Argentina: La lucha continúa
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La ilusión y la realidad
Atilio Boron
No estamos ante una batalla entre dos "modelos de país" porque el modelo del
gobierno no es sustancialmente distinto al del "campo.
Días atrás Mario Toer publicó una nota ("De cómo avanzar hacia las reformas que
se reclaman", Página/12, 6 de Mayo de 2008), en la cual criticaba acerbamente mi
negativa a considerar al gobierno de Kirchner, el anterior y el actual, como
"reformista". Toer me reprochaba por mi "voluntarismo" que no tenía en cuenta la
correlación de fuerzas existente que imponía límites aparentemente
infranqueables a la voluntad transformadora del actual gobierno. También
recordaba, con razón, mis juicios vitriólicos sobre los gobiernos de Lula y
Tabaré Vázquez. En relación a mis críticas al brasileño me limito a reiterar lo
que acaba de escribir el historiador británico Perry Anderson cuando califica a
ese gobierno y al PT como la más grande decepción de la izquierda a nivel
mundial en los últimos treinta años. Si estoy equivocado me queda el consuelo de
estar en buena compañía.
Enojado por mi intransigencia Toer me enrola en las filas de una legión: la del
"marxismo para radiólogos" (¿?) o las del "club electoral del cero coma (0,)".
Estas sectas se caracterizarían por su fanática adhesión a "dualidades
simplistas" como "burgueses y proletarios" y "reforma o revolución", arcaicas
minucias que para Toer carecen de todo interés.
Producto de mi enfermiza afición por estos simplismos sería la ceguera que me
impide percibir los enormes y persistentes esfuerzos realizados por este
gobierno y el anterior para "construir un proyecto nacional-popular." Si éste
aún no se ha concretado no ha sido por falta de una férrea voluntad
transformadora de las autoridades sino porque, según mi crítico, "las mayorías
no han bregado con ardor" para lograr ese objetivo.
De un plumazo la resistencia social a las políticas instauradas por el menemismo
y las luchas sociales que se desplegaron a lo ancho y a lo largo de la Argentina
en estos últimos años reclamando mejores salarios, servicios públicos dignos y
eficientes, la reconstrucción de la salud y educación públicas, controles
efectivos sobre los oligopolios, protección ambiental, derechos humanos, salud
reproductiva, transparencia administrativa e idoneidad en el manejo de la cosa
pública fueron apenas una ilusión. La conclusión de este disparate -según el
cual no fue el partido gobernante el que flaqueó en el empeño reformista que
Toer y otros generosamente le atribuyen sino que las culpables de esta
frustración fueron las víctimas del neoliberalismo, que rehuyeron el combate
requerido para promover las reformas - es que "lo que hay es bastante más de lo
que veníamos mereciendo.
Conclusión conservadora, si las hay, porque: ¿cómo es posible afirmar que las
clases y capas populares no merecen más que las migajas que reciben de un país
cuya economía lleva más de cinco años creciendo a tasas chinas?, ¿qué tendría
que haber hecho este pueblo para "merecer más"? Se pueden decir muchas cosas de
él, menos que no ha luchado con abnegación -en algunos casos con un heroísmo
que, en no pocos casos, se pagó con la muerte de sus militantes- en pos de
reivindicaciones que, en su conjunto, configuran una agenda claramente
reformista que el gobierno no quiso (¿o no pudo?) reconocer. Aún así, ¿por qué
ese innegable impulso "desde abajo" no alcanzó para inclinar a la Casa Rosada a
adoptar políticas reformistas? No quiero aburrir al lector señalando, por
enésima vez, todos los cambios que habrían mejorado la calidad de vida de los
argentinos si hubiera existido ese fantasmagórico proyecto "nacional y popular"
que vibra en la imaginación de tantos admiradores del gobierno. Y que no se nos
diga que esas reformas son inviables en la era de la mundialización: ¿cómo pudo
Evo Morales recuperar para la nación el patrimonio hidrocarburífero y las
telecomunicaciones de Bolivia, o diseñar un esquema de pensión universal para
toda la población de la tercera edad, o retirarse del CIADI, el tramposo
tribunal creado por el Banco Mundial para que las transnacionales pongan de
rodillas a las naciones?; ¿cómo pudo Hugo Chávez liquidar el analfabetismo y
garantizar la atención médica de toda la población, un lujo que una buena parte
de los argentinos no se puede dar? Si Bolivia y Venezuela pudieron, ¿por qué no
pudo la Argentina? Flaco favor le hace al gobierno aquél que cree ver en él esa
voluntad de cambio y le achaca la frustración de ese proyecto a los pocos
merecimientos del pueblo o, como dice Toer más adelante, a la "debilidad del
campo popular". La conclusión que extrae de este (erróneo) diagnóstico es que
hay que proteger y fortalecer al gobierno, "sin seguidismos, con imaginación,
con pensamiento crítico, pero con generosidad y sin petulancia.
Pero, precisamente, para no caer en las aparentemente irresistibles tentaciones
del "seguidismo" sería importante que Toer se preguntara: ¿protegerlo y
fortalecerlo para hacer qué? ¿Dónde están las señales concretas que anuncian la
existencia de un proyecto reformista en la Casa Rosada? Aún sus voceros que
presumen tener la vista de un lince han sido incapaces de balbucear siquiera los
rudimentos de esa agenda de reformas: su máxima hazaña en este terreno fue
denunciar que si CFK fracasa en sus empeños reformistas vendría la derecha.
Argumento débil porque, en el terreno estricto de lo económico, la derecha ya
vino, hace rato, y ni este gobierno ni el anterior dieron la menor muestra de
incomodidad ante su llegada.
¿Cuáles fueron las decisiones adoptadas para desmontar la funesta herencia de
los noventas? ¿Qué iniciativas se tomaron para recuperar el patrimonio nacional
rematado a precio vil, para reconstruir el estado y para sentar las bases de un
modelo económico alternativo? ¿Qué se hizo para liquidar la Ley de Entidades
Financieras de Martínez de Hoz, o el régimen petrolero instaurado por el
menemismo y bendecido por la Constitución de 1994, de la cual tanto el anterior
presidente como su sucesora fueron sus redactores? ¿Qué se hizo para impedir y
revertir la feroz extranjerización de la economía argentina, propia de una
república bananera de comienzos del siglo veinte? Calificar de burgués a un
gobierno que pese a sus encendidos discursos continúa amparando y realimentando
el modelo neoliberal constituye la estricta aplicación de un criterio científico
de análisis social. Por eso decía Grüner con razón que no estamos ante una
batalla entre dos "modelos de país" porque el modelo del gobierno no es
sustancialmente distinto al del "campo." Esto puede disgustarle a Toer y sus
amigos, pero la realidad no se evapora porque sea molesta para algunos.
Caracterizar al gobierno actual, en cambio, como la encarnación de un proyecto
"nacional y popular" no es otra cosa que la proyección de un deseo largamente
acariciado por el progresismo, una peligrosa confusión entre deseo y realidad.
Esto puede tener un efecto terapéutico catártico, pero al precio de caer en una
trampa en donde el fantasma de una derecha "que se puede venir" impide
visualizar la derecha que ya está, y que no es amenazada por el gobierno.
Toer debería reflexionar sobre las razones por las que si el pueblo está
desorganizado y desmovilizado el gobierno no hace nada para organizarlo y
movilizarlo. ¿O tal vez creerá que el renacimiento del PJ, bajo el liderazgo de
Néstor Kirchner, podrá obrar ese milagro? Toer cree, en su autoengaño, que el
pueblo no se organiza por el inmenso poder que concentra esa "pléyade de eternos
candidatos a 'directores técnicos' que se la pasan diciendo lo que habría que
hacer y nunca ganaron un partido con un club de barrio." Personajes bien raros
éstos, que malgastan el inmenso poder que Toer les atribuye para mantener
desorganizado al campo popular en vez de acelerar su organización y así
conquistar el poder. Pero, ¿qué decir del papel de la multitud de resignados
"posibilistas" y oportunistas que optaron por convertirse en directores técnicos
o asesores de sucesivos gobiernos que perpetuaron un modelo económico
insanablemente injusto, opresivo y predatorio?