Argentina: La lucha continúa
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Trabajo rural infantil en Argentina
La injusticia que perdura
"Desde muy pequeña mis hermanos y yo migrábamos a Tucumán, a las cosechas
de la caña de azúcar. La familia entera trabajaba para que la paga fuera mejor.
Recuerdo lo infelices que éramos todos". Motivado por el 12 de junio, Día
Mundial contra el Trabajo Infantil, el Servicio de Noticias de la Mujer de
Latinoamérica y Caribe (SEMlac) realizó un dossier sobre la situación en el
continente. Reproducimos la nota referida al trabajo rural de niños/as en
Argentina. Adjuntamos, además, el dossier completo.
Enredando
Este es el relato de Ely, una mujer de 60 años que, durante toda su
infancia, migró junto a sus padres desde la provincia de Santiago del Estero,
1.200 kilómetros al norte de Capital Federal, hacia las zafras del Tucumán.
Estos recuerdos se remontan a casi medio siglo atrás; sin embargo, podrían ser
actuales, ya que el trabajo rural infantil aún es un componente de la vida del
campo argentino. La secretaria de Igualdad de Oportunidades y Género de UATRE
(Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores), Carolina Llanos, define
a SEMlac que "el trabajo infantil es aquel al cual se somete a los niños y niñas
menores de la edad mínima requerida por la legislación nacional vigente (14 años
de edad), a realizar tareas remuneradas o no, durante un gran número de horas
diarias, en forma sistemática, bajo condiciones perjudiciales". Esta
problemática se ha naturalizado tanto que, para muchos, es casi una cuestión
cultural. La socióloga Susana Aparicio realizó un estudio que refleja que 13,3
por ciento de los menores que realizan trabajo rural tiene entre cinco y nueve
años; mientras que 29, 6 por ciento corresponde a la franja de 10 a 13 años.
Según un estudio de la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo
Infantil (CONAETI), hay alta concentración de trabajo infantil en las provincias
Chaco, Tucumán, Misiones y Mendoza. Allí se emplean menores en los cultivos y
las cosechas de tabaco, yerba mate, algodón, cítricos, té, hortalizas, arroz,
frutas, soja, entre otras. En la zona noroeste de Argentina existen los períodos
de cosechas de cítricos, tabaco, caña de azúcar y se calcula que allí están
194.000 infantes explotados laborablemente. Muchos de ellos lo hacen como parte
de una economía familiar y otros contribuyen con su esfuerzo para incrementar la
remuneración de sus padres, que reciben pago a destajo. Estos menores se suman a
una estadística total de América Latina y el Caribe, donde cerca de 20 millones
de chicos son explotados laboralmente en diferentes áreas. Muchas de estas
cosechas y cultivos abarcan parte del período lectivo, lo cual implica una gran
deserción escolar, pues el trabajo durante la niñez hace que la escuela se
convierta en otro esfuerzo imposible de realizar. Un sondeo realizado por la
CONAETI, junto a la OIT y UNICEF reflejó que 10 por ciento de los muchachos más
pequeños que trabajan en el ámbito rural no van a la escuela, y que la ha dejado
62 por ciento de los adolescentes. Además, las condiciones en las que estos
menores desarrollan las labores son altamente riesgosas, ya sea por inclemencias
climáticas o por otros factores externos. "Entre las consecuencias más nefastas,
está la intoxicación debido al uso de agroquímicos entre quienes trabajan en la
fruticultura, tabaco, té y yerba mate, en el noroeste y noreste argentino",
manifiesta Carolina Llanos. Esta profesional afirma que la exigencia de este
tipo de trabajo muchas veces trae aparejadas afecciones en los cartílagos y en
las articulaciones, que están en proceso de desarrollo. "Se ha comprobado la
existencia de daños en el sistema músculo esquelético, dado que ni los músculos
ni los huesos han completado su crecimiento hasta los 18 años en las mujeres y
21 años para lo varones". Hace un tiempo, la opinión pública se estremecía al
conocer la situación en el norte de Santa Fe, donde los menores son utilizados
como "banderas" para la demarcación de áreas de fumigación, la cual se realiza a
través de pequeños aviones, llamados "mosquitos". Esta es otra de las prácticas
comunes del trabajo rural infantil. Esa mala costumbre hace que los menores
soporten una nube de plaguicidas e insecticidas. El relato de un niño en esa
situación fue reproducido por la ONG Pelota de Trapo: "Tiran insecticidas y mata
yuyos que tienen un olor fortísimo. Cuando hay viento en contra, nos da la nube
y nos moja toda la cara. Trabajamos desde que sale el sol hasta la nochecita".
El peligro de ignorar esta realidad es desconocer que los plaguicidas son la
causa más frecuente de muerte de los menores de las zonas rurales, incluso más
que las enfermedades infantiles consideradas en su conjunto. Una cuestión
arraigada en la cultura "!Machito como el padre!", dice el Rogelio cuando mira
con orgullo el esfuerzo de su hijo Martín, al cargar la caña. La costumbre,
trasmitida de generación en generación, ha convertido a estas labores en parte
de la cultura rural. Según relata la representare de UATRE, "las condiciones de
pobreza en que viven muchas familias, la precariedad laboral e ilegalidad,
sumadas al hecho de que la satisfacción de los requerimientos de la vida
cotidiana exigen grandes esfuerzos, obligan a las familias a recurrir al trabajo
de todos sus integrantes". "Uno de los emergentes –continúa Llanos- sobre el que
se pone especial énfasis es la existencia, por parte de la sociedad rural en
general y de los padres en particular, de una valorización positiva del trabajo
de los niños y niñas como una manera más óptima y mejor para la iniciación de un
aprendizaje más eficaz, sosteniendo al trabajo a temprana edad como instrumento
socializador." Aquella infelicidad, esta infelicidad Todos los niños tienen
derecho a una infancia feliz, dicen. Pero a veces la adversidad pega y pega,
hasta naturalizarse. Escoger el relato de Ely sirve como muestra de esta
injusticia. Cinco años pasaron desde que esta corresponsal habló con ella. Y la
dureza de su relato podría llevar a cualquiera a golpear las puertas de las
instituciones para que las leyes se cumplan, para que la infancia goce de sus
derechos. "Infelices éramos todos", es la frase que Ely utilizó para resumir su
situación. Ella ayudaba a sus padres, le parecía y le parece normal. Quizás por
esto olvida, por ejemplo, que no pudo terminar su escuela primaria; que las
viviendas donde habitaba en época de zafra eran precarias y que "las noches eran
tan frías que sentía cobardía para salir al baño (que estaba en medio del
campo). Entonces me dormía esperando que saliera el sol, pero en las mañanas me
despertaba mojada con mi orina". Aún existen muchas niñas y niños que sufren de
esta manera, y todavía el Estado tiene una deuda que se hace esperar para
terminar con esta inhumana situación. (fin/semlac/08/nl/la/palabras/caracteres)
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