Argentina: La lucha continúa
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Algo más que el corazón de Esquiú
Carlos del Frade
APE-TMO
La moral media catamarqueña se indignó no hace mucho tiempo atrás cuando un
muchacho robó el corazón incorruptible de Fray Mamerto Esquiú, una reliquia
religiosa que tiene un hondo simbolismo para las mayorías que viven en esa
región de cerros azules.
Aquel corazón latía al conjuro de la igualdad y la necesidad de pensar un país
en donde todos, más allá de los lugares de origen, sean tratados de forma
similar.
Esquiú se metió en la historia grande de Catamarca y Argentina por su compromiso
por una nación incluyente y con respeto por la ley.
Pero más allá de aquella indignación que causó el robo del corazón, en Catamarca
hay varios hechos que confirman que algunos han perdido la sensibilidad desde
hace rato.
Que el corazón de Esquiú no es el único robado en la provincia que fue conmovida
a principios de los años noventa con el brutal asesinato de una adolescente,
María Soledad Morales.
Las informaciones dan cuenta de que no todos son tratados como quería Esquiú, al
contrario. Se persigue a los que sufren, a los que necesitan más que nadie el
abrazo tierno y solidario de los demás.
En la escuela Municipal de Santa Rosa, en el departamento de Valle Viejo, un
chiquito de cuatro años no pudo inscribirse en el jardín de infantes, las
autoridades levantaron muros de intolerancia y discriminación porque está
infectado con HIV.
Una peligrosa ignorancia que genera prácticas de exclusión y racismo.
-Están discriminando al niño porque ni siquiera le dan la posibilidad de una
educación. La directora me llamó urgente por teléfono y me dijo que vaya a
buscar lugar a otra escuela -dijo la mamá del nene.
Para Selva Cevallos, delegada del Instituto Nacional contra la Discriminación,
la Xenofobia y el Racismo (INADI): 'Hay mucha ignorancia. Y como el propio
Estado es quien está discriminando mi obligación es actuar incluso de oficio.
Ahora hay que hacer un recurso de amparo... Sin dudas, la docente actúa así por
miedo, y fundamentalmente por desinformación', aseguró la funcionaria.
Pero más allá de la desinformación, la decisión de la dirección de la escuela
manifestó un reflejo institucional basado en el sentido común, ese conjunto de
valores sociales construido por los sectores dominantes y que oficia de ley y
condena en la vida cotidiana de las mayorías.
El chico fue expulsado porque el sistema alimenta y reproduce el miedo contra
los que están cerca y oculta la identidad de los poderosos, aquellos que están
siempre por arriba de los que son más.
El prejuicio no es más que una consecuencia política que expresa la decisión de
marginar, alejar y silenciar a todo aquello que no resulta funcional, obediente,
manipulable. El otro gran problema es pensar que esta decisión fue pensada desde
una escuela pública, justamente allí donde se manifiesta el Estado con la
obligación de garantizar la igualdad de posibilidades, especialmente en el tema
educativo.
¿Podrá argumentar la señora directora que no sabe que no hay problemas para
convivir con un chico infectado con el HIV?
¿Podrá decir la institución que no recibió los centenares de materiales que las
mismísimas escuelas públicas repartieron a la población catamarqueña, en
particular, y argentina, en general, a partir de finales de los años ochenta en
torno al sida?
La expulsión del nene de cuatro años es la más cruel visibilidad de un clima
cultural que multiplica la exclusión a imagen y semejanza del poder económico.
En Catamarca, da la sensación, se ha perdido algo más que el corazón inmutable
de Fray Mamerto Esquiú.