercial-financiera, su
carácter colonial le otorgó una identidad "internacional" (pro europea),
diversificó sus negocios en el área urbana donde por lo general residía, etc.
En consecuencia su última mutación hacia los agronegocios de alta tecnología no
significó el ingreso a un mundo totalmente nuevo sino más bien el salto
cualitativo de procesos recientes y también de otros muy lejanos en el tiempo.
Crisis de gobernabilidad
La economía mundial, con centro en los Estados Unidos, va ingresando en una
situación caracterizada por la combinación de inflación y desaceleración
productiva. El desorden inflacionario global llegó para quedarse seguramente
durante mucho tiempo, acunado por la hipertrofia financiera, empujado por el
alza incesante de los precios del petróleo, los alimentos y la commodities en
general.
Los agronegocios actuales son entre otras cosas "negocios inflacionarios",
impulsados por (e impulsando) corridas especulativas internacionales (e
intranacionales), golpes de mano y operaciones de corto plazo en procura de
superganancias, acumulaciones veloces de liquidez destinada a ser reinvertida en
ese rubro o en otros. La depredación de todo lo que se les cruza en el camino
(recursos naturales, estructuras sociales, etc.) es una componente esencial de
su comportamiento. En el caso específico argentino es posible afirmar que el
clima cultural prevaleciente a comienzos de esta década (bien abonado por el
período menemista) estaba perfectamente preparado para esa avalancha capitalista
global, el gobierno de los Kirchner ahora victima del fenómeno lo alentó desde
su llegada porque lo consideró un factor decisivo de la "prosperidad
económica" que aseguraba la estabilidad institucional. Los records de
exportaciones agrícolas (es decir el ascenso triunfal de los agronegocios) era
presentado desde el oficialismo como ejemplo de éxito empresario de la nueva
Argentina donde la acumulación de reservas dolarizadas, las altas tasas de
crecimiento del PBI y el enriquecimiento de los poderosos solían ser asociadas a
la integración social, la recuperación de salarios y empleos y la consolidación
de la convivencia republicana.
Al parecer el "progresismo" había por fin encontrado la fórmula de la
cuadratura del círculo: subdesarrollo capitalista prospero con inclusión de los
de abajo y democracia representativa. Pero la fiesta duró menos de un lustro,
los agronegocios fueron acumulando poder económico, mediático y político y en el
primer semestre de 2008 ya estuvieron en condiciones de exponer su poderío y
avanzar hacia una super concentración de ingresos.
Al hacerlo deterioraron gravemente no solo a la gobernabilidad progresista sino
a la gobernabilidad en general: la inflación descontrolada y la irrupción de una
masa social reaccionaria muy agresiva y extendida con claros brotes
protofascistas puso al desnudo la debilidad del régimen político, su
insuficiente legitimidad. De manera aparentemente "inesperada" ha comenzado la
enésima de crisis de gobernabilidad de la historia argentina, la misma no ha
sido originada por el derrumbe económico sino por la prosperidad (agroexportadora),
su contexto internacional esta sobredeterminado por la crisis estanflacionaria
global, la burguesía ganadora que la ha desatado difícilmente podrá transformar
su dominio económico en un sistema integral y durable de control político de la
sociedad, su ascenso es desestabilizante. De todos modos no parece preocuparle
demasiado el futuro en general y mucho menos el futuro de la "democracia"
virtual argentina, su obsesión es acumular grandes beneficios lo más rápido
posible, su mundo es el del corto plazo y se corresponde con la vorágine
nihilista de los centros financieros del planeta.
Mientras tanto el gobierno y la totalidad de los grandes medios de comunicación
insisten en que Argentina se encuentra ante "una gran oportunidad" para
enriquecerse gracias al ascenso vertiginoso de los precios de los alimentos, el
hecho de que el mismo sumerja en el hambre a centenares de millones de seres
humanos no parece motivar en ellos ninguna reacción ética. Su pequeña "racionalidad"
amoral les impide percibir desde una visión racional más amplia la catástrofe
hacia la que se encaminan mientras contabilizan sus ganancias extraordinarias,
al zambullirse en el mar turbulento del área más inestable de la economía
mundial con sus precios zigzagueantes y sus estampidas financieras.
jorgebeinstein@yahoo.com
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(1), Eduardo M. Basualdo, "La distribución del ingreso en la Argentina y sus
condiciones estructurales", Memoria Anual 2008, Centro de Estudios Legales y
Sociales, Argentina.
(2), Jorge Beinstein, "Crisis de régimen en Argentina. Pujas internas en la
dirigencia, descontento social", Le Monde Diplomatique, "el diplo", número 22,
abril 2001.