Argentina: La lucha continúa
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Un caso estremecedor de aniquilamiento de una familia de gente progresista, de artistas
Manuel Rivas
Un caso estremecedor de aniquilamiento de una familia de gente progresista,
de artistas. Entre 1976 y 1978, los militares de la tétrica dictadura argentina
persiguieron, secuestraron, torturaron y asesinaron a Héctor Germán Oesterheld
–el fantástico guionista de ‘El eternauta’, un personaje que creó escuela y ya
es todo un clásico del cómic– y sus cuatro hijas. ‘El eternauta’ fue su gran
creación premonitoria del horror.
En el lenguaje de El Eternauta, Héctor Germán Oesterheld (HGO) cumple ahora 87
años. Hijo de padre alemán judío y de madre vasco-española, HGO nació en Buenos
Aires el 23 de julio de 1919. No hay fecha para su muerte. En la historia
dramática de la humanidad, tal vez el eufemismo más terrible es el de
"desaparecido". El dictador argentino Videla es autor del siguiente aforismo:
"No están vivos ni muertos; están desaparecidos". HGO es un desaparecido. El
número 7.546 (en la lista Conade, Comisión Nacional de Desaparecidos). Se sabe
que en la Nochebuena de 1977, sus captores le dejaron cinco minutos de visión,
sin capucha, que saludó uno por uno a sus compañeros de cautiverio y que cantó
con un joven detenido-desaparecido la canción Fiesta de Joan Manuel Serrat. De
forma premeditada, sus hijas también fueron hechas desaparecer, por este orden:
Beatriz (19 años), Diana (23), Estela (24) y Marina (18). HGO es uno de los más
extraordinarios creadores de aventuras del siglo XX. Cambió el perfil del héroe.
El Eternauta, su principal creación, una estremecedora ficción premonitoria,
atraviesa las fronteras políticas y de los géneros literarios y se erige en un
clásico para mayor número de lectores cada día. Una obra homérica del cómic que
interpela al género humano.
Lo dijo El Negro
"Después de leer a Oesterheld ya no admitiríamos leer cualquier cosa". No lo
dijo cualquier crítico boludo en un rapto magnánimo. Lo dijo El Negro. Lo dijo
Roberto Fontanarrosa. Respetado por cualquier barra, canallas o bostas, y en
cualquier cancha de fútbol o literatura. Incluso al fondo y a la izquierda, en
cualquier redacción, donde se suelen sentar los censores. Y los cínicos. Eso lo
dijo Enrique Medina, lo del lugar donde se sientan los censores. Tuvo el valor
de ir allí, a la oficina de censura, justo antes del golpe, a preguntar por su
libro Las hienas, qué puntería. Y después recibió una llamada de teléfono: "¡Sos
boleta!". Qué manía con los eufemismos. El miedo que meten los eufemismos. Mejor
que te digan: "Se te ha acabado el permiso del enterrador". Bueno, a lo que
íbamos. Hay dos factorías maravillosas en la historia de Argentina: el fútbol y
la historieta. El Negro Fontanarrosa era un experto en ambas. Creo que el mejor
cuento de fútbol que leí fue la historia de Cardaña, el número 5 del Peñarol,
primero apodado El Hombre y más tarde, con mayor precisión, El Hombre de
Neanderthal. Cardaña, bruto y sentimental, va a visitar por caridad al hospital
a un niño en estado grave y aquel hincha botija, con los días contados, recibe
al ídolo como se merece: "¡Hijos de puta! ¿Cómo pueden perder con esos chotos
del Nacional?". Así era El Negro escribiendo. No cedía ni un centímetro. Ni una
lágrima gratis. Fue él quien vino a decir: "Y después de Oesterheld, ¿qué?".
Escribir como un loco
Cuando estudiaba geología en la universidad, ya trabajaba de corrector y
escribía historias como un loco. Cuando trabajaba como especialista en "oro y
platino" para el Banco de Crédito Industrial de la República Argentina, hacía
notas de divulgación y escribía historias como un loco. Cuando andaba por los
montes y las llanuras como un Robinsón Crusoe escribía historias como un loco.
Le ofrecieron trabajar en Pato Donald y aceptó, porque no era un apocalíptico de
la cultura y lo que le gustaba era escribir historias como un loco. Y escribió
literatura infantil, mucha con el seudónimo de Sánchez Puyol. Fue un tiempo de
esplendor para el género en la Argentina de los años cuarenta y cincuenta, con
Gatitos y Bolsillitos. Le gustaba escribir para la infancia. "Siempre al bebito
se le trata como tonto". Sería también una edad de oro para la historieta
argentina, cuando fundó con su hermano Jorge la editorial Frontera y con dos
publicaciones periódicas que harían historia. Hora Certo y Frontera rondaban los
100.000 ejemplares. ¿Y qué hacía HGO metido en la industria cultural? Escribir
como un loco. En treinta años, los guiones para al menos 150 series de
historietas en los que colaboró con medio centenar de dibujantes. Siempre
prolífico y exigente. ¿Por qué eligió la historieta? ¿Podía haber sido un gran
escritor? Es muy enriquecedor hablar con Martín Mórtola y Fernando Oesterheld,
sus nietos. "Quería romper ese dilema tramposo de alta y baja cultura. No tenía
prejuicios elitistas. Quería llegar a la gente y no lo consideraba incompatible
con la calidad. Ésa es otra de las lecciones de El Eternauta, una obra de
vanguardia que llegó a la gente, una gran aventura, y una literatura
extraordinaria". Guillermo Saccomanno, en Escritura y memoria, plantea un
sugerente paralelismo: "Si el Martín Fierro, un poema criollo y popular, pudo
plantarse como la gran novela fundadora de nuestra literatura, ¿por qué no tirar
de la cuerda y afirmar lo mismo de esta historieta que se llamó El Eternauta?".
Borges estaba cautivado por el universo Oesterheld. Además, HGO era un
extraordinario suministrador de ciencia-ficción… Y no tan de ficción. "Leía las
revistas científicas más avanzadas de todo el mundo", recuerda Elsa Sánchez, su
mujer. Llenó Argentina, y otros países, de gente interesante. Ray Kilt, Sargento
Kira, Indio Suárez, Bull Rocket, Ernie Pike, Ticonderoga, Randall the Killer,
Sherlok Time… Y el grupo, el héroe colectivo, de El Eternauta. Cuando pasó a la
clandestinidad, y se sabía perseguido por Los Ellos, ¿qué hacía Oesterheld?
"Escribir como un loco". Lo cazaron, lo hicieron desaparecer, lo chuparon. ¿Qué
hacía Oesterheld? Ana María Caruso, desde el cautiverio del centro clandestino
de detención llamado Sheraton, consigue escribir una carta que figura en el
informe Nunca Más de la Comisión Nacional de Desaparecidos: "Ahora está con
nosotros El Viejo, que es el autor de El Eternauta y El Sargento Kirk. ¿Se
acuerdan? El pobre viejo se pasa el día escribiendo historietas que hasta ahora
nadie tiene intenciones de publicarle". Escribía como un loco.
Barro en los borceguíes
Nadie que haya leído El Eternauta admitiría leer después cualquier cosa. Le
habrá cambiado la mirada. Es una de esas obras que responden a la demanda de
Kafka, la de "morder en la estupidez". O a la de Cioran: "Un libro ha de ser un
peligro".
–¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror?
¿Quién grita eso? Es el guionista, Oesterheld, al final de El Eternauta. No está
fuera, sino dentro, en una viñeta. Una de las rupturas de Oesterheld fue
implicarse en la obra como personaje. Un atrevimiento formal, que acabará
teniendo muchas implicaciones. Estamos en 1957. Francisco Solano López (Buenos
Aires, 1928) lo hace reconocible. Lo dibuja con sus trazos. Al comienzo de la
trama, El Eternauta se le aparece al guionista en la buhardilla donde trabaja y
le relata su historia de aventurero perdido en la eternidad. Al final, El
Eternauta consigue regresar a su hogar, con su mujer e hija, que le reprochan
haber tardado media hora en ir a buscar pan. ¿Media hora? El guionista, es
decir, Oesterheld, nuestro HGO, trata de disuadir a El Eternauta. ¡Todo lo que
le ha contado, todo lo que se avecina! La nevada mortal. La invasión dirigida
por un poder oscuro, Los Ellos, que utilizan para sus propósitos a los
monstruosos Cascarudos y a los inteligentes Manos, esclavos del miedo, que a su
vez convierten a los humanos supervivientes en hombres-robot. Pero El Eternauta
ya no reconoce al guionista. Ha perdido la memoria del futuro al volver al
pasado. La memoria es transferida al guionista. ¿Quién es ahora El Eternauta?
Estamos en 1957. HGO grita desde el tebeo: "¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar
tanto horror?". Es en la primera versión de El Eternauta. En 1969 habrá una
segunda versión, dibujada por Alberto Breccia, y en la que las coordenadas
geopolíticas son más concretas. La publicación resulta muy polémica. La revista
Gente fuerza el final. El Eternauta empieza a ser un personaje inquietante,
demasiado verosímil. En 1976, con dibujo de Solano López, se publica una
prolongación de la aventura, una segunda parte. Se trata de un proceso muy
accidentado. Guionista y dibujante apenas se ven. A HGO le pisan los talones Los
Ellos. Dicta capítulos desde cabinas telefónicas. Las últimas veces que acudió a
la editorial Récord, donde iba a publicar El Eternauta II, siempre andaba a
deshoras, como una silueta. Sólo lo delataba "el reguero de barro seco de sus
borceguíes" en la alfombra. Y es que HGO, entre otros lugares, buscaba refugio
en la isla de Tigre.
La tecnología del infierno
Habían llegado Los Ellos, como llamaría El Eternauta a los dictadores. En el
prólogo de Ernesto Sábato para el informe Nunca Más, donde se documentan los
horrores de la dictadura y la usurpación del Estado por una mafia uniformada, se
dice: "De nuestra información surge que esta tecnología del infierno fue llevada
a cabo por sádicos pero regimentados ejecutores". Entre miles de desaparecidos,
la "tecnología del infierno" se llevó a HGO y a sus cuatro hijas. Habían pasado
a la clandestinidad cuando comenzó la dictadura argentina, que se prolongaría
durante siete años crueles (1976-1983). El único cuerpo que pudo recuperar Elsa
fue el de Beatriz. Ella, con 19 años, fue la primera víctima de Los Ellos. El 19
de junio de 1976 llamó a la madre y se citaron en una confitería. Dos días
después, en un tren, camino del trabajo, un joven trajeado, muy nervioso, se
acercó a Elsa para decirle que su hija había sido secuestrada por una patota o
"grupo de tareas" del Ejército. Elsa Sánchez de Oesterheld comenzó el
peregrinaje para recuperar a Beatriz. Pero, en verdad, había caído una "nevada
mortal" sobre Argentina. Se encontró con muros de silencio. Con conocidos que la
desconocían. Incluso un sobrino y sacerdote poderoso, Jorge Oesterheld, hoy
portavoz de la Conferencia Episcopal argentina, prefirió "mirar hacia otro
lado". Elsa fue consciente también de que se había convertido en un "peligro"
para sus hijas. Todos sus movimientos eran vigilados para llegar a ellas y a HGO.
De alguna forma, ella también era una desaparecida en aparente libertad. El
exterminio programado de la familia de HGO siguió adelante. El 4 de julio de
1976, en Tucumán, cayó Diana, de 23 años, embarazada. El 27 de abril de 1977 fue
secuestrado HGO. El 14 de diciembre del mismo año desaparece Estela, de 24 años.
Su última carta lleva esa fecha. En ella dice: "Mamita: Marina hace un mes que
no está con nosotros". Significa: Marina ha desaparecido. Tenía 18 años.
La tortura metafísica
Inspirados en el nazismo, el franquismo y la guerra argelina, Los Ellos, con sus
patotas de Gurbos, Cascarudos, Manos y Hombres-Robot, aplicaron la tecnología
del infierno a una escala industrial. Para hacer desaparecer los cuerpos
utilizaron una variante diferente de la incineración: los vuelos de la muerte.
Quizá calcularon que la desaparición submarina de miles de personas sería
inodora, inocua, imperceptible. El mayor detective de la historia, Sigmund Freud,
había escrito: "Censurar un texto no es difícil, lo difícil es borrar sus
rastros". Los verdugos ignoraban que el cuerpo humano es también un texto. Y ésa
es la verdad de fondo de El Eternauta, su potencia pasados tantos años. "La
persistencia de El Eternauta es en sí misma una práctica de la memoria", escribe
Judith Filc. En el primer aniversario del golpe militar, el 24 de marzo de 1977,
otro genial eternauta argentino, el escritor Rodolfo Walsh, compañero en muchos
sentidos de HGO, envía por correo y distribuye clandestinamente la Carta abierta
de un escritor a la Junta Militar, uno de los pasquines de denuncia más
estremecedores de la historia, en el que da a conocer al mundo la dimensión del
genocidio, con 15.000 desaparecidos en aquel entonces. "Han llegado ustedes a la
tortura absoluta, intemporal, metafísica". La palabra metafísica aquí, asociada
a la tortura, pierde toda su abstracción para expresar lo inconmensurable del
horror carnal. Una de las veces que registraron su antiguo domicilio, donde sólo
vivía Elsa, el oficial cascarudo al mando del "grupo de tareas" explicó que
andaban a la caza de Héctor, El Judío. Elsa replicó que era hijo de un
estanciero alemán y madre española. Añadió: "Y si es judío, ¿qué?". Entre los
precedentes que inspiraron a Los Ellos para poner en marcha la "tecnología del
infierno", la tortura y desaparición forzada de miles de personas como HGO y sus
cuatro hijas, figuran métodos nazis como el decreto Nacht und Nebel, derivado de
la orden de Hitler: "En la noche y en la niebla". El texto de este decreto,
reconstruido en el tribunal de Nuremberg, desaconsejaba la entrega del cuerpo
del eliminado a su familia. Se trataba de "diseminar el terror" para minar toda
resistencia. En el tiempo en que fue detenido HGO, en 1977, el general Ibérico
Saint Jean, gobernador de la provincia de Buenos Aires durante la dictadura, y
bajo cuyo mandato se produjo la Noche de los lápices (desaparición y asesinato
de un grupo de adolescentes), declaró en público y esta vez sin eufemismos:
"Primero mataremos a los subversivos; después, a sus simpatizantes, y por
último, a los indiferentes".
Entre los miles de desaparecidos figuran cien poetas, escritores y guionistas de
historietas. Otro de Los Ellos, un colega militar del general Ibérico, el
entonces jefe del III Cuerpo, Luciano Menéndez, y responsable de la mayor quema
de libros, efectuada el 29 de abril de 1976, declaró: "De la misma manera que
destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y
nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma
argentina". Los Ellos, como Creonte, castigando más allá de la muerte.
Gritándole a Antígona, a las hijas de Oesterheld: "Si tu naturaleza es amar, ve
entre los muertos y ámalos. Mientras yo viva, no mandará una mujer".
Torturar a Ernie Pike
Cuando creó Ernie Pike, uno de esos grandes personajes que cambiaron el perfil
del héroe, para hacer tipos complejos, de madera humana y no de palo, los
primeros episodios los dibujó Hugo Pratt. Y él se quedó perplejo cuando vio la
historieta: El rostro de Ernie Pike, corresponsal de guerra que siempre pone en
duda las versiones oficiales, era el suyo.
Eso también lo supieron ver los torturadores. Reconocieron en HGO a Ernie Pike.
Así que le pegaron duro a Ernie Pike.
Elsa Sánchez de Oesterheld me cuenta otra historia que la dejó sin habla. Hace
unos años, en 2002, al término de un acto, se le acercó una mujer que había
estado detenida-desaparecida en la Esma (Escuela de Mecánica de la Armada, desde
donde se calcula que se hicieron desaparecer cerca de 5.000 personas) y que
había sobrevivido al cautiverio. Era médica de profesión y le contó que un día
Alfredo Astiz, oficial de la Esma, conocido como El Ángel de la Muerte, sacó de
un cajón de su mesa un libro y le dijo, más o menos: "Toma, lee esto. Es el
mejor libro de Argentina". Se trataba de El Eternauta. Allí, uno de los
personajes se lamenta: "Todos desaparecidos… como si no hubieran existido
nunca".
Un encargo para HGO
Estamos en 2008. El 23 de julio, de vivir, Héctor Germán Oesterheld habría
cumplido 87 años. Su condición terrenal es la de "desaparecido" forzado. Fue
secuestrado por uno de esos eufemismos criminales denominados "grupos de tareas"
y estuvo recluido en al menos tres cárceles clandestinas, es decir, no-lugares,
Campo de Mayo, El Vesubio y Sheraton, donde se le conocía como El Viejo. Los
indicios, las evidencias circunstanciales, hacen suponer que HGO murió a
principios de 1978. No hay cuerpo. La negación era la respuesta sistemática a
los miles de recursos de hábeas corpus. Por lo que se sabe y va sabiendo, HGO,
al principio, sufrió maltrato y tortura. Después, promovido por un militar, hubo
un intento de implicarlo en la escritura de una biografía del liberador San
Martín. Al fin y al cabo, Oesterheld había triunfado como biógrafo. Ya en 1951,
cuando hacía literatura infantil, Perón quiso que le escribiera una biografía.
Supo decir que no. Su mujer, Elsa, piensa que desde que escribió La vida del
Che, ilustrada por Alberto Breccia y su hijo Enrique, HGO estaba marcado. Se
publicó en 1968, en plena dictadura de Onganía. El editor le había propuesto que
apareciese como obra anónima, pero Héctor respondió: "Un personaje como el Che
no merece que su trabajo se haga a escondidas". Tuvo un éxito fulgurante. La
primera edición se agotó en un mes. Pero la editorial fue allanada. Breccia y
Oesterheld, amenazados de muerte. Luego ocurrió algo curioso. Una llamada desde
la Embajada de Estados Unidos. Le propusieron algo similar, una biografía de ese
estilo, tan viva, tan directa, pero dedicada a John F. Kennedy. HGO declinó. Ya
estaba preparada la de Evita. No se editó. Se habían acabado las biografías. ¡Y
ahora en el cautiverio le vienen con San Martín! No se sabe adónde llegó ni qué
fue de las notas. ¿La vida de San Martín contada por Oesterheld? Los Ellos se
habrían dado cuenta del desliz: de realizarse la biografía, tendrían que hacer
desaparecer a San Martín. Las estatuas se pondrían a hablar. Tendrían que
arrojarlas al fondo del mar.
Una extraña visita
La mayor tortura a la que debieron de someter a Oesterheld, además del tormento
físico, fue mostrarle las fotos de sus hijas muertas. Allí estaban Los Ellos, al
estilo Creonte, castigando más allá de la muerte. Mostrando los cuerpos
sucesivos de Antígona. A Elsa sólo le devolvieron el cuerpo de la primera
eliminada, Beatriz, de 19 años. "La que más se parecía al padre". Después cayó
Diana, de 23 años, con su pareja, Raúl. La tercera fue Marina, de 18 años.
Sobrevivía Estela, la mayor, de 24 años. Existe un testimonio de cuando estaba
cautivo en la cárcel clandestina del Campo de Mayo. Juan Carlos Scarpatti contó:
"Yo no lo conocía personalmente y… bueno, me llamó la atención. Lo vi, digamos,
como golpeado, o sea, como con mucha angustia y… bueno, me acerqué, le pregunté
qué le pasaba. Me dijo que le habían mostrado las fotos de las hijas…muertas".
Pero la noticia de la caída de Estela y de su marido, también llamado Raúl, la
tuvo cuando los carceleros del Sheraton le dijeron que tenía una visita
especial. El hotel Sheraton, eufemismo del chupadero, el no-lugar, era otro
centro de detención clandestino, situado en un sector oculto de la comisaría de
Villa Insuperable, dentro de la ciudad. Era el 14 de diciembre de 1977. La
"visita especial" era de un niño de tres años. Su nieto Martín. Ese día habían
matado a los padres. El recuerdo de Martín ahora es el de haber estado sentado
horas con su abuelo "en un pasillo horrible con paredes de látex azul
brillante". No podemos dejar de verlo como un episodio de El Eternauta arrancado
a la realidad. El Viejo y el nieto que apenas ha podido conocer, juntos en un
no-lugar, en un chupadero de gente. Hay 800 niños robados en la época de Los
Ellos, de los que sólo 90 han podido ser devueltos a sus familias originarias.
Otra ramificación de la "tecnología del infierno". De hecho, dos nietos de HGO y
Elsa, bebés de Diana y Marina, forman parte de los desaparecidos. La aparición
de Martín en el chupadero, el que alguien decidiera llevarlo con El Viejo, a
quien se suponía muerto, tiene una interpretación morbosa, pero también se puede
ver a la luz de El Eternauta. Tal vez fue cosa de un Mano. Los Manos,
subalternos muy inteligentes de los Ellos, se hacen desobedientes cuando deja de
funcionar la "glándula del horror". Por una vez, Oesterheld dio una dirección.
La de los padres de Elsa. Y de allí, Martín fue llevado con la abuela. Antígona,
desde la muerte, enviaba una señal.
El gorrión peleador
Ana di Salvo, psicóloga, compañera de cautiverio de HGO en el centro de
detención ilegal de El Vesubio, me cuenta que se mantenía distante, desconfiado.
Eso fue en mayo del 77, así que no hacía mucho que lo habían detenido. "Nos
dijeron: ‘Va a venir El Viejo’. Yo, al principio, no sabía quién era. No sabía
la historia de El Eternauta. Él tenía un problema en la piel, granos en la cara
y en la cabeza. Había una doctora entre las chicas prisioneras y le ofrecimos
una pomada. Pero él no quiso. Desconfiaba. Una noche en que hacía mucho frío,
dormía en un suelo de madera, le dimos una frazada. La aceptó. Pero con
desconfianza. Por la mañana se lo llevaban y lo traían a la noche. Comentó que
lo tenían haciendo una historia sobre San Martín. Le hablé de mi hijo Luciano.
Le pedí un poema, una pequeña historia para él. Pero no hubo tiempo. Después de
estar desaparecida sin explicaciones durante 73 días, me devolvieron a casa.
Todo el tiempo pensando que te van a matar. Y en el trayecto, ante el paisaje,
uno de los secuestradores comenta: ‘Buen sitio para venir a cazar’. Y yo, no sé
cómo, le digo: ‘Hay que respetar la veda’. Se quedó perplejo. Las cosas suceden
así. Mi hijo Luciano, a la vuelta, me rechazaba. Pensaba que lo había abandonado
a propósito. Un día le compré un cuento infantil titulado Chipió, el gorrioncito
peleador. A Luciano le gustaba mucho la cara de aquel pajarito. Aprendió a leer
con él. Me reconcilió con él. Yo no sabía que lo había escrito El Viejo. Usaba
seudónimo. Muchos años después, en una exposición sobre Oesterheld, le conté la
historia a Martín, su nieto, y él me dijo: ‘En ese cuento estaba lo que mi
abuelo escribió para tu hijo".
La última carta
Lleva por fecha el día que la asesinaron, el 14 de diciembre de 1977. La última
carta de Estela a su madre. Es breve, escrita con una intensa premura, pero sin
desaliño, con una caligrafía que intenta no desfallecer. Cada carta, cada nota,
en aquellos días, tenía una textura nerviosa. Da la impresión de que la carta a
Elsa es también una carta necesaria que Estela se escribe a sí misma. No es
difícil imaginarla murmurando hacia dentro, empujando el trazo para darle a Elsa
la noticia de la muerte de Marina sin nombrar la muerte. Como en El Eternauta,
el tiempo de la carta es un Continum 4, una especie de futuro del pretérito:
"Marina ya no está con nosotros y ese dolor ya no hay nada que lo pueda mitigar,
pero quiero que sepas que murió heroicamente como vivió". Consonantes y vocales
se apiñan en un presente recordado: "Creo que tenemos que estar orgullosos de
ella, como de Bi (por Beatriz), de Di (por Diana) y de Dad (por Héctor), y
quiero que sepas que estoy orgullosa de vos (por Elsa)". Esta última afirmación
tiene mucho significado. Va más allá de la cortesía filial. Todos los citados
han desaparecido. La feliz camada de Beccar está a punto de ser exterminada.
Elsa, la madre, antiperonista, tan racional como intuitiva, "muy celta", dice
ella, no les ha acompañado en su compromiso revolucionario. Ha discutido con
dureza con HGO, con el hombre que ama. Sí, está de acuerdo con él. Es una
juventud maravillosa. Culta, rebelde, linda. La mejor generación que tuvo
Argentina. Como Héctor, Elsa comparte su música, salta de Mozart a Janis Joplin,
¿por qué no?, sus gustos artísticos, su estilo de vida libre, una sexualidad sin
tabúes, su aversión a la injusticia. Todo eso, dice Elsa, lo compartía. Pero
ella, la mujer que fue tan feliz en Beccar, en aquella casa que era a la vez
como el taller del artista romántico, donde "todo bullía y cantaba", donde todos
llegaban y nadie quería marchar, nadie quería apagar la luz, las chicas no
querían ir a fiestas ni a clubes, donde encontraban "gente tonta", no, no,
querían estar allí, en Beccar, con sus amigos y los de los padres, dibujantes,
músicos, artistas, escritores, gente que traía historias; ella, que conoció el
paraíso, pudo distinguir bien el traqueteo de la maquinaria del horror que se
acercaba. Sí, discutió con HGO. No acababa de asumir aquella metamorfosis en el
Oesterheld que quería y admiraba, el hombre tranquilo, ilustrado, progresista y
más bien libertario, por la influencia de sus amigos anarquistas españoles
exiliados, con esa mirada antidogmática que es la de sus héroes. HGO no era nada
elitista. Su propia opción literaria, el guión de historieta, lo demuestra. Pero
denostaba el populismo peronista. HGO cambió.
Su obra principal contiene también las huellas de una biografía subyacente.
Entre el primer Eternauta (1957) y la segunda versión (1969) hay una revolución
óptica. Las referencias geopolíticas se hacen muy concretas. América Latina es
abandonada a su suerte. Y Ellos, los oscuros poderes cósmicos, son las grandes
potencias. HGO se radicalizó, pero también el suelo se movía a los pies. Las
hojas del calendario se caían de miedo y asco. El golpe de Aramburu, en 1956,
con la Operación Masacre, que contará de forma genial Rodolfo Walsh. El golpe de
Onganía, en 1966, con la noche de los bastones largos, cuando fueron cruelmente
apaleados los profesores y alumnos de la Universidad de Buenos Aires, mientras
eran conducidos a los coches celulares. El mandato de Lanusse, en 1972, con la
masacre de Trelew. En todo este calvario de desdichados fastos y calamitosas
salvaciones, el país vio una "chispa de esperanza" en la gran movilización
cívica que arrancó con el cordobazo. A continuación, y acudiendo a la
oftalmología, podríamos decir que se pasó de un estrabismo divergente a otro
convergente. Y el punto de convergencia fue otra vez Perón. Gran parte de la
izquierda argentina se injertó en el tronco peronista. Para muchos era la
esperanza posible. Una alianza frente a Los Ellos. Y allí estaba HGO con sus
hijas. Elsa, no. Elsa mantenía la distancia cuando de la música se pasaba a las
palabras. Y allí estaba también Rodolfo Walsh con sus hijas Vicky y Patricia.
Casi siempre se cita A sangre fría, de Truman Capote, como obra inaugural de la
narrativa del "nuevo periodismo". Es por ignorancia hemisférica. La primera fue
Operación masacre, de Rodolfo Walsh, en 1957, el año en que nació también El
Eternauta. Walsh, de origen irlandés, era entonces también antiperonista.
Prefería jugar al ajedrez que la política e incluso la literatura. Pero un día,
camino de casa, oyó el grito de un soldado moribundo: "¡No me dejéis solo, hijos
de puta!".
Pero la vuelta de Perón, el gran día de la resurrección nacional, pasará a la
historia por la "matanza de Ezeiza". Allí, en el aeropuerto, se inició el
exterminio de la "juventud maravillosa". Más de treinta muertos y trescientos
heridos en el que iba a ser el día más feliz. El halago se convirtió en condena:
la "juventud imberbe". Perón falleció cuando se acercaba el día de la "nevada
mortal". El prócer había regresado con la momia de Evita y con un espectro de
Evita, Isabel, manejado por un siniestro prestidigitador, el secretario López
Rega, organizador de la Triple A, que mezcló la brujería con la producción
industrial de la muerte. Se multiplicó el doble empleo. Muchos que ejercían de
día de jefes de policía ejercían de jefes de la Triple A de noche. Hasta que
vino el gran eufemismo. El Proceso de Reorganización Nacional. Es decir, el
golpe militar con toda su red de poderosas complicidades. Era el régimen de Los
Ellos. Y se puso en marcha, a pleno rendimiento, la "tecnología del infierno".
Walsh denuncia: "Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no
es el fiel de la balanza entre ‘violencias de distinto signo’ ni el árbitro
justo entre ‘dos terrorismos’, sino la fuente misma del terror que ha perdido el
rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte". La carta de Estela a
Elsa terminaba diciendo: "Hay mucho por dar todavía en esta vida y muchas
razones para seguir adelante". Ese día, después de enviar la carta, la cazaron.
Oesterheld, Hugo Pratt y Elsa
"Él escribía a mano. Odiaba la máquina de escribir. Por eso aprendí taquigrafía
y mecanografía. Para ayudarle. Después de casarnos, pasamos cuatro años en un
departamento chico, en el barrio Desarrollo. Él entonces investigaba minerales.
Amaba la naturaleza áspera, dura. La estepa donde no había nada.
Cuando lo conocí era un misántropo
Nacieron una tras otra las nenas. Ya dibujaba. ‘Papu, dibujitos’. Les hacía
monigotes todo el tiempo. Leía todo. Recibía revistas en alemán, italiano,
inglés, francés. Tenía muchísima información. Le interesaban los descubrimientos
científicos, todo aquello que se movía en el límite de la ciencia-ficción. A
Borges le encantaba charlar con él. Las chicas se enteraron. Un día se fueron
los cinco. Y allí estuvieron con él, en la penumbra de la Biblioteca Nacional.
Sí, tenía conocimientos extraordinarios, enciclopédicos. Un día, Hugo Pratt le
muestra muy ufano unos dibujos. Un nuevo héroe. Un soldado en la época de la
conquista del Oeste. Héctor le dice: ‘Está muy bien, pero tendrás que volver a
dibujarlo. No puede llevar ese tipo de arma. La culata no era así’. Hugo se
sentó, suspiró, gritó: ‘¡Lo mato, lo mato! Dime, Héctor Oesterheld, ¿a quién le
va a importar cómo era la culata?’. ‘A mí’, respondió Héctor.
Todo estaba lleno de libros. También el garaje. Todo. Leía sesenta o cien
historias a la vez. Así que Héctor se levanta. Va hacia el garaje. Un
pandemonio. Cuando me ponía a arreglarlo, él se desesperaba. Revuelve en la
maraña. Y al final vuelve con lo que buscaba en la mano. Se lo pasa a Hugo.
–Aquí está –le dice–. Así debe ser el arma.
Era muy deportista. Jugaba al tenis. El fútbol le gustaba, pero para verlo.
Tenía una fijación con el estadio del River. Cuando iba al centro, siempre se
pasaba por allí. Y es en ese estadio donde transcurre una batalla decisiva de El
Eternauta. Fue un tiempo idílico, un paraíso, la casa de Beccar. Eso ya lo
conté, ¿verdad?
Cuando llegaron los dibujantes italianos, eso fue antes, también fue una época
maravillosa. Entre ellos, Hugo Pratt. ¡Medio locos, los tanos! Era un lindo
muchacho. Tenía un carisma único. Todos los días se caía por casa. Venía con
apetito. Le preparaba algo para cenar. Había amigas que me preguntaban: ‘¿Vos no
te enamorás de este chico?’. Todas se enamoraban…".
¿Y?
Elsa, la Elsa que recuerda, también está ahora en la cocina preparando algo para
cenar. Uno se imagina allí, en el quicio de la puerta, en Beccar, a Corto
Maltés, el mítico personaje de Pratt. Murmuro: "Tal vez era él el enamorado".
Elsa escucha en silencio. Y zanja la conversación sobre amores con un gesto
irónico, una interjección trazada en el aire.
La memoria
Marcelo Brodsky, el artista y fotógrafo creador del parque de la Memoria de
Buenos Aires, se enteró de la desaparición de su joven hermano Rubén en una
llamada desde una cabina telefónica. Él estaba en España, exiliado. El universo
tuvo, de repente, la dimensión de una cabina. "La ausencia de un desaparecido
nunca termina. ¿Cómo se les cuenta a las nuevas generaciones? ¿Cómo se narra
semejante horror? En el parque de la Memoria, cada recorrido es una nueva forma
del recuerdo. Caminamos entre estelas que se apoyan, que se sostienen, donde lo
colectivo es un entrelazamiento".
A la hora de hablar del hermano, Brodsky juró que lo haría como si estuviera
oyendo a Julio Fusik, en el Reportaje al pie del patíbulo: "Que la tristeza no
sea nunca asociada a mi nombre".
La eternauta
Cuando Elsa y Héctor se casaron, él trabajaba para aquel banco de crédito
minero, analizando muestras de metales preciosos. Gran parte de su trabajo lo
hacía sobre el terreno. Le gustaba andar. Recorrer solitario los grandes
espacios. El viento patagónico en la cara. "Es un trabajo duro, puede ser
destructiva esa soledad del geólogo, conocí gente que se alcoholizó", dice Elsa.
"Pero él amaba esa relación solitaria con la naturaleza. Amaba todo en la
naturaleza. Los caracoles nos comían las rosas y yo le decía que les pusiera
veneno, pero Héctor exclamaba: ‘¡También ellos tienen derecho a vivir!’. Yo le
decía: ‘Oye, que la celta panteísta soy yo, pero no quiero que me coman las
rosas’. Le ofrecieron un buen trabajo, pero eso significaba la separación. Y fue
cuando se decidió por el mundo editorial".
Elsa nació en Buenos Aires, en una familia de emigrantes gallegos llegados de
una pequeña aldea, Loño, cerca de Santiago. Cuando Elsa pasó por Loño, en 1983,
se fijó en el hórreo de madera del que tanto le había hablado el padre. Esperaba
algo más monumental. "Qué pasa?", le preguntó su tío. "Está despintado". "Es que
tu abuela no quiso que lo tocaran. Que lo dejaran tal como lo había pintado el
hijo".
El hijo era el padre emigrante de Elsa. HGO pasó por aquella aldea en 1962, en
un "desvío" de un viaje a Alemania. Hay una foto en la que se le ve retratado
como el Robinsón que era, camuflado en la hierba de campesino segador. En
Argentina, los padres de Elsa laburaron duro para salir adelante, pero tenían
otro rasgo: amaban la música con locura. La ópera y la clásica. Escuchaban cada
concierto en la radio de galena. El tío Pedro llevaba siempre una flor en el
ojal. La madre de Elsa leía a Lorca. Lo había visto en un teatro bonaerense,
abarrotado, recibido por una multitud en la calle de Corrientes. "Yo me parezco
mucho a papá. Soy Vicente Sánchez en mujer, tremendamente impulsiva. Yo era un
marimacho. El varón equivocado de la familia. Tuvimos un golpe terrible. Murió
mi hermana mayor cuando yo tenía 12 años. Estudié música. Y danza clásica. Y
samba. Es verdad que todos querían bailar conmigo. No, Héctor no era muy
bailarín. Yo tenía 17 años y él 24 cuando nos enamoramos".
Elsa habla y habla como un cuerpo abierto, que contiene su vida y la de otros.
Su mirada corre más que la flecha del tiempo. Desde el apartamento bonaerense se
escucha cada poco el paso de un convoy ferroviario. Los trenes, la luz cambiante
del día, todo parece esforzarse para seguir la velocidad, la intensidad del
recuerdo de Elsa, que estaba hablando feliz de su adolescencia bailarina,
danzando con las palabras, y de repente se gira y dice: "Hasta los psicólogos se
estremecían. Toda la experiencia psicológica no servía para enfrentarse a
nuestro caso. Me preguntan cómo he resistido, cómo estoy viva. No lo sé. Estoy
aquí por una extraña obligación. Yo ya he gastado todo el miedo del mundo".
A la altura de nuestros ojos, en un estante del mueble librería, hay una foto
que nos mira. Son ellas. Las cuatro. En la casa de Beccar. En la hora azul. Las
cuatro chicas Oesterheld. Toda la belleza del mundo.