En diciembre de 2001, las argentinas y los argentinos vivimos una explosión
popular que llevó a la renuncia de Domingo Cavallo, como Ministro de Economía y
de Fernando de la Rúa, como Presidente de la Nación en una confluencia de
sectores medios y populares que fue alimentada por un justicialismo ávido de
poder y de dinero, de la mano del orfebre Eduardo Duhalde y de otros dirigentes,
como Carlos Ruckauf que buscaban entronizarse en el poder.
El fracaso de la política económica de la Alianza, con la imposición del
corralito y del corralón que afectó a la clase media y a los asalariados,
provocó el surgimiento de asambleas barriales que, aún hoy, siguen permaneciendo
entre quienes no se olvidan de lo sucedido e intentan articular esfuerzos en la
construcciones de fuerzas vecinales destinadas a la defensa barrial. Algunas de
ellas, luego del proceso posterior acontecido a partir de enero de 2002, han
desaparecido pero otras han renacido de las cenizas y continúan su febril
actividad a pesar del decaimiento del fenómeno asambleario.
Pero la caída se debió a la relegitimación de la clase política, de la mano de
la reconstrucción de un capitalismo de acuerdo a los intereses de los Dueños de
la Argentina, como alguna vez definió Luis Majul, quienes pudieron saltar el
corralito con toda comodidad gracias al aviso oportuno de los bancos, con
respecto a los fondos que poseían en el país, y de una contención a los sectores
populares, de la mano de los planes Jefes y Jefas de Hogar que hoy continúan con
otros nombres pero que conservan su claro perfil clientelar.
Sin embargo, las asambleas no desaparecieron, simplemente están dormidas. Sólo
basta que una coyuntura económica desfavorable vuelva a incidir sobre los
sectores medios que, sin dudas, volverán a batir las cacerolas. Pero también no
podemos olvidar la falta de gimnasia política por parte de quienes las
encabezaron y ello facilitó la labor de quienes fueron a romperlas desde afuera
para allanar el camino hacia una nueva legitimación que permitiese llegar a las
elecciones de 2003.
Otro actor importante fue el piqueterismo, bien ilustrado por la socióloga
Maristella Svampa, cuyo movimiento integrado por desocupados marcó otra impronta
a una rebelión anunciada. La depresión económica, que azotaba a la Argentina
desde 1998, llevó a la pobreza y a la indigencia a millones de argentinas y de
argentinos aunque debemos reconocer que, en la actualidad, muchas de ellas y
muchos de ellos continúan en la misma situación pese a la cosmética estadística
del kirchnerismo, hoy devenido en cristinismo.
La solución del gobierno delarruista fue la represión explícita, la que dejó un
saldo de 38 muertos: Gastón Riva, en la Ciudad de Buenos Aires; Claudio 'Pocho'
Lepratti, en Santa Fé y Sergio Ferreyra, en Córdoba fueron algunos de ellos. Un
Ministro del Interior, como el fallecido Ramón Mestre; un Secretario de
Seguridad, como el Dr. Enrique Mathov y un Jefe de Polícía, como el Comisario
General Santos fueron quienes decidieron expulsar al pueblo de la Plaza de Mayo
con palos, gases y caballería ardiente. Luego vendría la distensión mediante la
indiferencia, para provocar el desgaste de las protestas sociales, método usado
por Duhalde y continuado por el ex-Presidente Kirchner, lo que seguramente,
junto al vallado perimetral, se perpetuará con la actual Presidenta.
Entre ayer y hoy, podemos sacar la conclusión que se puede. Que el pueblo es el
dueño verdadero de un país devastado por unos pocos y que debe comenzar a
retomar las riendas para decidir su destino. En el 2001, se pudo decir basta a
un gobierno que no supo interpretar las señales que advertían del estallido
mientras que hoy, a pesar de existir una coyuntura que no permite la confluencia
de los sectores como en aquella oportunidad, persiste un aparato represivo que
sigue acallando las voces populares y una indiferencia por parte de la clase
política a los reclamos que se le efectúan; de ello, sin dudas, pueden hablar
las personas con discapacidad, las cuales no son escuchadas ni siquiera cuando
tienen la suerte de obtener un fallo favorable en la Justicia.
Hoy, en la Plaza de todas y de todos se rendirá homenaje a quienes cayeron bajo
la represión pero es hora de comenzar a pensar en otro argentinazo que permita
articular los esfuerzos en pos de una Argentina para todos y no, tan sólo, para
esos pocos que siguen disfrutando las mieles de los `90 porque esa década
subsiste en lo económico y social aunque se diga y se proclame que se ha
terminado. Eso es mentira. Las bases de la dictadura militar de 1976 se
encuentran intactas y mientras continúen rigiendo nuestros destinos, solamente
nos encontraremos ante más de lo mismo.
Por eso, además del homenaje, la invitación a la construcción de un proyecto de
país superador al actual para nuestros hijos e hijas y nuestros nietos y nietas
se impone para dar cuenta de nuestro vital impulso hacia otro país que
necesitamos construir con urgencia. Por ellas y ellos, no olvidamos, no
perdonamos y no nos reconciliamos para recorrer el camino de la lucha hacia ese
horizonte socialista que tanto anhelamos.