Nuestro Planeta
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Dudosas tecnologías para modificar el clima planetario
Cambio climático: si no puedes con él, cámbialo
Gara
Los indios interpretaban la danza de la lluvia. Los agricultores católicos
rogaban a san Isidro Labrador. Hoy, cada vez más gobiernos del mundo trabajan en
tecnologías, no para conseguir que llueva, sino para cambiar el clima del
planeta. Su uso no convence a todos.
Geoingeniería: manipulación del ambiente a gran escala para provocar cambios que
contrarresten los efectos colaterales nocivos de las actividades humanas.
«Sabemos que los humanos pueden transformar intencionalmente el planeta.
Imaginar que podemos corregir los daños mediante geoingeniría es descabellado.
Los gobiernos que ocasionaron el problema, ahora están experimentando con
geoingeniría, lo cual es profundamente irresponsable, ya que quienes más
sufrirán las consecuencias, nuevamente, serán los países del Sur, que ni
siquiera saben de estos experimentos». Son palabras de Pat Mooney, director
ejecutivo del grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC
group), con sede en Ottawa (Canadá), y que acaba de publicar un revelador
informe titulado ``Jugando con Gaia'', en el que desvela y denuncia la apuesta
de algunos gobiernos por la «reestructuración planetaria como única salida» a
los futuros efectos del calentamiento global terrestre. Y no hablan de plantar
más árboles ni de intercambio de dióxido de carbono. Sino de geoingeniería, de
cambiar el clima.
Dieciocho páginas en las que se trata de poner sobre la mesa el papel cada vez
más relevante, aunque incipiente, que la geoingeniería está cobrando entre
algunos países ricos para hacer frente al cambio climático. Al menos nueve
gobiernos del mundo, además de la Unión Europea, han apoyado distintos
experimentos para comprobar la efectividad de diferentes técnicas. El propio
George W. Bush dio el espaldarazo a esta sospechosa caja de Pandora en mayo de
2006 cuando aseveró: «Abandonemos el debate sobre el origen, natural o humano,
del efecto invernadero, y enfoquémonos en las tecnologías que pueden resolver el
problema». Declaración que coincidió con su apuesta por «una bala de plata
tecnológica» que ayude a combatir este grave problema: la geoingeniería.
En la década de los cuarenta, en el siglo pasado, un prestigioso meteorólogo,
Bernard Vonnegut, descubrió que el humo del yoduro de plata provocaba que las
nubes soltaran lluvia. Puede sorprender, pero una década después, el 10% de las
nubes sobre EEUU habían sido «sembradas» por alguna empresa. Quizá aquello fue
el embrión del años más tarde bautizado como ``Proyecto Popeye'', por el cual la
todopoderosa CIA cubrió de nubes, durante años, la red de caminos del Vietcong y
los arrozales del norte vietnamita, contabilizando más de 2.300 misiones.
¿Anécdotas? Quizá en aquellos años lo fueron. Hoy, la tecnología para cambiar el
clima comienza a preocupar. EEUU, Tailandia, China, India, Australia, Israel,
Sudáfrica, Rusia, Emiratos Arabes y Méjico son países donde se han llevado a
cabo proyectos de siembra cálida de nubes -un proceso con calor, a diferencia de
la siembra fría o glaciogénica-. Según la Organización Meteorológica Mundial
(OMM), al menos 26 gobiernos llevaron a cabo de manera rutinaria experimentos de
alteración climática durante el año 2000. Para el bienio 2003-2004, sólo 16
miembros de este organismo internacional reportaron actividades de este tipo,
aunque se sospecha que realmente fueron más.
Lanzar sombrillas al espacio
En un episodio de Los Simpson titulado «¿Quién disparó a Mr. Burns?», Mr. Burns
diseña un disco enorme que bloquea el Sol para asegurar la completa dependencia
de la ciudad de la energía nuclear. Es ficción. Pero otras iniciativas no lo
son.
En 2004, dos ciudades chinas en la provincia de Henan, Pingdinsghan y Zhoukou,
estuvieron a punto de enfrentarse después de que ambas ensayaran con el disparo
de partículas diminutas de yoduro de plata a la troposfera. Las dos se acusaron
mutuamente de robarse el clima. En 2006, el rey de Tailandia obtuvo dos patentes
de procesos estimuladores de lluvia. No parece extraño que, para 2008, el
Gobierno de Pekin se haya aventurado a prometer días soleados durante la
celebración de los Juegos Olímpicos.
Quizá sigan pareciendo hechos anecdóticos. Sin embargo, que la fuerza aérea
estadounidense redacte un informe titulado ``El clima como fuerza
multiplicadora: poseyendo el clima'', la da una cariz más serio. El clima «puede
proveer una dominación del campo de batalla hasta un grado nunca antes
imaginado», se afirma. Y si no, que se lo pregunten a Napoleón o Hitler en sus
intentos por invadir Rusia.
Roger Angel es una de las mentes más brillantes en óptica moderna en el mundo,
director del Laboratorio de Espejos del Observatorio Steward y del centro de
Óptica Adaptativa Astronómica en EEUU. Ha estudiado la posibilidad de desplegar
una sombrilla espacial en caso de una crisis de calentamiento global. Su plan
consiste en el lanzamiento de una constelación de billones de pequeñas naves
(del tamaño de una oblea) a 1,6 millones de kilómetros de la superficie de la
Tierra, en un punto de la órbita alineado con el Sol, que formen una gran
sombrilla. Este parasol espacial sería desplegado por un total de 20 lanzadores
electromagnéticos, con un lanzamiento cada 5 minutos durante 10 años.
La realidad es que la geoingeniería empieza a ser tomada en serio cada vez por
más gobiernos, pero también por quienes la observan con inquietud. Paul J.
Crutzen, Premio Nóbel y laureado por sus pioneros trabajos sobre la capa de
ozono, firmó en agosto de 2006 en la revista ``Climatic Change'' un
controvertido artículo que proponía investigar el uso de aerosoles
submicrométricos derivados de sulfatos para reflejar la luz del Sol en la
atmósfera y enfriar la Tierra.
Cuando el Monte Pinatubo erupcionó en Filipinas en 1991, esparció millones de
toneladas de sulfuro hacia la atmósfera. Para sorpresa de los científicos, el
sulfuro reflejó tanto el Sol que la superficie de la Tierra se enfrió casi un
grado durante el año siguiente a la erupción. Otro tanto ocurrió con la erupción
del mítico Krakatoa. Debido a que el sulfuro puede alcanzar tales efectos de
enfriamiento, hay científicos que piensan que un plan así podría bajar las
temperaturas globales aun cuando se acumule el dióxido de carbono en la
atmósfera. Lo que no incluía la propuesta de Crutzen, le replica el Grupo ETC,
es el medio millón de muertos que provocarían las partículas contaminantes
lanzadas.
De lo políticamente incorrecto, a lo políticamente correcto. La propia Academia
Nacional de la Ciencia de Estados Unidos preconizó el año pasado la aplicación
de algunas de las propuestas diseñadas por la geoingeniería para frenar el
cambio climático. Entre las medidas que se consideran más apropiadas se
encuentra la fabricación de las citadas «sombrillas» especiales para ponerlas en
órbita y así contrarrestar los rayos solares, de manera que las nubes reflecten
más luz solar hacia el espacio.
Otra idea sugerida fue la de colocar cintas reflectantes que cubran los
desiertos o hacer lo propio con «islas» de plástico blanco que se harían flotar
en todos los océanos, de manera que se pueda reflectar luz solar hacia el
espacio, en lugar de que toda incida sobre la Tierra. Incluso se ha sugerido que
se abone el mar con hierro, lo que produciría que se generaran grandes
extensiones de plantas que absorberían el dióxido de carbono y, al morir, lo
arrastrarían con ellas hacia el fondo del océano. «Deberíamos tratar estas ideas
seriamente», ha defendido Ralph J. Cicerone, presidente de la Academia Nacional
de Ciencias de Washington.
«Sembrar» los mares de hierro
Podría parecer cosa de locos, pero según el grupo ETC, desde 1933 se han
documentado al menos diez experimentos, a cargo de gobiernos o del sector
privado, de «siembra» de secciones de superficie oceánica para demostrar que es
posible la fertilización con hierro y así lograr capturar carbono. Una de las
primeras tentativas la llevó a cabo EEUU, que en octubre de 1993 desplegó una
alfrombra de 64 kilómetros cuadrados de partículas de hierro en el Pacífico
ecuatorial, a 500 kilómetros de las Galápagos: se duplicó la biomasa de las
plantas, se triplicó la cantidad de clorofila y se cuadriplicó la vegetación. En
1995 se llevó a cabo una segunda fase, donde también Gran Bretaña y Méjico
participaron. Pero en ninguna de las dos ocasiones la captura de CO2 fue muy
clara.
En 1999, al sur de Nueva Zelanda, una iniciativa similar aunó a más países,
empresas privadas e incluso recibió financiación de la Unión Europea. Se
distribuyeron partículas de hierro sobre 50 kilómetros cuadrados. Para sorpresa
de sus impulsores, el crecimiento del fitoplancton superó con creces ese límite
y alcanzó una superficie de 1.100 kilómetros cuadrados, lo que hizo temer por
primera vez por las repercusiones medioambientales de estas técnicas.
En julio de 2001, al noroeste de Japón, una entidad nipona con ayuda canadiense
llevó a cabo un experimento similar. Otro más en el verano de 2004 en el
Pacífico norte. Incluso se ha probado en el océano Antártico, donde se arrojaron
casi tres toneladas de partículas de hierro, y en el Golfo de Alaska. Hasta la
Unión Europea hizo sus pinitos en 2004, al sureste de Ciudad del Cabo
(Sudáfrica), donde durante nueves semanas se arrojaron siete toneladas de
sulfato de hierro.
Al calor de estas aventuras gubernamentales, han comenzado a surgir empresas
privadas que el Grupo ETC no duda en calificar de «usureros del carbono». Silvia
Ribero, investigadora mejicana de esta organización, asegura que «aunque no hay
evidencias de su efectividad y se sabe que esta absorción de CO2 no es
permanente, ya existen empresas que explotan esta actividad en forma comercial,
vendiendo `créditos de carbono' por la supuesta absorción de carbono. Sobre esto
se han publicado estudios científicos en ``Science'', alertando de que la
proliferación de estas actividades tendrá impactos de amplio espectro sobre los
ecosistemas marinos y todo lo que depende de éstos. En lugar de enfrentar las
causas reales del desastre climático, la geoingeniería creará nuevas
catástrofes».
En cualquier caso, quizá resulte hasta más convincente la declaración de
intenciones expresada por Russ George, director general de la firma Planktos, al
describir a una periodista las actividades de su empresa en fertilización del
océano: «En realidad, se trata de un experimento de negocios en vez de un
experimento científico».
El Grupo ETC no duda de que la geoingeniería «es la respuesta equivocada al
cambio climático». Sin embargo, en la última Convención Marco de Naciones Unidas
sobre Cambio Climático, celebrada en otoño del pasado año en Nairobi, esta
tecnología tuvo sus momentos de gloria y son cada vez más quienes la miran como
una tentadora herramienta. Incluso en esas mismas fechas se supo que la NASA
discutió a puerta cerrada sobre sus posibilidades, incluyendo la creación
artificial de nubosidad global.
ETC reclama que la geoingeniería forme parte de la agenda de la próxima
convención internacional sobre cambio climático a celebrar este año en Bali y
que también la Organización Meteorológica Mundial haga lo propio en su congreso
anual de mayo. En 1978, la Asamblea General de la ONU adoptó la Convención sobre
la prohibición de utilizar técnicas de modificación ambiental como arma contra
otros estados. Algunas voces críticas empiezan a pensar que quizá sea hora de
actualizar aquel acuerdo a la luz de las nuevas tecnologías.
Joseba VIVANCO
estados
han reportado recientemente a la Organización Meteorológica Mundial actividades
que tuvieron que ver con la modificación climática. Otros cinco lo han admitido,
pero sin remitir datos.
16
billones de
sombrillas lanzadas al espacio permitirían desviar los rayos del Sol a un
kilómetro y medio de distancia de la Tierra, como propone uno de los
experimentos para enfriar nuestro planeta.