Argentina: La lucha continúa
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Los niños fumigados por la soja
Diario La Capital
El viejo territorio de La Forestal, la empresa inglesa que arrasó con el
quebracho colorado, embolsó millones de libras esterlinas en ganancias,
convirtió bosques en desiertos, abandonó decenas de pueblos en el agujero negro
de la desocupación y gozó de la complicidad de administraciones nacionales,
provinciales y regionales durante más de ochenta años.
Las Petacas se llama el exacto escenario del segundo estado argentino donde los
pibes son usados como señales para fumigar.
Chicos que serán rociados con herbicidas y pesticidas mientras trabajan como
postes, como banderas humanas y luego serán reemplazados por otros.
'Primero se comienza a fumigar en las esquinas, lo que se llama 'esquinero'.
Después, hay que contar 24 pasos hacia un costado desde el último lugar donde
pasó el 'mosquito', desde el punto del medio de la máquina y pararse allí',
dice uno de los pibes entre los catorce y dieciséis años de edad.
El "mosquito" es una máquina que vuela bajo y 'riega' una nube de
plaguicida.
Para que el conductor sepa dónde tiene que fumigar, los productores
agropecuarios de la zona encontraron una solución económica: chicos de menos de
16 años, se paran con una bandera en el sitio a fumigar.
Los rocían con 'Randap" y a veces "2-4 D" (herbicidas usados sobre
todo para cultivar soja). También tiran insecticidas y mata yuyos. Tienen un
olor fuertísimo.
"A veces también ayudamos a cargar el tanque. Cuando hay viento en contra nos
da la nube y nos moja toda la cara', describe el niño señal, el pibe que
será contaminado, el número que apenas alguien tendrá en cuenta para un módico
presupuesto de inversiones en el norte santafesino.
No hay protección de ningún tipo.
Y cuando señalan el campo para que pase el mosquito cobran entre veinte y
veinticinco centavos la hectárea y cincuenta centavos cuando el plaguicida se
esparce desde un tractor que 'va más lerdo', dice uno de los chicos.
'Con el 'mosquito' hacen 100 o 150 hectáreas por día. Se trabaja con dos
banderilleros, uno para la ida y otro para la vuelta. Trabajamos desde que sale
el sol hasta la nochecita. A veces nos dan de comer ahí y otras nos traen a
casa, depende del productor', agregan los entrevistados.
Uno de los chicos dice que sabe que esos líquidos le puede hacer mal: 'Que
tengamos cáncer', ejemplifica. 'Hace tres o cuatro años que trabajamos en
esto. En los tiempos de calor hay que aguantárselo al rayo del sol y encima el
olor de ese líquido te revienta la cabeza.
A veces me agarra dolor de cabeza en el medio del campo. Yo siempre llevo
remera con cuello alto para taparme la cara y la cabeza', dicen las voces de
los pibes envenenados.
-Nos buscan dos productores.
Cada uno tiene su gente, pero algunos no porque usan banderillero satelital.
Hacemos un descanso al mediodía y caminamos 200 hectáreas por día.
No nos cansamos mucho porque estamos acostumbrados.
A mí me dolía la cabeza y temblaba todo. Fui al médico y me dijo que era por el
trabajo que hacía, que estaba enfermo por eso', remarcan los niños.
El padre de los pibes ya no puede acompañar a sus hijos. No soporta más las
hinchazones del estómago, contó. 'No tenemos otra opción. Necesitamos
hacer cualquier trabajo', dice el papá cuando intenta explicar por qué
sus hijos se exponen a semejante asesinato en etapas.
La Agrupación de Vecinos Autoconvocados de Las Petacas y la Fundación para la
Defensa del Ambiente habían emplazado al presidente comunal Miguel Ángel
Battistelli para que elabore un programa de erradicación de actividades
contaminantes relacionadas con las explotaciones agropecuarias y el uso de
agroquímicos.
No hubo avances.
Los pibes siguen de banderas.
Es en Las Petacas, norte profundo santafesino, donde todavía siguen vivas las
garras de los continuadores de La Forestal.