La coyuntura en la estructura de la Argentina de nuestros días
Universidad Trashumante Abril de 2008
Resulta difícil escribir un tiempo después, cuando muchos ya lo han hecho y lo
que ayer pasaba bajo el puente parece ya no pasar. No creemos que ninguna lucha,
de antes o de ahora, esté resuelta mientras haya capitalismo. Y si bien
pareciera que llegamos tarde, creemos que siempre es temprano si la batalla es a
lo profundo del sistema, aunque entremos por cualquiera de sus puertas
coyunturales.
En verdad, escribir hoy sobre la coyuntura que está viviendo nuestro país es una
tarea bien compleja. Muchos de los análisis han sido de tipo económico y en un
lenguaje totalmente alejado de la comprensión de las grandes mayorías. Otros,
con la carga crítica puesta sobre los productores agropecuarios, y algunos menos
sobre el gobierno K sumando así puntos a la ilusoria dicotomía creada a los
fines de falsear la discusión.
En términos generales, se podría haber profundizado mucho más la mirada
estructural, siendo que la misma Cristina Kirchner habló de "Sistema
Capitalista". Pareciera entonces que lo que quedó oculto fue la naturaleza
política del conflicto. Y sirvió, si se quiere, para fragmentar mucho más el ya
debilitado tejido social de los argentinos.
Casi no se está discutiendo el proyecto de país, la forma de producción de la
tierra, las relaciones sociales que lo sustentan, la distribución de las
riquezas y de los bienes, la propiedad y el uso de los recursos naturales. Y la
mayoría habla del "campo" como si fuese un sector homogéneo, como si el
"campo" fuera todo lo mismo.
El gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) inauguró un período de recomposición
de las fuerzas sociales y políticas en busca de estabilizar el orden social
luego del colapso generalizado del modelo político, económico y cultural
impuesto durante los ’90, que decantó en el estallido social de 2001.
Las claves de la estrategia del gobierno de Kirchner se basaron en la
implementación de un conjunto de políticas que sostuvieron y sellaron la
continuidad de los procesos de concentración económica, desplazamiento social y
subordinación política internacional, pero encubiertos ideológicamente con una
retórica ‘progresista’ o ‘de izquierda’.
Entre uno de los pilares sobre los que se apoyó y apoya la política K, encarnada
hoy en Cristina Kirchner, su esposa y actual presidenta, se destacan las
reivindicaciones en torno a los Derechos Humanos violados durante la última
dictadura militar. Esta postura ha acercado a numerosos grupos, otrora
referentes de estas luchas, al seno del gobierno con lo cual se han acrecentado
las divisiones y cooptaciones entre organizaciones sociales.
Pero el origen de los Kirchner en la política proviene del mismo modelo que se
generalizó en la Argentina: los Rodríguez Saá en San Luis, los Romero en Salta,
los Saadi en Catamarca, los Juárez en Santiago del Estero, los Romero Feris en
Corrientes, los Sapag y Sobisch en Neuquén, y muchos que están más
ocultos.
El esquema fue el mismo: alto enriquecimiento ilícito, relación con el tráfico y
comercialización de drogas, corrupción generalizada, dominio y control de los
tres poderes del Estado, persecución y aniquilación de los opositores, control y
dominio de los medios de comunicación social, reelecciones indefinidas, uso de
los planes sociales como forma de evitar los conflictos sociales y llegado el
caso, para formación de una "tropa propia" de defensa contra cualquier "agresión
externa". Y todos ellos gozando hoy de una impunidad absoluta.
El problema estructural sigue siendo el capitalismo y las diferentes estrategias
de dominación que dicho sistema conlleva para los distintos países de América
Latina. En nuestro país, la pelea entre el Gobierno de los Kirchner y los
representantes del campo, sobre todo los de la Sociedad Rural, es una discusión
interna dentro del seno mismo del capitalismo hoy. La pelea es entre los
poderosos. Son tan enemigos de la esperanza de hacer un país para todos y todas,
un país de mayorías, uno como otros.
El problema del "campo" necesita una solución integral, tanto como lo necesita
el de la educación, el de la salud, el de la seguridad, el de la ocupación, el
de vivir y no sobrevivir, como estamos haciendo, y también el de los derechos
humanos.
Nos indigna que se recurra al miedo, bajo la amenaza del regreso de los
fantasmas de otras épocas, para combatir la crítica y la disidencia. Convocan al
pueblo a la plaza diciendo que luchan contra el imperialismo, diciendo que es
esto o una dictadura. Cuando en realidad lo que hacen es tirarnos una cortina de
humo que nos impide ver lo que realmente está pasando. Perdemos el tiempo y las
energías en falsas dicotomías, cuando en realidad podríamos estar viendo aun más
de cerca por donde vamos con la Reforma Agraria, la Soberanía Alimentaria, la
Educación Popular y todos y cada uno de nuestros proyectos históricos.
La Sociedad Rural siempre fue enemiga del pueblo, pero fue y seguirá siendo
amiga de este Gobierno. Los pequeños y medianos productores se cuelgan de los
grandes esperando más migajas, mientras sueñan ser como ellos, trabajando desde
el mismo modelo que ha impuesto la sojización y sin poder salir de la trampa que
hace que mientras más quieran hacer crecer sus bolsillos, más promoverán la
desaparición de los más débiles de su especie. Prueba de esto es la Federación
Agraria que, mientras recupera protagonismo y dice en sus discursos "los
campesinos", es absorbida por el mismo canto de sirenas del Estado neoliberal.
Nos mienten cuando hacen paro y lock out en nombre de intereses de progreso,
mientras tanto acortan la vida sustentable de nuestros suelos, bosques, hábitat.
En cuanto al campo popular nuestra impresión, aunque la sabemos dura, es la
siguiente: los que se han acercado a este Gobierno, salvo honrosas excepciones,
no ha sido por ideales. La mayoría ha conseguido cargos políticos y dinero.
Mucho dinero. Casi todos los que aplauden las medidas del Gobierno, en
general han conseguido un "conchavo" o quieren conseguirlo. O han logrado dinero
importante para sus organizaciones. Y si lo han hecho por ideales, estas mismas
personas deberían saber, por experiencias reiteradas, que no es compatible
construir poder popular subidos al mismo carro de los corruptos por más lindos
discursos que promulguen. Las peleas dentro del Estado a la corta o la larga
tienen un ganador y un perdedor. Sea con discursos progresistas o fascistas, el
ganador queda siempre dentro del ring del Estado y es la popular la que
desconoce o no quiere ver los arreglos del poder, la que siempre paga la entrada
y pierde. Y así está y se juega esta forma de hacer política.
En definitiva, nos mienten los políticos cuando dicen que esto es democracia.
Esto no es una democracia. Nos mienten cuando hablan de lucha, solidaridad y
justicia y jamás apoyaron las luchas de quienes son los sujetos de la verdadera
redistribución de las riquezas: las fábricas recuperadas, movimientos de
desocupados, movimientos sociales y culturales en general, movimientos
campesinos e indígenas, etc.
Y nosotros, los luchadores del campo popular, nos quedamos muchas veces en la
palabra, en el discurso y no vamos al gesto, a la acción. Nos pasa cuando
decimos que hay que reflexionar y luchar, trabajar con esperanza y humildad, sin
vanguardias ni nostalgias, con el pueblo y con la gente y no podemos juntarnos
ni organizarnos seriamente, mirando el largo plazo, promoviendo la unidad del
campo popular, mirando más allá de estas mezquinas invitaciones K a la
mediocridad sistémica.
Los campesinos y los pueblos originarios que continúan siendo sistemáticamente
destruidos por los gobiernos desde hace años, los pequeños productores de
alimentos para el consumo interno, son los protagonistas de una lucha que
generalmente no está ni en las calles, ni en las rutas, ni en el cotidiano de la
mayoría de la gente.
En los pueblos y ciudades de todo el país existen grupos y organizaciones
sociales, grandes y pequeñas, que apuestan su vida en la búsqueda de una
transformación social y si bien aun predomina cierto aislamiento, también son
muchos los esfuerzos por juntarse y construir un proyecto común. El Movimiento
Nacional Campesino Indígena, la Unión de Asambleas Ciudadanas y los múltiples
encuentros de todo tipo, desde médicos generalistas hasta artistas y artesanos
en lucha, son una clara muestra de esta intención.
Como Trashumantes nos interpela nuestro querer estar siendo educadores
populares, y pensamos que hay algunas preguntas que podemos aportar desde
nuestra mirada:
¿Cuáles son las nuevas apariencias discursivas y metodólogas que el estado
capitalista nos presenta en la versión k de esta coyuntura?
¿Qué rol estratégico juega el llamado "campo" en los nuevos escenarios del
sistema mundial y el interno?
¿Cuál es el modelo de extracción y producción que sostienen?
¿Cuál es su próximo avance?
¿Sobre qué, sobre quiénes?
¿Existe una verdadera redistribución de la riqueza?
¿La discusión pasa por la distribución de la riqueza, o nos animamos a hablar ya
de una producción con equidad en un país que contenga los sueños y necesidades
de todos y todas?
¿Dónde están, de qué hablan, qué piensan, cómo están las mayorías anónimas en
esta coyuntura?
¿Cómo dialogamos con ellas?
¿Cómo las escuchamos?
¿Cómo hacemos para inventarnos un nosotros que detenga su fragmentación
intestina, que avance en las articulaciones posibles y se construya con los
otros y otras en una mayoría que devenga sujeto histórico con voz propia,
proyecto y acción verdaderamente transformadora de la realidad?
Es necesario recomponer la pasión en esta lucha social y política que no tiene
atrás otro interés que el de luchar por una sociedad diferente, justa, que venga
mañana porque se construye hoy, pero que no sea hoy si entrega el porvenir. Que
se anime a construir otro país en serio, con otra lógica, con otra ética y que
luche, siga luchando porque ahí está la esperanza de cambiar el mundo.