Nuestro Planeta
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La falsa y peligrosa "solidaridad" de las multinacionales y los gobiernos...
http://sipodemos.blogdiario.com/1152642660/la-resistencia-pacifica-del-consumidor/
http://sipodemos.blogdiario.com/1152642660/la-resistencia-pacifica-del-consumidor/
Sin lucha política organizada y activismo social constante y revolucionario,
todas las campañas de sensibilización "ecológicas" (¡qué gran farsa!), todas
esas burdas, absurdas e inútiles campañas de creación de "hábitos saludables" no
sirven de nada, pues los verdaderos y grandes conflictos y destrucciones contra
la naturaleza avanzan y se consolidan, gracias a nuestra ingenuidad y a nuestra
enorme capacidad para tragarnos las trolas y anuncios de nuestros verdugos, de
los grandes manipuladores, de los amos del mundo, esos que mientras fomentana
una guerra te venden una pegatina solidaria contra el SIDA y a te roban unos
euros favor de los refugiados, a favor de las víctimas de las guerras, esas
lucrativas guerras que ellos mismos "crean"...
Chico Mendez, el obrero del caucho, asesinado en Brasil era consciente de lo
mismo que yo ahora intento expresar aquí con un simple ejemplo: todo eso del
reciclaje es una estupidez, pues no hay ningún interés oficial, real y público
de los gobiernos, ayuntamientos, empresas... por crear sistemas generales para
equilibrar y armonizar el crecimiento y el desarrollo en todas sus
manifestaciones. Mientras exista una sociedad basada en el capitalismo, es
imposible luchar contra el cambio climático, pues todo lo que se hace y se dice
en las tontas campañas de "concienciación seudo-ecologista" es tan insuficiente
y aberrante como pretender destruir un tanque tirando besos al aire...
Los tanques se destruyen con otras metodologías, con otras "armas". Y si no
atacamos desde la raíz los problemas, si no conocemos y destruimos las causas de
los problemas, no vamos a resolver nada nunca, produciéndose una lógica
decepción en un breve plazo, pues los efectos del terrorismo capitalista se
hacen cada día más visibles y nos afectan a todos, incluso a los que creemos
vivir en el Primer Mundo, por mucho que los intoxicadores y manipuladores
oficiales, a sueldo de Bush y sus sicarios, intenten camuflarlos.
La ecología si no es revolucionaria no es nada, constituyendo un simple adorno
para "consumo" de ingenuos y despistados. Si uno carece de planteamientos
radicales, nunca va a lograr un mínimo estado de coherencia personal y
colectiva, sufriendo todo tipo de desengaños, tristezas, decepciones... Conocer
las causas, lograr un diagnóstico en base a la exploración, indagación
permanente, análisis constante... para así intentar obtener herramientas que
permitan un cambio significativo y evaluable, es la clave, la verdadera "arma"
esencial de todos los que nos presentamos como RADICALES.
Las correctas campañas de ciertas empresas y ONGs, crean grandes problemas
nuevos, dado que olvidan que hay que atacar las causas y crear verdaderos
proyectos de participación horizontal y directa...
No se combate el cambio climático poniéndose una pegatina un día al año y
tirando el bote de cerveza en el contenedor, pues los responsables directos de
la gran degradación siguen destruyendo y generando pobreza, desigualdad,
injusticia en ese mundo que no vemos, en esa tierra que no vamos a ver nunca,
pues no figuran en los ITINERARIOS TURÍSTICOS DE NINGUNA AGENCIA DE VIAJES.
La mayor parte de los habitantes del planeta no saben nada de reciclaje, pues es
una moda creada por algunos avezados expertos en lavar conciencias de forma
superficial.
LQSomos. Antonio Marín Segovia. Agosto de 2007
"VALENCIA AMABLE"
Cuatro frases que hacen crecer la nariz de Pinocho
Un texto de Eduardo Galeano:
1.- Somos todos culpables de la ruina del planeta
La salud del mundo está hecha un asco. 'Somos todos responsables', claman las
voces de la alarma universal, y la generalización absuelve: si somos todos
responsables, nadie lo es. Como conejos se reproducen los nuevos tecnócratas del
medio ambiente. Es la tasa de natalidad más alta del mundo: los expertos generan
expertos y más expertos que se ocupan de envolver el tema en el papel celofán de
la ambigüedad. Ellos fabrican el brumoso lenguaje de las exhortaciones al
'sacrificio de todos' en las declaraciones de los gobiernos y en los solemnes
acuerdos internacionales que nadie cumple. Estas cataratas de palabras -inundación
que amenaza convertirse en una catástrofe ecológica comparable al agujero del
ozono- no se desencadenan gratuitamente. El lenguaje oficial ahoga la realidad
para otorgar impunidad a la sociedad de consumo, a quienes la imponen por modelo
en nombre del desarrollo y a las grandes empresas que le sacan el jugo. Pero las
estadísticas confiesan. Los datos ocultos bajo el palabrerío revelan que el 20
por ciento de la humanidad comete el 80 por ciento de las agresiones contra la
naturaleza, crimen que los asesinos llaman suicidio y es la humanidad entera
quien paga las consecuencias de la degradación de la tierra, la intoxicación del
aire, el envenenamiento del agua, el enloquecimiento del clima y la dilapidación
de los recursos naturales no renovables. La señora Harlem Bruntland, quien
encabeza el gobierno de Noruega, comprobó recientemente que si los 7 mil
millones de pobladores del planeta consumieran lo mismo que los países
desarrollados de Occidente, "harían falta 10 planetas como el nuestro para
satisfacer todas sus necesidades". Una experiencia imposible. Pero los
gobernantes de los países del Sur que prometen el ingreso al Primer Mundo,
mágico pasaporte que nos hará a todos ricos y felices, no sólo deberían ser
procesados por estafa. No sólo nos están tomando el pelo, no: además, esos
gobernantes están cometiendo el delito de apología del crimen. Porque este
sistema de vida que se ofrece como paraíso, fundado en la explotación del
prójimo y en la aniquilación de la naturaleza, es el que nos está enfermando el
cuerpo, nos está envenenando el alma y nos está dejando sin mundo.
2.- Es verde lo que se pinta de verde
Ahora, los gigantes de la industria química hace su publicidad en color verde, y
el Banco Mundial lava su imagen repitiendo la palabra ecología en cada página de
sus informes y tiñendo de verde sus préstamos. "En las condiciones de nuestros
préstamos hay normas ambientales estrictas", aclara el presidente de la suprema
banquería del mundo. Somos todos ecologistas, hasta que alguna medida concreta
limita la libertad de contaminación. Cuando se aprobó en el Parlamento del
Uruguay una tímida ley de defensa del medio ambiente, las empresas que echan
veneno al aire y pudren las aguas se sacaron súbitamente la recién comprada
careta verde y gritaron su verdad en términos que podrían ser resumidos así:
"los defensores de la naturaleza son abogados de la pobreza, dedicados a
sabotear el desarrollo económico y a espantar la inversión extranjera". El Banco
Mundial, en cambio, es el principal promotor de la riqueza, el desarrollo y la
inversión extranjera. Quizás por reunir tantas virtudes, el Banco manejará,
junto a la ONU, el recién creado Fondo para el Medio Ambiente Mundial. Este
impuesto a la mala conciencia dispondrá de poco dinero, 100 veces menos de lo
que habían pedido los ecologistas, para financiar proyectos que no destruyan la
naturaleza. Intención irreprochable, conclusión inevitable: si esos proyectos
requieren un fondo especial, el Banco Mundial está admitiendo, de hecho, que
todos sus demás proyectos hacen un flaco favor al medio ambiente. El Banco se
llama Mundial, como el Fondo Monetario se llama Internacional, pero estos
hermanos gemelos viven, cobran y deciden en Washington. Quien paga, manda, y la
numerosa tecnocracia jamás escupe el plato donde come. Siendo, como es, el
principal acreedor del llamado Tercer Mundo, el Banco Mundial gobierna a
nuestros países cautivos que por servicio de deuda pagan a sus acreedores
externos 250 mil dólares por minuto, y les impone su política económica en
función del dinero que concede o promete. La divinización del mercado, que
compra cada vez menos y paga cada vez peor, permite atiborrar de mágicas
chucherías a las grandes ciudades del sur del mundo, drogadas por la religión
del consumo, mientras los campos se agotan, se pudren las aguas que los
alimentan y una costra seca cubre los desiertos que antes fueron bosques.
3.- Entre el capital y el trabajo, la ecología es neutral
Se podrá decir cualquier cosa de Al Capone, pero él era un caballero: el bueno
de Al siempre enviaba flores a los velorios de sus víctimas... Las empresas
gigantes de la industria química, petrolera y automovilística pagaron buena
parte de los gastos de la Eco 92. La conferencia internacional que en Río de
Janeiro se ocupó de la agonía del planeta. Y esa conferencia, llamada Cumbre de
la Tierra, no condenó a las transnacionales que producen contaminación y viven
de ella, y ni siquiera pronunció una palabra contra la ilimitada libertad de
comercio que hace posible la venta de veneno. En el gran baile de máscaras del
fin de milenio, hasta la industria química se viste de verde. La angustia
ecológica perturba el sueño de los mayores laboratorios del mundo, que para
ayudar a la naturaleza están inventando nuevos cultivos biotecnológicos. Pero
estos desvelos científicos no se proponen encontrar plantas más resistentes a
las plagas sin ayuda química, sino que buscan nuevas plantas capaces de resistir
los plaguicidas y herbicidas que esos mismos laboratorios producen. De las 10
empresas productoras de semillas más grandes del mundo, seis fabrican pesticidas
(Sandoz, Ciba-Geigy, Dekalb, Pfiezer, Upjohn, Shell, ICI). La industria química
no tiene tendencias masoquistas. La recuperación del planeta o lo que nos quede
de él implica la denuncia de la impunidad del dinero y la libertad humana. La
ecología neutral, que más bien se parece a la jardinería, se hace cómplice de la
injusticia de un mundo donde la comida sana, el agua limpia, el aire puro y el
silencio no son derechos de todos sino privilegios de los pocos que pueden
pagarlos. Chico Mendes, obrero del caucho, cayó asesinado a fines del 1988, en
la Amazonía brasileña, por creer lo que creía: que la militancia ecológica no
puede divorciarse de la lucha social. Chico creía que la floresta amazónica no
será salvada mientras no se haga la reforma agraria en Brasil. Cinco años
después del crimen, los obispos brasileños denunciaron que más de 100
trabajadores rurales mueren asesinados cada año en la lucha por la tierra, y
calcularon que cuatro millones de campesinos sin trabajo van a las ciudades
desde las plantaciones del interior.Adaptando las cifras de cada país, la
declaración de los obispos retrata a toda América Latina. Las grandes ciudades
latinoamericanas, hinchadas a reventar por la incesante invasión de exiliados
del campo, son una catástrofe ecológica: una catástrofe que no se puede entender
ni cambiar dentro de los límites de la ecología, sorda ante el clamor social y
ciega ante el compromiso político.
4.- La naturaleza está fuera de nosotros.
En sus 10 mandamientos, Dios olvidó mencionar a la naturaleza. Entre las órdenes
que nos envió desde el monte Sinaí, el Señor hubiera podido agregar, pongamos
por caso: "Honrarás a la naturaleza de la que formas parte". Pero no se le
ocurrió. Hace cinco siglos, cuando América fue apresada por el mercado mundial,
la civilización invasora confundió a la ecología con la idolatría. La comunión
con la naturaleza era pecado. Y merecía castigo. Según las crónicas de la
Conquista., los indios nómadas que usaban cortezas para vestirse jamás
desollaban el tronco entero, para no aniquilar el árbol, y los indios
sedentarios plantaban cultivos diversos y con períodos de descanso, para no
cansar a la tierra. La civilización que venía a imponer los devastadores
monocultivos de exportación no podía entender a las culturas integradas a la
naturaleza, y las confundió con la vocación demoníaca o la ignorancia. Para la
civilización que dice ser occidental y cristiana, la naturaleza era una bestia
feroz que había que domar y castigar para que funcionara como una máquina,
puesta a nuestro servicio desde siempre y para siempre. La naturaleza, que era
eterna, nos debía esclavitud. Muy recientemente nos hemos enterado de que la
naturaleza se cansa, como nosotros, sus hijos, y hemos sabido que, como
nosotros, puede morir asesinada. Ya no se habla de someter a la naturaleza,
ahora hasta sus verdugos dicen que hay que protegerla. Pero en uno u otro caso,
naturaleza sometida y naturaleza protegida, ella está fuera de nosotros. La
civilización que confunde a los relojes con el tiempo, al crecimiento con el
desarrollo y a lo grandote con la grandeza, también confunde a la naturaleza con
el paisaje, mientras el mundo, laberinto sin centro, se dedica a romper su
propio cielo