Nuestro Planeta
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El negacionismo del cambio climático
José Santamarta Flórez
Rebelión
El cambio climático a causa de las emisiones de gases de efecto invernadero
hoy, tras el cuarto informe del IPCC presentado el pasado mes de febrero en
París, es una realidad aceptada por toda la comunidad científica, e incluso por
los responsables políticos. Cierto que aún quedan algunos "disidentes", siempre
a sueldo de las empresas que se verán perjudicadas por las medidas que habrá que
adoptar, pero la resistencia es cada vez menor y hoy no pasa de anécdotas.
Pero no siempre ha sido así, y volverá a suceder una y otra vez en el futuro.
Cada vez que ha surgido la preocupación sobre algún problema ambiental, las
multinacionales responsables y sus representantes políticos conservadores,
jaleados por numerosos medios de comunicación, se han lanzado a una campaña de
intoxicación. En 1962 el libro de Rachel Carson Primavera silenciosa dio el
primer aviso de que ciertos productos químicos artificiales se habían difundido
por todo el planeta, contaminando prácticamente a todos los seres vivos hasta en
las tierras vírgenes más remotas. Aquel libro, que marcó un hito y contribuyó a
alumbrar el movimiento ecologista, presentó pruebas del impacto que dichas
sustancias sintéticas tenían sobre las aves y demás fauna silvestre, además de
los seres humanos. La respuesta de la industria fue inmediata, y la
multinacional Monsanto lanzó un folleto titulado Cállese, señora Carson. Aún
hoy, las medidas adoptadas para poner coto a la industria química son
radicalmente insuficientes, incluso en Europa (el Reach, con todas sus
insuficiencias, es la clara manifestación del poder de presión de las
multinacionales), aunque ya todos los países han prohibido el DDT y otros
plaguicidas organoclorados, aunque siempre lo que se hace es tarde, poco y mal.
La industria del tabaco durante décadas negó la relación con el cáncer, y se
opuso a la adopción del Principio de Precaución, o cualquier medida encaminada a
reducir el pernicioso hábito, que tantos beneficios les ha proporcionado, a
costa de nuestra salud. Situación parecida se dio o se da con la industria
nuclear, el amianto, el PVC, los cultivos transgénicos, la sobreexplotación
pesquera, los monocultivos forestales, o el urbanismo disperso y depredador del
territorio.
En 1975 se relaciona la destrucción de la capa de ozono con los CFC, y la
reacción de la industria química y los gobiernos, sobre todo la administración
Reagan en EE UU, es la usual: primero se niega el problema, luego se ridiculiza
o se minimiza, y sólo se acaban aceptando las medidas necesarias cuando el
problema es acuciante y más que evidente, el daño ya es considerable y la
presión vence cualquier resistencia. Las mismas empresas multinacionales que
crean el problema, primero se resisten y sólo ceden cuando otean nuevos
negocios, sustituyendo los productos que han creado por otros, en teoría menos
dañinos, como los sustitutos de los CFC.
Con el cambio climático el problema es infinitamente mayor que con los CFC, el
DDT o los transgénicos, porque afecta al núcleo del sistema económico, a la
energía que mueve toda la actividad económica y que ocasiona las emisiones que
contribuyen al cambio climático, un consumo energético que en un 80% procede de
combustibles fósiles, cuya comercialización controlan unas pocas multinacionales
y que permiten que Estados Unidos, con el 4,7% de la población mundial, emita el
25% del CO2, el principal gas de efecto invernadero.
Estados Unidos, sus multinacionales, sus grupos de presión y su clase política
no están dispuestos, por ahora, a adoptar medidas adecuadas a su responsabilidad
histórica en las emisiones que están ocasionando el cambio climático, lo que
crea un grave problema, no sólo ambiental, sino también ético y de
responsabilidad hacia quienes más sufrirán el cambio climático: los pobres de la
Tierra y las generaciones futuras. Un amplio conglomerado bien lubricado de
"científicos", comunicadores y empresas de relaciones públicas como Burson-Masteller
se encarga de realizar una permanente labor de intoxicación de la ciudadanía,
para proteger los intereses de las empresas responsables de la degradación
ambiental, y en torno al "negacionismo" se ha creado toda una próspera industria
de relaciones públicas y cabildeo ("lobby").
La preocupación sobre el calentamiento global debido a las emisiones humanas de
dióxido de carbono y otros gases de invernadero, como el metano y el óxido
nitroso, se remonta a 1896, año en que el científico sueco Svante Arrhenius lo
formuló por primera vez. Cuando Arrhenius publica su primer cálculo sobre el
calentamiento global debido a las emisiones de CO2, el nivel de CO2 en la
atmósfera ascendía a 290 partes por millón (ppm). En 2006 ascendía a 380 ppm, un
40% más que a comienzos de la revolución industrial, más que en los últimos
480.000 años, y creciendo; de hecho, nadie espera que se estabilicen en una
cifra inferior a las 550 ppm. La ciencia sobre el cambio climático avanzó
lentamente a lo largo del siglo XX, y en 1988, año en que la Conferencia de
Toronto pide una reducción del 20% de las emisiones para el 2005 respecto a los
niveles de 1988, era ya muy evidente la gravedad del problema. Los hitos
posteriores los conocemos: en 1992 se aprueba en Río el Convenio Marco sobre el
Cambio Climático, y en 1997 el Protocolo de Kioto.
¿Quién y porque se oponen? Se oponen las multinacionales del petróleo y del
automóvil, las empresas del carbón y Australia (el mayor exportador de carbón),
algunos países de la OPEP como Arabia Saudí y, sobre todo, Estados Unidos,
primero con Bush padre y sobre todo con Bush hijo, aunque la presidencia de
Clinton tampoco fue muy activa que digamos, aunque al menos no mantuvo la
retórica ultrareaccionaria de los republicanos. El núcleo que financió las
campañas de intoxicación fue la llamada Global Climate Coalition, además de
otros institutos ligados al núcleo duro de multinacionales como Exxon, y con
estrechas relaciones con la política estadounidense, y muy especialmente el
Partido Republicano.
José Santamarta Flórez es director de World Watch