Argentina: La lucha continúa
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Diego Martínez
Página 12
Julio Alberto Cirino fue jefe de un grupo de tareas del Batallón de
Inteligencia 601 y, según sus palabras, conoció al menos tres centros
clandestinos. En 1979 se explayó en la embajada de los Estados Unidos sobre los
engranajes del terrorismo de Estado. Aseguró que los desaparecidos nunca iban a
aparecer y admitió que habían matado a personas sin ningún vínculo con
organizaciones armadas sólo ante el riesgo de que pudieran reconocerlos. En los
’90, la SIDE lo envió a la embajada argentina en Washington y, en los últimos
años, como periodista, historiador, analista internacional, docente y demás
pergaminos, se explayó sobre el retorno de los "populismos revolucionarios", la
seguridad hemisférica y el terrorismo, especialidad que nadie podrá negarle. Sus
audiencias fueron desde el programa de la apologista del genocidio Malú Kikuchi
hasta miembros del Comando Sur de los Estados Unidos y la Junta Interamericana
de Defensa. Pero se le terminaron las ganas de hablar. Fue detenido y se negó a
declarar.
A partir de una denuncia de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y por
orden del juez federal Ariel Lijo, el Gordo Cirino fue arrestado por personal de
la Policía Federal. Ayer pasó su primera noche en el penal de Marcos Paz. Será
patrocinado por otra celebridad: el ex juez Alfredo Bisordi.
Los datos más fehacientes sobre el pasado de Cirino datan del 7 de agosto de
1979 y surgen de un largo diálogo que, con el nombre de cobertura Jorge
Contreras, mantuvo con el consejero político William Hallman y el oficial de
seguridad James Blystone en la embajada norteamericana. El memo de la
conversación, incluido entre los documentos desclasificados del Departamento de
Estado, se titula "Tuercas y tornillos de la represión a la subversión" y brinda
detalles pormenorizados sobre el terrorismo de Estado.
El falso Contreras se presenta como director del Grupo de Tareas 7 de la Central
de Reunión del Batallón de Inteligencia 601. Advierte que si otros servicios se
enteran del diálogo lo acusarán "de traición por cooperar con una potencia
extranjera". Se muestra "ansioso" de obtener el visto bueno de la embajada
aunque asegura haber sido autorizado por el jefe del 601, coronel Alberto
Tepedino, y el de la Central de Reunión, coronel Jorge Arias Duval (hoy, ambos
con arresto domiciliario). Cuenta que el GT7 se dedica a recopilar y analizar
información sobre "estudiantes, grupos políticos y cuerpos religiosos" y que
antes encabezaba una subsección dedicada a estudiar a "chinos y rusos" en la que
lo reemplazó su propia esposa, María Cristina Rinaldi, cuya captura también
pidió la Secretaría de Derechos Humanos.
Cirino les advierte que el aparato represivo es "un entramado complicado", con
entes secretos superpuestos, y que se explayará en base a la "sensibilidad
adquirida" en tan noble tarea. Calcula que el 80 por ciento de los centros
clandestinos había dejado de funcionar y anticipa que la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, que un mes después visitaba el país para verificar
denuncias, "no va a encontrar paredes vacías y espacios no utilizados" porque
habían sido "remodelados" para no ser reconocidos. Así fue.
El falso Contreras informa que las "desapariciones" (comillas de los
norteamericanos) "bajaron bruscamente durante 1978". Admite que existen
operaciones "por ultraizquierda", "sin permiso o conocimiento superior", y
grafica: "si se secuestra a la persona buscada, se publicita; si traen a un ama
de casa o a la tía de alguien, se niega". Consultado sobre la cueva de calle
Paseo Colón, denunciada por exiliados, Cirino sonríe, admite que es correcto
(allí funcionó el Club Atlético, cuyas patotas y secuestrados habían sido
trasladados a El Olimpo) y que conoce otros dos centros de detención.
En 1976 y 1977, explica, las personas que demostraban no tener vínculos con "la
subversión" también eran asesinadas, ya que liberarlos implicaba que pudieran
reconocer a interrogadores y lugares de cautiverio. Algunos comandantes estaban
dispuestos a arriesgar sus operaciones, otros creían "que el proceso era más
importante que cualquier individuo y que inclusive los inocentes deben ser
sacrificados a fin de evitar que el sistema peligre".
El represor, dice el documento, "insinuó que los prisioneros eran ejecutados si
habían causado alguna muerte o habían puesto vidas en peligro", y que aun "si
accedían a cooperar eran asesinados". Otros eran blanqueados y a otros, con los
que admitía tener contacto, les permitían "trabajar desde sus casas".
–¿Cuánto puede durar el proceso? –le preguntaron los norteamericanos.
–Es como si me pregunta qué tan largo es un pedazo de hilo. Es imposible
saberlo. Lo único que puedo decirles es que quienes desaparecieron temprano no
van a aparecer.
Durante ese diálogo, ni siquiera se privó de criticar a sus colegas. Consideró
que la "competencia" entre patotas derivaba en "acciones rápidas" que luego se
confirmaban equivocadas. Pero cada comandante "siente que tiene y debe continuar
teniendo el derecho a operar como le plazca", dijo. A excepción de la Armada,
confesó, las demás fuerzas no envían a sus mejores cuadros a la Central de
Reunión, creada para intercambiar figuritas. Los jefes de zonas militares
tampoco respetan las jurisdicciones ajenas, lamentó.
Según el titular de la Secretaría de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde,
Cirino fue un "enlace" entre el 601 y la Embajada de Estados Unidos y actuó como
agente civil del batallón entre 1977 y 1985. "Tuvo un rol clave en tareas de
contrainsurgencia en Centroamérica", agregó. Fuentes cercanas a la investigación
apuntaron que se formó en grupos católicos ligados al cura antisemita Julio
Meinvielle y que en 1974 llegó al Estado de la mano del fascista Alberto
Ottalagano. En 1976 escribió Argentina frente a la guerra marxista, en editorial
Rioplatense. Cirino es uno de los cientos de represores que gracias a la
clandestinidad del terrorismo de Estado permanecen impunes (en su caso, hasta
ayer), aunque sus trayectorias posteriores aportan indicios útiles para inferir
sus oficios en tiempos de trabajos sucios. La división Seguridad de Estado de la
Policía Federal lo detuvo ayer por la mañana, por orden del juez Lijo, que
investiga el rol del Batallón 601 en 1979 y 1980. Esta historia recién comienza.