(Nota del autor: este artículo lo escribí en septiembre del año 2003. No
obstante, ahora que Felipe Solá ha resuelto impulsar, junto al partido de
Mauricio Macri, un "bloque rural" en Diputados, me ha parecido oportuna su
reedición)
El responsable y propietario intelectual de estas líneas es Roberto Arlt. Días
atrás, en tanto pasaba la vista por una compilación de sus aguafuertes porteñas,
uno de los escritos, titulado El que siempre da la razón, concitó
mi atención. "Hay un tipo de hombre que no tiene color definido", me
decía Arlt en el inicio del artículo, "siempre le da a usted la razón,
siempre sonríe, siempre está dispuesto a condolerse con su dolor y a sonreír con
su alegría, y ni por broma contradice a nadie, ni tampoco habla mal de sus
prójimos, y todos son buenos para él, y, aunque se le diga en la propia cara:
`¡Usted es un hipócrita!´, es imposible hacerle abandonar su estudiada posición
de ecuanimidad". Y añadía líneas más adelante: "Esta efigie de hombre me
produce una sensación de monstruo gelatinoso, enorme, con más profundidades que
el mismo mar. No por lo que dice, sino por lo que oculta".
De inmediato me vino a la memoria el gobernador de la provincia de Buenos Aires,
Felipe Solá, hombre seductor y dicharachero, afecto a la humorada y a un
discurso teñido de inofensiva propensión a la ecuanimidad; presa de un
inexplicable deseo de pertenencia al poder; catadura de persona decente y
civilizada; aires de peronista melancólico y renovador.
Hace tiempo, interrogado acerca de su talento para permanecer en el poder, el
ingeniero agrónomo Solá, entonces secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca
del gobierno de Carlos Menem --cargo que ocupó por ocho años--, tornó popular un
apotegma que todo político con ansia de perpetuidad ha sabido acuñar y practicar
a rajatabla: "Para durar en el gobierno, hay que hacerse el boludo".
Hacerse el boludo, en la atmósfera rioplatense, resiste, creo, infinidad de
frases sinónimas: hacerse el otario; mirar hacia otra parte; hacerse el sota;
hacer la vista gorda; silbar bajito; hacerse el tonto; etcétera, etcétera. Un
desdén que, conforme las circunstancias, puede resultar digno de un certero
sopapo, o, por el contrario, merecedor del aplauso, incluso de una buena
carcajada. Hay momentos en que a todas luces es aconsejable hacerse el boludo.
El muchacho deambula con su novia por un callejón de Ciudad Evita, medianoche de
cielo borrascoso, y de pronto una barra de jóvenes robustos y ávidos de
conversación se interpone en su camino: "Che, vo", le dicen. "Por qué
no compartís ese culo con nosotros". En situaciones de ese tipo, bienvenido
será el acometimiento de una repentina sordera.
Existen, claro, casos por completo opuestos. Me refiero a ese hato de boludos de
naturaleza irredimible que, con sumo esfuerzo, simulan cordura, sensatez; raza
imperecedera que hoy tiene en el presidente Bush a su ejemplar más vivaz y
acabado.
En un estado de profunda y letargosa boludez ha tenido que vivir sumergido el
ingeniero Solá para permanecer en uno u otro sector del poder a lo largo de
trece años, porque a su estada en el gobierno de Carlos Menem debemos sumar su
estada en el parlamento, representando, claro está, al oficialismo. En tanto
Menem indultaba a militares genocidas y a sombríos fantoches como Aldo Rico;
seducía a empresarios foráneos con alma de mercachifles; incorporaba a su
gobierno a los sectores más conservadores y reaccionarios; se fundía en un
abrazo con el almirante Isaac Rojas, acaso el más emblemático de los enemigos
del peronismo histórico; condecoraba a Augusto Pinochet, besaba los cachetes de
Lino Oviedo y a boca de jarro reivindicaba la masacre cometida por las Junta
Militares en la Argentina, Solá se hacía el boludo. Menem echaba mano de cada
una de las grietas que ofrece esta democracia formal para ignorar los preceptos
de la Constitución y hacer de la Justicia un poder sumiso y obsecuente, y Solá
se hacía el otario.
Menem se abandonaba a la faena de las privatizaciones caprichosas e irregulares,
entregaba del manejo de la política económica a los ilustrados hombres del Fondo
Monetario Internacional, sorteaba con habilidad su parentesco o familiaridad con
personajes enlazados al lavado de dinero proveniente del narcotráfico, y el
ecuánime Solá se hacía el tonto. Mientras Menem llamaba delincuentes a
periodistas y opositores, y ampliaba el número de miembros de la Corte Suprema
con el excluyente objetivo de lograr la aprobación legal de proyectos inauditos
y, por lo demás, eludir decorosamente toda denuncia penal en contra de sus
parientes, amigos y funcionarios, Solá contaba vacas y, desde luego, miraba
hacia otra parte. En tanto Menem abría las puertas del país a delincuentes
internacionales como Gaith Pharaon y Monzer Al Kassar, Solá pensaba en girasoles
y se hacía el sota. Haciéndose el boludo con destreza formidable, supo compartir
banquetes, reuniones oficiales, actos públicos, abrazos y copas de champán con
personajes de la calaña de Víctor Alderete, Luis Barrionuevo, Armando Cavalieri,
Domingo Cavallo y Carlos Corach; Augusto Alassino, Antonio Erman González,
Roberto Dromi y Omar Fassi Lavalle; Hugo Franco, Carlos Grosso, Alberto Lestelle,
José Luis Manzano y Munir Menem; Matilde Menéndez, Ramón Hernández y Armando
Gostanián; Miguel Angel Vicco, Alberto Kohan, Eduardo Bauzá, María Julia
Alsogaray y Emir Yoma; Eduardo Duhalde, Alberto Pierri, Amira Yoma, Adolfo
Rodríguez Saa y Luis Abelardo Patti. En tanto Menem despojaba a la política de
su esencia, es decir, el debate, la confrontación de ideas y proyectos, y la
situaba en el único escenario que dominaba a sus anchas, aquel regido por las
leyes de la banalidad y el entretenimiento, dejando en pie solamente el estuche,
el pellejo, Solá contaba peces de colores y boludeaba.
En fin, entre tanto Menem nos hacía experimentar de manera impía el sentido
físico, carnal, de las palabras pesadumbre, hastío e impotencia, Solá se hacía
el boludo de manera proverbial y asombrosa.
Llegó el año 1999, su asunción como vicegobernador de Carlos Ruckauf, y entonces
la boludez cobró la magnitud de majestuoso arte: "Sí, Ruckauf es un nazi",
admitió. "Pero así es la política. Solamente desde adentro se pueden
modificar las cosas". Un tipo de boludez, a fin de cuentas, que guarda
íntima relación con la hipocresía, es decir, con el fingimiento de cualidades o
sentimientos contrarios a los que de veras se tienen o experimentan. Ahora bien,
transcurrir la vida haciéndose el boludo con el único y excluyente propósito de
permanecer en el poder, en tanto ese poder al que se pertenece devora, arruina y
descuaderna un país, supera ya los límites de la boludez común y ordinaria,
habitualmente inofensiva, y comporta un grado de verdadera complicidad.
Contemplar a Solá semanas atrás junto a Estela Carlotto, encabezando la
insondable marcha contra la violencia y la represión que se llevó a cabo en la
ciudad de La Plata, me causó náusea. A lo largo de doce cuadras, cientos de
personas le lanzaron furiosas maldiciones, y Solá, claro, se hizo el boludo.
¿Hacerse el boludo? Sencillo: una palmadita en el hombro de los policías que
asesinaron a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, y una palmadita en el hombro
de los padres de las víctimas; un afectuoso abrazo con Alberto Pierri en un
estudio de televisión, un reto a las patotas políticas que Pierri comanda;
marchar codo a codo con la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y haberse
hecho el boludo cuando el gobierno del que formaba parte indultaba a los
militares que se habían apropiado de los niños que esas abuelas buscan, con
desespero, por toda parte.
Más allá de toda interpretación, hay algo que sí queda claro: de tanto hacerse
el boludo, cualquier persona se convierte en flor de boludo.
Difícil saber qué principios imperan en el interior de Felipe Solá, en el
interior de los cientos de Felipes Solás que ya son maleza en la política de
esta enflaquecida comarca sureña."¿Qué es lo que desenvuelve dentro de él?
¿Qué tormentas?", finaliza Arlt. "No me lo imagino... puede estar usted
seguro que en la soledad, en ese semblante que siempre sonríe, debe dibujarse
una tal fealdad taciturna, que al mismo diablo se le pondrá la piel fría y
mirará con prevención a su esperpento sobre la tierra: el hipócrita".