Argentina: La lucha continúa
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Qué arreglar?
Eduardo Aliverti
Hay dos grandes maneras de mirar para delante, que es lo que todo el mundo
exige en torno de este choque no insólito pero sí inédito que vive el país. Una
es pensar que las cosas se van a arreglar, y la otra es que no.
Pero podría haber una tercera: que pasen las dos cosas a la vez.
El Gobierno formalizó aquello que todos sabían desde el comienzo porque, con
seriedad, nadie podía suponer que se suicidaría políticamente aceptando las
condiciones demandadas por los ruralistas. Se informó qué se hará con la plata
excedente de las retenciones tomando como base, en ligera síntesis, el piso que
los gauchócratas querían bajar. A partir de ahí puede discutirse y cuestionarse
todo lo que se quiera: que suena a tomadura de pelo haberse acordado recién
ahora de notificar el destino del dinero; que la cifra en juego es una porción
muy pequeña del presupuesto nacional y que no se requería de retenciones móviles
para anunciar nuevos hospitales, viviendas y rutas; que no tiene respuesta
oficial la pregunta de qué sucederá en caso de que baje la cotización
internacional de cereales y oleaginosas, siendo que en esa hipótesis el dinero
no estaría.
Puede debatirse todo eso y bastante más, pero el punto concreto es que los
anuncios dejan a las retenciones extraordinarias como hecho consumado e
irreversible. Así movió el Gobierno y así es que los campestres tomaron nota
oficial de que su exigencia de máxima, virtualmente exclusiva, no tiene
concreción posible. Quedaron encerrados entre eso y la impopularidad de volver
al paro, lockout o como quiera llamársele a seguir trabajando tranquera adentro
y para afuera cortar rutas, o no despachar mercadería, o mermar su entrega o
subirse a las tribunas para denominar "patria" a sus hectáreas propias o
arrendadas. Como sea que eso se llame, los campestres ya cansaron tanto como la
sucesión de errores gubernamentales y no tienen plafond de largo aliento, en las
grandes urbes, para sus medidas de acción directa.
Esta es una reproducción, pero vestida de gaucho, de algunas de las condiciones
que generaron 2001/02. Hoy no son los ahorristas porteños unidos por fuerza
circunstancial a las calderas tribales del conurbano bonaerense (que alguna
izquierda políticamente analfabeta insiste en llamar "argentinazo"). Son
sectores de las nuevas clases medias sojizadas de las poblaciones chicas y
medianas de la Pampa Húmeda, que se toman el vermucito en el centro del pueblo y
putean contra los políticos de Buenos Aires o contra estos zurdos de mierda que
están en el Gobierno; juntados, estímulo mediático mediante, con el tilingaje de
las ciudades principales.
Esas cosas siempre están como elementos de la puja por el ingreso, ahora con el
agregado de este nuevo sujeto social que influye al centro desde la periferia y
no al revés. Esa cosa se despierta cada tanto, como un volcán.
Y podría no tener arreglo, porque tenerlo supondría contar con un liderazgo
político contenedor de las expectativas de consumo de las clases medias urbanas,
que son las que, amplificadas por el coro de los medios, fijan el patrón de
humor social. La coyuntura produce angustia intelectual acerca de cómo se saldrá
de ella, además de que ya resulta sospechoso el nivel de crispación y violencia
crecientes con que actúan los campestres.
¿Qué están buscando? ¿Provocar represión para subir la apuesta? ¿Y qué, si
tampoco disponen de una oposición política que pudiera vehiculizar un golpe
institucional? ¿Qué van a hacer, seguir amarrocando en sus campos sin
comercializar hasta cuándo, con qué objetivo? En algún momento, más tarde o más
temprano, estos gauchócratas desaforados no podrán resistir porque el clima
social terminará de volvérseles adverso por completo. De modo que eso tendrá
solución de alguna manera. Pero el daño generado ya es inmenso si se lo mide por
las consecuencias de haber dejado un país exasperado, a punto caramelo para que
nuevas reivindicaciones del sector se conviertan en polvorines que acentuarán
una atmósfera de convulsión permanente.
Si está claro que éste no es un Gobierno revolucionario, ni mucho menos, que
dejó correr el modelo de sojización, que continuó apostando a la concentración
de la economía en pocas manos y que dispone casi sólo de la extracción
agropecuaria como proyecto de producción y recaudación, más claro está todavía
que, sin embargo, la pieza que movió con el aumento de las retenciones afectó
intereses incapaces de construir nada, pero aptos para destruir mucho. Ahora ya
está y hay que ir por más, alcanzando a las cadenas de comercialización y a la
fiesta de la minería, entre otros aspectos, porque además eso implicaría mostrar
la proyección de que no solamente es "el campo" el que sostiene la base de
sustentación. Si la réplica apuntara que eso significa abrir nuevos focos de
conflicto, la respuesta insistirá con que ya están abiertos o latentes a partir
de que tampoco es sostenible construir un modelo más inclusivo, dependiendo
únicamente del precio internacional de los granos. Ya quedó demostrado cuánto se
parece eso a bailar arriba del Titanic.
La pregunta es si el Gobierno se animará a tomar medidas que toquen los
privilegios de otras fracciones de la clase dominante. Porque eso requiere apoyo
de movilización popular por afuera de los ejercicios electorales. Si por toda
alianza política el oficialismo cuenta con el aparato del PJ y el sindicalismo
cegetista, no tiene resto para afrontar mayores desafíos. Y la clase media
continuará fugando rumbo a un malestar que, de una u otra forma y aunque hoy
resulte muy difícil de percibir, terminará hacia la derecha. ¿Tiene arreglo eso?