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Coyuntura política diciembre de 2008 Argentina: Los dilemas de la política
Julio C. Gambina
Tras cinco años de crecimiento al 9% acumulativo anual, muchos creyeron que
la normalización política retornaba a la Argentina. Es que el crecimiento
económico esconde la subsistencia de problemas estructurales. Para el discurso
hegemónico parece no importar el desempleo o la pobreza ya que por un lustro la
tendencia era decreciente, aún con precariedad, informalidad y bajos ingresos.
Si el presente era promisorio con relación a un pasado turbulento como el de los
recesivos años transcurridos entre 1998 y 2002, lo que importaba era la
reversión del ciclo asociado a una imagen de no retorno y ascendente progreso.
El sentido común imperante rezaba que la asignatura pendiente para eliminar la
pobreza llegaría finalmente, no en vano del 57% de población bajo la línea de la
pobreza se había reducido al 24% y el 21,5% de desempleados había disminuido al
7,8%. Era solo cuestión de tiempo para cumplir el sueño de eliminar ambos
flagelos sociales. En el plano político, la normalidad se manifestaba como
renovación presidencial en diciembre del 2007, con continuidad de los
principales ejes en el gobierno y buena parte del gabinete de ministros.
Cristina Fernández era la continuidad de Néstor Kirchner y no se dudaba de una
proyección similar, con el ejercicio del Poder Ejecutivo de "una u otro" por
varios periodos constitucionales.
El kirchnerismo expresaba la nueva cara de la hegemonía política en la
Argentina. El imaginario era entonces de normalidad económica y política, lo que
hacía realidad la propuesta realizada el 25/5/03 por el Presidente electo para
"reconstruir el capitalismo nacional", traducido como un orden socioeconómico
"serio" o "normal". Los piquetes, asambleas y cacerolazos propios de un tiempo
de protesta, organización y movilización, daban lugar al retorno de las
negociaciones colectivas de los contratos de trabajo y a la conciliación de
clases en un renovado "Consejo del salario mínimo, el empleo y la
productividad". Todo indicaba que se pasaba de la lucha de calles a la
concertación mediada por las corporaciones. Claro que subsistían los límites
institucionales y la tradición del sindicato único, aún con la renovación
gremial expresada en nueva organicidad de trabajadores y empresarios. En el
centro de escena brillaba el acuerdo político entre el gobierno, los
industriales de la Unión Industrial Argentina (UIA) y los sindicalistas de la
Confederación General del Trabajo (CGT). A ellos asociados aparecían otra franja
de beneficiarios del modelo de producción y exportación que se inauguró con la
devaluación de Duhalde y el respiro por el no pago parcial del endeudamiento
logrado entre 2002 y 2005 por Rodríguez Saá. Estas dos últimas medidas son causa
originaria directa del ciclo de crecimiento posterior.
Sin embargo, la normalidad se afectó con el conflicto surgido por el lado menos
esperado, el campo. Producto de grandes cambios operados, tecnológicos,
productivos y económicos, especialmente en los años 90´, la liberalización del
sector agropecuario había transformado el perfil productivo local desde la
diversidad productiva a la hegemonía de la soja transgénica. Alcanzaron pocos 15
años para entronizar el predominio de la soja sobre producciones tradicionales
en emblemáticas zonas (algodón en el Chaco, p.e.) y para colonizar tierras
destinadas al ganado y otros cultivos. Esos cambios materiales sustentaron
nuevas culturas sociales y de clase, con sus respectivas manifestaciones de
riqueza y pobreza. Como en todo tiempo de "progreso" lo visible era la expansión
de la construcción y la renovación del parque automotor y de maquinaria agrícola
derivado del boom de precios internacionales y de la extensión de la frontera de
la soja. Era escamoteado el problema de la agricultura familiar y comunitaria,
tanto como de los pequeños productores insubordinados a la nueva lógica de la
producción de soja.
El fenómeno aparecía como un problema a resolver con los frutos de una
distribución secundaria derivada del progreso sustancial de la producción
hegemónica. La lógica política se estremeció cuando el gobierno intentó apropiar
renta con argumentos cambiantes entre marzo y julio, ya que terminó proponiendo
una utilización no explicitada al comienzo. El destino final de los eventuales
recursos apareció más por la presión social que por convicción originaria. La
realidad es que los propietarios no quisieron resignar ganancias y el gobierno
erosionó buena parte del consenso político logrado hacia fines del verano.
Nuevo ciclo Un ciclo político estaba llegando a su final y habilitó un
reordenamiento de la política, a derecha e izquierda. Aunque el kirchnerismo
lograba normalizar el Partido Justicialista (PJ) y atraer al mismo a Roberto
Lavagna, ex Ministro de Economía de Duhalde y Kirchner, el conflicto agrario
reavivó la sempiterna interna del peronismo para desarmar el orden en
construcción y hacer emerger nuevas apetencias de poder político. Puesta en
funcionamiento la lógica política de grupos peronistas desplazados, emergió la
disidencia parlamentaria que arrastró a la división en el Poder Ejecutivo,
reanimando la posibilidad rediviva del raquítico radicalismo. El vicepresidente
Julio Cobos, desoyendo el mandato presidencial con su voto negativo, encendió
las esperanzas de otro proyecto político para la normalización capitalista de un
ciclo de ascendentes ganancias para la clase dominante. Por primera vez en mucho
tiempo se ganaba la calle, arrastrando a pequeños productores y parte de las
capas medias urbanas con un conflicto que suponía beneficios extraordinarios
para la clase dominante. El gobierno perdía consenso entre sectores que lo
habían votado recientemente y perdía voluntades de grupos políticos al interior
del peronismo y de otros no peronistas que habían protagonizado la expectativa
de una construcción más allá del peronismo.
El escenario había cambiado, aunque debe reconocerse que nuevos aliados
conquistó en ese proceso, especialmente entre un grupo importante de
intelectuales. El desorden de la política incluyó a la izquierda que se
posicionó en variadas formas en el conflicto, con y contra el gobierno; con y
contra sectores del campo; incluso aquellos que pretendieron quedar afuera de
una u otra parcialidad. Fue un dilema que atravesó a organizaciones sociales
como la CTA y a los partidos políticos del espectro de izquierda. Algunos
imaginaron una nueva base social para la derecha política y azuzaron el temor
con argumentos de una derechización de la sociedad, en el sentido que sugerían
las movilizaciones que indujeron cambios regresivos en la legislación penal y el
nuevo gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La realidad es que retornaba la
crisis de la política y volvía efímera la apariencia de normalización social del
ciclo posterior a la crisis del 2001. Se presenta así la apertura de un nuevo
ciclo político con dilemas a dirimir en el corto y mediano plazo.
Entre las clases dominantes se habilita un debate sobre las personas y proyectos
para liderar un nuevo tiempo. Son varios los anotados para representar ese arco
político y social. Los poderosos usufructuaron las mieles de las ganancias
derivadas de la reaccionaria reestructuración iniciada bajo el terror de Estado
y consolidada en la década del noventa. La liberalización económica modificó la
estructura económica y social con claros beneficiarios en la dominación del
capital transnacional, hoy con dominio monopólico en el sector primario,
secundario y terciario. La visión es que la quietud en las calles favorece un
nuevo tiempo para el relanzamiento del proyecto de máxima, especialmente en
tiempos de crisis de la economía mundial. El discurso y la práctica del poder
mundial se orientan a una recuperación del papel de los Estados para reanimar la
propuesta de liberalización de los mercados a costa del conjunto de la sociedad.
Entre las clases subalternas el dilema se define entre la acumulación en alianza
con el mantenimiento de un proyecto que discute las políticas neoliberales
hegemónicas en el pasado reciente y escasa capacidad para revertir los cambios
estructurales; o, por ejemplo, en un proyecto autónomo surgido de un extenso
debate en el sentido propuesto por la constituyente social recientemente reunida
en Jujuy por 700 organizaciones liderada por la Central de los Trabajadores
Argentinos (CTA). Es un debate que atraviesa a propuestas sociales y políticas
que pretenden inscribir al país en el rumbo de cambios que sugiere la región
latinoamericana y caribeña. Es un dilema entre orientar el decurso histórico del
país en la perspectiva neodesarrollista emergente en Brasil y en el bloque
hegemónico del MERCOSUR; o en el camino que propone la alianza cubana-venezolana
en la integración que define la Alternativa Bolivariana para las Américas, ALBA.
Todos esos enfoques coinciden desde UNASUR aunque desde diferentes perspectivas
de desarrollo.
Por lo tanto, lo que está en discusión es que ambas perspectivas regionales
articulan el proyecto UNASUR e intentan, con diferente convicción, no quedar
subordinados al diseño político dictado desde Washington, más allá de algunas
expectativas que genera el recambio presidencial en EEUU. Del mismo modo, en el
ámbito local la opción dilemática divide organizaciones y movimientos en una
disputa que se presenta como crisis terminal. Es cierto que regional y
localmente es una disputa de proyectos, pero también merece incorporar la
reflexión sobre la dinámica y densidad social necesaria para resolver uno u otro
de los rumbos del dilema. Allí se definen las razones que hoy apasionan el
debate entre los hegemónicos y los subalternos y también al interior de cada uno
de ellos. El dilema de la política, como siempre, se define con participación
social.
- Julio C. Gambina es Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y
Políticas, FISYP e integrante del Comité Directivo del Consejo Latinoamericano
de Ciencias Sociales, CLACSO.