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Testigo protegido
Tucumán: Los crímenes impunes y la identidad de los represores
Marcos Taire
Un testigo protegido, que estuvo secuestrado durante más de un año en dos
campos de concentración que funcionaron en la provincia de Tucumán, formuló
importantes revelaciones sobre los crímenes allí cometidos y confirmó las
identidades de varios represores, todos ellos impunes.
Esta persona estuvo en manos de los militares desde mayo de 1976 hasta julio de
1977. Permaneció los dos primeros meses en el centro clandestino de detención
conocido como El Reformatorio y el resto del tiempo en el campo de concentración
y exterminio que funcionó en el Arsenal Miguel de Azcuénaga.
El testigo describió con lujo de detalles los dos campos donde estuvo prisionero
y la metodología represiva. También identificó a numerosos prisioneros que están
desaparecidos, confirmó las identidades de varios represores mencionados en
declaraciones anteriores de otros sobrevivientes y reveló los nombres de otros,
entre ellos algunos civiles que integraron las patotas.
El juez que entiende en la causa, Raúl Daniel Bejas, ante la evidente
importancia de las declaraciones, colocó a esta persona al amparo del Programa
Nacional de Protección de Testigos. Sin embargo, ante una presentación de la
querella, no pudo realizar una visita "in loco" al Arsenal Miguel de Azcuénaga,
debido a que cuestiona los dichos del testigo porque anteriormente lo había
acusado de haberse sumado al aparato represivo cuando estaba prisionero en el
Arsenal. La suspensión de esa visita de reconocimiento impidió que el testigo
identificara la ubicación del pozo donde eran cremados los cadáveres de los
prisioneros asesinados.
Mientras tanto, trascendió que el juicio oral al represor Antonio Domingo Bussi
podría comenzar en agosto o setiembre próximos. La causa fue elevada a juicio
oral por el juez Bejas. En ella se investiga el secuestro y desaparición del
senador peronista Guillermo Vargas Aignasse, en abril de 1976. Paradójicamente,
Bussi será juzgado por un solo crimen, en tanto los miles de secuestros,
torturas, asesinatos y desapariciones ocurridas en la provincia a partir de 1974
permanecen impunes, entre ellos la causa del campo de concentración que funcionó
en el Arsenal, donde habrían sido asesinadas más de mil personas. Recientemente
falleció Adelaida Carloni de Campopiano, querellante en dicha causa.
Masacre en El Reformatorio
El testigo reveló que a raiz de un episodio ocurrido a mediados de 1976 en el
suroeste tucumano -voladura de una ambulancia militar en Caspinchango- la patota
que operaba desde El Reformatorio masacró a una gran cantidad de prisioneros. La
primera noche después de ese episodio, los represores mataron a golpes a varios
detenidos -dijo- y posteriormente trasladaron a un grupo de entre diez y quince
prisioneros, para asesinarlos.
Entre los represores más feroces que operaban allí, el testigo mencionó al
comandante de gendarmería Sabadini, a Víctor Sánchez -un agente civil de la
inteligencia militar mencionado en numerosos casos, conocido por el apodo "Pecho
i´tabla" y que usaba el pseudónimo "Flores"- Leonel Sosa y el "Gordo Tito". Este
último "era un hombre de aproximadamente treinta años, un metro setenta de
estatura, ochenta kilos de peso, tez trigueña, pelo castaño ondulado, bigotes y
andaba siempre con lentes de aumento color verde, con algún defecto en un ojo".
Este sujeto fue identificado por el testigo como alguien que se hacía pasar por
estudiante y era el fotógrafo del comedor universitario. En esa condición
fotografiaba a todos los comensales para la elaboración del respectivo carnet.
Leonel Sosa ya había sido mencionado por una sobreviviente del Arsenal.
Actualmente, esa persona sería un abogado o procurador que ejerce su profesión
en los Tribunales de Tucumán.
Según el testigo, entre los integrantes de la patota que asesinaron a golpes a
los prisioneros se encontraban "un tal Juanca, de apellido Benedicto, otro de
apellido De María, un tal Lito Mauricio Cruz y el Gordo Tito". Según él, esa
noche fueron asesinados el estudiante Gustavo Adolfo Fochi y una mujer
embarazada. Ahora, la justicia intenta precisar la identidad de la persona
apellidada Benedicto, ya que otro testimonio anterior la habría identificado con
el nombre completo, el sobrenombre ("conejo") que usaba cuando era integrante de
la patota y la profesión, escribano actualmente en ejercicio.
Arsenal: El horror en su máxima expresión
El 30 de junio de 1976 todos los prisioneros que quedaban con vida en El
Reformatorio fueron llevados en ómnibus y camiones a un nuevo destino: el campo
de concentración del Arsenal Miguel de Azcuénaga. Aunque hay indicios de que los
militares y gendarmes venían utilizando ese lugar para asesinatos de
prisioneros, el contingente trasladado desde El Reformatorio fue el que inauguró
las instalaciones destinadas al campo propiamente dicho, que mostraba signos de
haber sido acondicionado en esos días. Se trataba de un viejo polvorín dividido
en dos pabellones con subdivisiones de madera y mampostería de un metro y medio
de largo por un metro de altura, donde fueron arrojados los prisioneros.
El campo era administrado por los Destacamentos Móviles de Gendarmería Nacional
con sede en Campo de Mayo, Litoral y Córdoba, pero dependía del Destacamento 142
de Inteligencia del Ejército.
Al igual que en El Reformatorio, las torturas estaban a cargo de personal de
inteligencia denominado Interrogadores de Prisioneros de Guerra (IPG),
pertenecientes al aparato de inteligencia. Eran, mayoritariamente, oficiales del
Ejército, gendarmes adiestrados en las escuelas norteamericanas del Canal de
Panamá, personal de fuerzas de seguridad y policiales y civiles.
Según el testigo, los interrogadores operaban bajo la supervisión de un capitán
del Ejército conocido como "Naso" Varela. (Otra sobreviviente lo identificó con
su nombre completo). Sin embargo, el testigo protegido no puede asegurar que esa
sea su verdadera identidad.
Las condiciones de vida en el campo fueron descriptas con detalles por el
testigo: "rara vez nos daban de comer, cuando nos sacaban al campo nos hacían
correr con los perros, nos caíamos, nos arrastrábamos, nos golpeábamos entre
nosotros". Entre los malos tratos y torturas más comunes, además de los golpes y
latigazos, señaló que lo más tremendo eran la picana eléctrica y el
enterramiento. Los prisioneros considerados más importantes o peligrosos
permanecían en el galpón maniatados, tabicados y engrillados a la pared.
Entre los gendarmes que mencionó en su testimonio, este sobrevivientes dijo que
vió y escuchó a Montes de Oca, al "Indio" Marcelo Godoy, un sargento al que le
decían "Manchado" y un alferez sobreviviente del avión Hércules derribado por
los Montoneros en el aeropuerto tucumano. Este último disfrutaba conduciendo al
foso a las víctimas, a las que disparaba su arma con la precaución de no
matarlas, para así prenderles fuego cuando aun estaban con vida. También
identificó a otro integrante civil de la patota, que se hacía llamar "Cabezón
Humberto" y que se apellidaría López Guerrero.
El testigo confirmó el asesinato de dos integrantes de una familia que fue
diezmada y que en ese crimen participaron el teniente coronel Caffarena y el
alferez Barraza. Una revelación sorprendente fue que el testigo dijo haber visto
de visita en el Arsenal al por entonces ministro del Interior de la dictadura,
general Albano Harguindeguy. Y que a menudo concurrían delegaciones integradas
por altos jefes militares, sacerdotes y periodistas. Mencionó entre esos
militares a los entonces capitanes Fernando Torres y Roberto Abas y a un cura de
apellido Mijalchik.