Nuestro Planeta
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Las otras verdades de la llamada biogasolina
Héctor García Lozada
Rebelión
Lejos de llenar las expectativas ambientales y sociales, abrió la puerta a la
emisión de contaminantes peligrosos para la salud y la calidad del aire.
El país entró en la era de la sustitución de una parte de los combustibles
fósiles tradicionales, como la gasolina, mediante su mezcla con un
biocombustible como el alcohol etílico o etanol. Sin embargo, el balance
de los beneficios y perjuicios que se pueden derivar en toda la cadena
productiva –desde los campos de producción hasta su uso final, tanto para el
ambiente como para la salud pública–, es muy complejo de demostrar. En otras
palabras, muchas veces lo que se logra es cambiar unos contaminantes por otros
de igual o mayor toxicidad, pero a menos que sea total, la nueva situación no
siempre es tan conveniente.
Verdad sobre la biogasolina
La FAO define técnicamente los biocombustibles como aquellos producidos en forma
directa o indirecta a partir de la biomasa, es decir de materia orgánica de
origen vegetal o animal, incluyendo los materiales procedentes de su
transformación natural o artificial. En este sentido, clasifica los
biocombustibles en tres grupos: los que se derivan de la madera (entre ellos el
metanol), los que se obtienen en la agroindustria (como el etanol de la
caña de azúcar) y los productos de la descomposición de las basuras (como el
metano).
Ahora bien, si se utilizan en forma pura o mezclas entre ellos, tales productos
se reconocen como biocombustibles. Pero si se toma, como en el caso que nos
ocupa, un 10% de uno de ellos (etanol) y se mezcla con el 90% de un derivado del
petróleo (gasolina), es obvio que ya no corresponde a un biocombustible.
¿Cuál podría ser el interés en desviar la denominación correcta del producto? En
Estados Unidos, cuando a principios del siglo pasado se decidió agregar plomo
(un veneno) a la gasolina y no el etanol , engañaron a la gente al
denominarla "etil-gasolina", aprovechando que el compuesto de plomo era el tetra-etilo.
Así nombrada, daba la impresión de que el aditivo era etílico (alcohol) y
reducía la sospecha sobre su impacto, pero no disimuló las graves consecuencias:
millones de personas en el mundo, especialmente niños, afectados en su sistema
renal, neurológico y psicológico por exposición al plomo, además de millones de
muertes prematuras por esta causa.
En el mercado de los combustibles, la "biogasolina" competirá con el biodiésel,
que como se espera, será 100% obtenido de la biomasa (la palma, por citar una
fuente). Aparentemente los dos estarían en igualdad de condiciones debido al uso
de la partícula "bio" con el que la gente puede relacionar una sustancia
amigable, inofensiva o benéfica, pero la verdad, no es esa.
Costos ambientales y en la salud pública
Es cierto que al agregar alcohol a la gasolina se mejora su octanaje y reducen
las emisiones de monóxido de carbono (CO). Sobre este beneficio no hay duda.
Ahora, si tenemos en cuenta que el país aporta el 0,4% de los gases de
invernadero que se emiten en el mundo y que de este porcentaje, el CO es menos
del 10%, se puede deducir que el impacto que tiene la reducción de esta cantidad
de CO es casi despreciable. Pero en aras de nuestra conciencia ambiental,
digamos que es un acto positivo.
En este punto es necesario insistir. Como seguramente lo conoce la opinión
pública, el problema crítico de la contaminación del aire en Bogotá se debe, en
primera instancia, a las partículas (hollín) emitidas por buses y busetas a
diésel; y en segundo lugar, a otro contaminante, el ozono, que se forma por la
reacciones entre los hidrocarburos y los óxidos de nitrógeno, en presencia de la
energía solar.
Cualquier ciudadano común y corriente entenderá que al agregarle alcohol a la
gasolina no se soluciona el problema del contaminante crítico en Bogotá, es
decir, el hollín y, en cambio, puede empeorar la situación porque favorece el
incremento en la concentración de otras sustancias peligrosas.
Alivio peor que la enfermedad
Entonces, ¿en donde están los perjuicios por la adición de alcohol a la
gasolina?
Se refieren básicamente a dos aspectos, el primero, es el que afecta la presión
de vapor de la gasolina, es decir incrementa el "escape" de una mayor cantidad
de vapores (hidrocarburos) hacia la atmósfera, tanto desde los tanques de
almacenamiento, en las estaciones de servicio, como desde los tanques de
combustible de cerca del millón de vehículos que circula en la ciudad. Para dar
una idea de la magnitud de lo que está pasando basta decir que la presión de
vapor pasó de 8 unidades a 9,3, y para "legalizar" este desmejoramiento en la
calidad del combustible, los ministerios de Ambiente y de Minas y Energía, sin
el menor escrúpulo, modificaron la norma de calidad vigente (Res. 898 de 1995)
en la que se establecía el límite de 8 unidades, ¡y la incrementaron a 9,3!,
sepultando el tema de la famosa gasolina "verde" que tanto promocionó Ecopetrol.
Como consecuencia de esa mayor cantidad de vapores en el aire, podemos esperar
la formación de una cantidad adicional de ozono, que es una sustancia altamente
oxidante de las vías respiratorias, debido a que el otro ingrediente (óxidos de
nitrógeno) también se produce en mayor cantidad cuando hay más oxígeno.
No menos importante es que el alcohol en la gasolina promueve una mayor
formación de compuestos oxigenados de alto riesgo como el acetaldehído,
reconocido como una sustancia con potencial de producir cáncer en humanos . Un
estudio reciente demostró que las emisiones de este compuesto al quemar la
gasolina con etsanol se incrementa hasta en un 100% con mezclas que solo
contenían el 3% de alcohol y el resto de gasolina.
En conclusión, a pesar de que Amylkar Acosta –autor y ponente de la Ley de la
Biogasolina– afirma en su documento "La biogasolina. ¡El poder de la naturaleza
en su motor!", divulgado a los cuatro vientos, que: "No hay nada que temer, todo
se ha previsto, por ser un asunto tan delicado no se le ha dado pábulo a la
improvisación o a la imprevisión...", lo argumentado aquí demuestra lo
contrario. Queda la sensación de que lo único que realmente no se descuidó fue
garantizar el montaje del negocio (la planta para producir y vender el alcohol)
y como siempre las "externalidades", es decir, los costos sociales de la
decisión política, léase efectos en la salud, corren por cuenta del pueblo. De
otra manera no se entiende cómo se fabrica una Ley (693 de 2001) que en realidad
no contribuye a solucionar "nuestros" problemas ambientales y de salud pública,
mientras seguimos consumiendo el diésel más "sucio" de Latinoamérica, según la
Directora del Dama (El Tiempo, febrero 26, 2006) y para ese proyecto no se
muestra la misma diligencia de nuestros legisladores ni de la burocracia del
sector.
* Héctor García Lozada, Director del Grupo de Investigación en Contaminación
Atmosférica, Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Colombia y
estudiante del doctorado en Salud Pública