Nuestro Planeta
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El cambio climático
Humberto Tobón y Tobón
El actual no es el primer periodo de calentamiento del planeta, pero sí es el
primero en que una de las causas relaciona directamente la actividad humana.
Hace 66 millones de años, en el Cenozoico, y luego de una larga etapa de
glaciaciones de 530 millones de años en el Precámbrico, el clima empezó a
calentarse. Muchas de las regiones que hoy son áridas o semiáridas eran húmedas.
Los cambios climáticos se daban de forma natural y algunos de ellos favorecieron
la creación de la vida.
Sin embargo, en el Cenozoico y entre los siglos siete a quince de la era moderna
cuando las temperaturas aumentaron, el efecto invernadero respondía a un ciclo
natural, en el cual los gases presentes en la atmósfera eran capaces de
almacenar radiación de onda larga, es decir, calor. Pero el fenómeno actual está
mediado por una intensa actividad productiva y tecnológica del hombre, lo que
podría acelerar el proceso de calentamiento a niveles desconocidos.
Expertos del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático
[3] predicen que la temperatura de la tierra podría
aumentar en 5,8°C durante el presente siglo, mientras que ese comportamiento en
el siglo XIX fue de 0,5°C. Por su lado, John Houghton [4] afirma que el alza de
temperatura se ha convertido en una especie de arma de destrucción masiva, y
explica que «no es una amenaza futura» sino una realidad presente. En efecto,
los primeros seis años del siglo XXI fueron los más calientes de los últimos 100
años. Toda esta situación radica en las altas concentraciones de dióxido de
carbono, metano, óxido nitroso y clorofluorocarbonos.
Las consecuencias de un aumento tan alto de temperatura serían el
descongelamiento de los casquetes polares del Ártico y la Antártida, aumento del
agua en los mares en 50 centímetros y desaparición de amplias zonas costeras del
mundo que afectarían la economía de 40 países y desplazarían a 200 millones de
personas [5] .
Adicional a ello, el efecto invernadero al que asiste la humanidad variaría
sustancialmente la distribución actual de los recursos hídricos, incrementaría
el régimen de lluvias en algunas zonas secas, alteraría la agricultura y
llevaría a la desertización a algunas regiones que hoy son ricas en bosques.
La situación es tan crítica, que el interés de la comunidad internacional es
lograr que la injerencia antropogénica disminuya ostensiblemente, controlando la
emisión de gases de efecto invernadero, especialmente el CO2, que aporta el 55%
al calentamiento del planeta debido a la deforestación, la producción de energía
eléctrica y el uso de los automotores movidos con combustibles fósiles.
Para lograr que se cumplan los objetivos de controlar las emisiones de efecto
invernadero, se firmó el Protocolo de Kioto en 1997, pero los avances logrados
desde entonces son escasos y frustrantes. Sólo hasta febrero de 2005 se logró
poner en marcha, de manera oficial y con cláusulas vinculantes, este compromiso
internacional. Uno de los pocos escenarios en los que se han tomado decisiones
es en la prohibición de los gases clorofluorocarbonados (CFC) en Europa y
Estados Unidos, la que empezó a operar luego de firmarse el protocolo de
Montreal de 1987 y ratificado en Kioto diez años después. En las naciones en
desarrollo este gas sigue comercializándose, debido a que las grandes fábricas
están vendiendo su stock de refrigeradores que funcionan con base en él, así
como aerosoles que lo tienen como propelente. Los CFC contribuyen con el 10% del
calentamiento global, según estadísticas de la Atomic Energy Agency del Reino
Unido, o sea, algo así como 700.000 toneladas anuales arrojadas a la atmósfera.
El control del aumento de la temperatura en el planeta no depende sólo de la
reducción de los gases con efecto invernadero, sino de la interacción entre el
aire, el océano y los hielos polares, que mantienen un intercambio de calor y
constantes flujos de energía. Cuando la temperatura del aire aumenta, los
océanos liberan más CO2 y los ecosistemas húmedos más CH4. Lo que retroalimenta
el fenómeno, que se potencia con el incremento de la humedad del aire, y su
capacidad de retención de la radiación infrarroja difusa procedente de la
superficie. Además, el océano absorbe la energía del Sol y el mecanismo de
distribución se hace a través de las corrientes marinas. Es evidente que un
aumento en el nivel de las aguas de los océanos hará que el calentamiento global
sea más drástico.
Cuando se aborda el tema de los gases de efecto invernadero, hay una
predisposición a generalizarlos como dañinos, cuando ellos son los que han
permitido que haya vida en el planeta. Si no existieran, la tierra tendría una
temperatura promedio inferior a cero grados centígrados, donde muy posiblemente
la vida nunca hubiera podido desarrollarse. El calentamiento benéfico de la
tierra lo genera la absorción selectiva de la energía solar por el dióxido de
carbono, metano, óxido nitroso, ozono troposférico, clorofluorocarbonos y vapor
de agua. Ellos son transparentes a la radiación solar de onda corta. Estos gases
en pequeñas concentraciones son vitales para nuestra supervivencia.
La crítica que se plantea, es que hay una contribución antropogénica con gases
sintéticos altamente dañinos y otros, que a pesar de ser benéficos, se
sobreutilizan calentando más de lo necesario el planeta con los gravísimos
efectos que se han descrito.
[1] Este documento hace parte del libro "Medio Ambiente: educación, comunicación
y participación ciudadana" escrito por el autor de la columna y publicado la
última semana por la Corporación Autónoma Regional del Risaralda – CARDER.
[2] Economista y Comunicador Social, con estudios de especialización en Medio
Ambiente, Ciencias Políticas y Finanzas Privadas
[3] Grupo Intergubernamental para el Cambio Climático de la Organización
Meteorológica Mundial y el Programa Ambiental de las Naciones Unidas, donde
participan 2.000 científicos de 130 países.
[4]Climatólogo británico, autor del libro «Calentamiento Global: un informe
completo»,
[5] Informe presentado por el Centro Hadley para el Cambio Climático de Gran
Bretaña, 1998.
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