Argentina: La lucha continúa
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Prensa de frente
Héctor Méndez, vicepresidente de la UIA
Con la situación planteada en la General Motors como caso testigo, el
empresariado argentino ya explicitó sin prurito su receta para hacer frente a
los remezones de la crisis internacional del capitalismo en el país: que las
eventuales reducciones en los índices de ganancias de sus empresas –en general
tan altos en los últimos años- los financien los trabajadores con sus salarios.
Eso sí, complementados con un gobierno que debe alumbrar nuevas exenciones
impositivas para ellos, los empresarios.
Héctor Méndez -ex presidente de la Unión Industrial Argentina, actual
vicepresidente de esa central y titular de la cámara de la industria del
plástico- tiene desde siempre fama de decir brutalmente lo que otros empresarios
piensan pero prefieren esconder detrás de más prudentes eufemismos. Menemista
convencido en los 90, propagandista de cuanta medida de precarización laboral
anduvo dando vueltas en esos años hasta que se convirtió en ley, o en parte de
una ley, Méndez se despachó el sábado con una contundente consigna para
"distribuir" los costos de la crisis: "Hay que buscar soluciones colectivas, con
sacrificios compartidos; yo renuncio a los despidos, el trabajador renuncia a
parte de su salario y que el Estado renuncie a algunos impuestos".
El juego del "animémonos y vayan" está lejos de ser nuevo para los capitostes
del capitalismo vernáculo: "vos poné lo que tenés (el salario), que el otro me
haga un regalo (los impuestos) y yo pongo lo que no tengo (los despidos sin
causa no son un "haber" del empresario al que renuncia graciosamente; están
prohibidos), así que no pongo nada". Lo trágicamente cómico es que, junto con
ese planteo bestial a favor de una nueva y gigantesca transferencia de ingresos
a favor del empresariado, Méndez calificó de "antisocial e injusta" la propuesta
de reinstalar doble y en algunos casos triple indemnización por despidos
injustificados. Pero lo más grave es que, como quedó dicho, lo que plantea
Méndez es lo que las patronales pretenderán que se implante en un esperable
"pacto social" discutido con el Gobierno y la burocracia sindical para definir
una "estrategia nacional" frente a la crisis.
Y las cúpulas sindicales, como lo demuestra el caso General Motors, sólo parecen
dispuestas a pelear detalles complementarios de la ecuación de cambio de
despidos por reducción salarial. Después de los desacuerdos del viernes pasado,
la empresa y el SMATA rosarino –la planta está en Alvear, conurbano sur de la
ciudad santafesina- volverán a discutir mañana, por ahora obligados por la
prórroga de la conciliación obligatoria hasta el 2 de diciembre. El desacuerdo
esgrimido por el sindicato no cuestiona que el inicial despido de 435 de los
2.200 trabajadores se haya convertido en suspensión de 160 hasta diciembre de
2009, con progresiva reducción de salarios. Lo que discute es, por un lado, el
monto de la reducción, porque la empresa quiere que llegue al 60 por ciento y
SMATA quiere que sea menos. Y, por el otro, quiénes serán los trabajadores
sometidos a la suspensión: la empresa quiere que sea un grupo inamovible de
trabajadores elegidos por ella, mientras que el sindicato plantea que las
suspensiones deben ser rotativas para todos los trabajadores.
Es cierto que el SMATA tiene una larga historia de concesiones "pioneras". En
1995, por ejemplo, acordó un convenio absolutamente a la baja en cuanto a
condiciones de trabajo, precisamente con la General Motors para una planta que
se instalaba en Córdoba. Y hasta lo negoció antes de que la planta empezara a
trabajar, como para que la ecuación de costos no se le fuera "muy arriba" a la
multinacional"