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El modo en que los biocombustibles pudieran hacer pasar hambre a los pobres
C Ford Runge y Benjamin Senauer
Foreign Affairs
Traducido por el Equipo de Traductores de Cubadebate y Rebelión
Resumen: Gracias a los altos precios del petróleo y los fuertes
subsidios, el etanol que se produce del maíz es ahora el último grito en los
Estados Unidos. Pero se requiere de tanto suministro de maíz para mantener en
marcha la producción de etanol que el precio del maíz –y el de los demás
alimentos básicos—se está disparando en todo el mundo. Para detener esta
tendencia, e impedir que aún más personas sufran hambre, Washington tiene que
conservar más los insumos para la producción de etanol y diversificarlos.
C. Ford Runge es Profesor Distinguido de Economía Aplicada y Leyes de la
Universidad de McKnight y Director del Centro de Política Internacional de
Agricultura y Alimentación en la Universidad de Minnesota. Benjamín Senauer es
Profesor de Economía Aplicada y Codirector del Centro de la Industria
Alimentaria en la Universidad de Minnesota.
La burbuja del etanol
En 1974, cuando Estados Unidos se estaba recuperando del embargo petrolero
impuesto por la Organización de Países Exportadores de Petróleo, el Congreso
tomó la primera medida legislativa de muchas para promover el etanol producido a
partir del maíz como combustible alternativo. El 18 de abril de 1977, en medio
de los crecientes reclamos de independencia energética, el Presidente Jimmy
Carter se vio obligado a comparecer por televisión para decir a los
estadounidenses que equilibrar la demanda de energía con los recursos nacionales
disponibles sería un esfuerzo "equivalente a guerra desde el punto de vista
moral". La gradual supresión del plomo en los decenios de 1970 y 1980 constituyó
un incentivo adicional a la naciente industria del etanol. (El plomo, sustancia
tóxica, mejora el rendimiento cuando se añade a la gasolina, y éste fue
sustituido en parte por el etanol.) También contribuyeron un grupo de ventajas
fiscales y subsidios que se otorgaron. A pesar de estas medidas, cada año
Estados Unidos se hacía más dependiente del petróleo importado y el etanol
quedaba marginado en el mejor de los casos.
Actualmente, gracias a la combinación de los altos precios del petróleo y los
subsidios gubernamentales aún más generosos, el etanol del maíz se ha convertido
en la última novedad. Según la Asociación de Combustibles Renovables, a finales
de 2006, había 110 refinerías de etanol en funcionamiento en los Estados Unidos.
Muchas fueron ampliadas y otras 73 estaban en construcción. Cuando se terminen
estos proyectos, para finales de 2008, la capacidad de producción de etanol de
los Estados Unidos alcanzará un estimado de 11 400 millones de galones anuales.
En el último discurso sobre el estado de la Unión, el Presidente George W. Bush
exhortó al país a producir 35 mil millones de galones de combustible renovable
al año para el 2017, casi el quíntuplo del nivel actualmente exigido.
La ofensiva del etanol y otros biocombustibles ha generado una industria que
depende de miles de millones de dólares de subvenciones de los contribuyentes, y
no solamente en los Estados Unidos. En 2005, la producción mundial de etanol fue
de 9 660 millones de galones, de los cuales Brasil produjo el 45,2 por ciento (a
partir de la caña de azúcar) y los Estados Unidos, el 44,5 por ciento (del
maíz). La producción mundial de biogasoil (principalmente en Europa), fabricado
a partir de las semillas de aceite, fue casi de mil millones de galones.
El crecimiento de la industria ha significado que una parte cada vez mayor de la
producción de maíz esté siendo utilizada para alimentar los enormes molinos que
producen etanol. Según algunos estimados, las instalaciones industriales de
etanol consumirán hasta la mitad de los suministros nacionales de maíz
estadounidense dentro de pocos años. La demanda de etanol llevará las
existencias de maíz en el 2007 a los niveles más bajos desde 1995 (año de
sequía), aun cuando en 2006 se obtuvo la tercera cosecha más grande de maíz que
se haya registrado. Iowa pudiera convertirse pronto en un importador neto de
maíz.
El enorme volumen de maíz que requiere la industria del etanol está
conmocionando el sistema alimentario. (A Estados Unidos corresponde
aproximadamente el 40 por ciento de la producción total de maíz del mundo y más
de la mitad de todas las exportaciones de maíz.) En marzo de 2007, los contratos
a futuro de maíz llegaron a más de $4.38 la fanega, el nivel más alto en diez
años. Los precios del trigo y del arroz también han aumentado a los niveles más
altos del decenio, porque aunque esos granos se utilizan cada vez más como
sustitutos del maíz, los granjeros están sembrando más acres de maíz y menos
acres de otros cultivos.
Esto pudiera parecer el nirvana de los productores de maíz, pero difícilmente lo
sea para los consumidores, en especial en los países pobres en desarrollo,
quienes serán afectados doblemente si tanto el precio de los alimentos como el
del petróleo se mantienen altos. Según cálculos del Banco Mundial en el 2001, 2
700 millones de personas en el mundo vivían con menos de 2 dólares diarios; para
ellos, hasta los incrementos marginales en el costo de los cereales básicos
pudiera ser devastador. Para llenar el tanque de 25 galones de un SUV (vehículo
utilitario deportivo) con etanol puro se necesita más de 450 libras de maíz, lo
cual contiene suficientes calorías para alimentar a una persona durante un año.
Con la presión que está ejerciendo sobre los suministros mundiales de cultivos
comestibles, el aumento de la producción de etanol se traducirá en precios más
altos para los alimentos básicos y procesados en todo el mundo. Los
biocombustibles han vinculado los precios del petróleo y los alimentos de tal
manera que pudieran modificar profundamente las relaciones entre los productores
de alimentos, los consumidores y las naciones en los próximos años, con
consecuencias posiblemente devastadoras para la pobreza global y la seguridad
alimentaria.
La economía del petróleo y el biocombustible
En los Estados Unidos y otras grandes economías, la industria del etanol se
mantiene a flote de manera artificial por las subvenciones del gobierno, los
niveles de producción mínimos y los créditos tributarios. Durante los últimos
años los altos precios del petróleo han llevado al etanol de forma natural a un
lugar competitivo, pero el gobierno de los Estados Unidos continúa subsidiando
fuertemente a los productores de maíz y de etanol. Los subsidios directos al
maíz llegaron a los 8 900 millones de dólares en 2005. Aunque estos pagos
disminuirán en 2006 y 2007 debido a los altos precios del maíz, pudieran pronto
resultar pequeños por la panoplia de créditos fiscales, donaciones y préstamos
gubernamentales incluidos en la legislación energética aprobada en 2005 y en un
proyecto de ley agrícola pendiente destinados a apoyar a los productores de
etanol. El gobierno federal ya otorga a los mezcladores de etanol una exención
tributaria fiscales de 51 centavos por galón de etanol producido, y muchos
estados pagan subsidios adicionales.
Se esperaba que el consumo de etanol en los Estados llegara a más de 6 mil
millones de galones en 2006. (Se esperaba que el consumo de biogasoil fuera de
aproximadamente 250 millones de galones.) En 2005, el gobierno estadounidense
instruyó 7 500 millones de galones de biocombustibles anuales para el 2012; a
principios de 2007, 37 gobernadores propusieron aumentar esa cifra a 12 mil
millones de galones para el año 2010; y en enero pasado, el Presidente Bush la
aumentó aún más, a 35 mil millones de galones para el 2017. Cada año se necesita
seis mil millones de galones de etanol para sustituir el aditivo del combustible
conocido como MTBE (éter mitil tert-butílico: aditivo en gasolina anticolisión
sin plomo), el cual se está retirando de la circulación debido a sus efectos
contaminantes para las aguas subterráneas.
La Comisión Europea está empleando medidas y directrices legislativas para
fomentar la producción del biogasoil, fundamentalmente en Europa, a partir de
las semillas de colza y de girasol. En 2005, la Unión Europea produjo 890
millones de galones de biogasoil, más del 80 por ciento del total mundial. La
política agrícola común de la Unión Europea también estimula la producción de
etanol a partir de una combinación de remolacha azucarera y trigo con
subvenciones directas e indirectas. Bruselas se propone que para el 2010, el
5,75 por ciento del combustible motor que se consuma en la Unión Europea
provenga de los biocombustibles y para el 2020, el 10 por ciento.
Brasil, que actualmente produce aproximadamente la misma cantidad de etanol que
los Estados Unidos, lo extrae casi en su totalidad de la caña de azúcar. Al
igual que los Estados Unidos, Brasil comenzó su búsqueda de energía alternativa
a mediados del decenio de 1970. El gobierno ha ofrecido incentivos, ha
establecido normas técnicas y ha invertido en tecnologías de apoyo y la
promoción del mercado. Ha ordenado que todo el gasoil contenga un dos por ciento
de biogasoil para el 2008 y cinco por ciento de biogasoil para el 2013. Además
ha exigido que la industria automotriz produzca motores que puedan usar
biocombustibles y ha elaborado estrategias de amplio alcance para promover la
industria y el uso de la tierra. Otros países también se están sumando al uso
del biocombustible. En el Asia Sudoriental, se están desmontando y quemando
inmensas áreas de selva tropical para sembrar palmas de aceite destinadas a la
conversión en biogasoil.
Esta tendencia tiene gran empuje. A pesar del descenso reciente, muchos
especialistas esperan que el precio del petróleo crudo se mantenga alto a largo
plazo. La demanda de petróleo continúa subiendo con mayor rapidez que los
suministros, y las nuevas fuentes de petróleo a menudo su explotación resulta
muy costosa o están ubicadas en zonas de riesgo político. Según las últimas
proyecciones de la Administración de Información Energética de los Estados
Unidos, el consumo de energía mundial aumentará en un 71 por ciento entre 2003 y
2030, y la demanda de los países en desarrollo, principalmente China y la India,
sobrepasará la de los miembros de la Organización de Cooperación y Desarrollo
Económico (OCDE) para el año 2015. El resultado será una presión alcista en los
precios del petróleo, lo que permitirá a los productores de etanol y biogasoil
pagar primas mucho más altas por el maíz y las semillas oleaginosas de lo que se
podía imaginar hace sólo unos años. Mientras más altos sean los precios del
petróleo, más pueden subir los precios del etanol en tanto se mantenga
competitivo, y más productores de etanol podrán pagar por el maíz. Si el
petróleo alcanzara los 80 dólares por barril, los productores de etanol pudieran
pagar perfectamente más de 5 dólares por fanega de maíz.
Con el precio de las materias primas a tales alturas, la novedad del
biocombustible provocaría una tensión significativa en otras partes del sector
agrícola. En realidad ya lo hace. En los Estados Unidos, el crecimiento de la
industria del biocombustible ha dado lugar a incrementos no sólo en los precios
del maíz, las semillas oleaginosas y otros granos, sino también en los precios
de los cultivos y productos que al parecer no guardan relación. El uso de la
tierra para cultivar el maíz que alimente las fauces del etanol está reduciendo
el área destinada a otros cultivos. Los procesadores de alimentos que utilizan
cultivos como los guisantes y el maíz tierno se han visto obligados a pagar
precios más altos para mantener los suministros seguros; costo que a la larga,
pasará a los consumidores. El aumento de los precios de los alimentos también
está golpeando las industrias ganaderas y avícolas. Según Vernon Eidman,
profesor emérito de administración agroindustrial en la Universidad de Minnesota,
los costos más altos de los alimentos han provocado la caída abrupta de los
ingresos, en especial en los sectores avícola y porcino. Si los ingresos
continúan disminuyendo, la producción también lo hará y aumentarán los precios
del pollo, pavo, cerdo, leche y huevos. Un grupo de productores de carne de
cerdo en Iowa pudieran verse fuera del negocio en los próximos años, debido a
que se ven obligados a competir con las plantas de etanol para obtener los
suministros de maíz.
Los defensores del etanol a base de maíz argumentan que puede incrementarse la
superficie en acres y los rendimientos para satisfacer la demanda de etanol en
ascenso. Sin embargo, los rendimientos del maíz estadounidense han estado
aumentando en un poco menos del dos por ciento anual durante los últimos diez
años, e incluso aunque se duplicaran esos resultados no satisfarían la demanda
actual. En la medida que se siembren más acres de maíz, habrá que quitar terreno
a otros cultivos o a las zonas frágiles desde el punto de vista ambiental, como
las áreas protegidas por el Programa de Reserva de Conservación del Departamento
de Agricultura.
Además de estas fuerzas fundamentales, las presiones especulativas han creado lo
que pudiera llamarse la "obsesión del biocombustible": los precios están
subiendo porque muchos compradores piensan que van a subir. Los fondos de
cobertura están haciendo enormes apuestas en el maíz y en el mercado alcista
desatado por el etanol. La obsesión del biocombustible se está apropiando de las
reservas de granos haciendo caso omiso de las consecuencias evidentes. Al
parecer, esta obsesión une a fuerzas poderosas, incluido el entusiasmo de los
motoristas por los vehículos grandes e ineficientes en el uso del combustible y
el sentimiento de culpa por las consecuencias ecológicas de los combustibles
basados en el petróleo. Sin embargo, aun cuando el etanol haya creado
oportunidades para que el sector agroindustrial, los especuladores y algunos
granjeros obtengan enormes ganancias, ha alterado los flujos tradicionales de
los productos básicos y los patrones del comercio y el consumo, dentro y fuera
del sector agrícola.
Esta obsesión creará un problema diferente si los precios del petróleo bajan
debido a, digamos, una recesión en la economía mundial. Con el petróleo a 30
dólares el barril, la producción de etanol ya no sería rentable a menos que el
maíz se vendiera a menos de 2 dólares la fanega, y eso significaría un retorno a
los malos tiempos de los bajos precios para los granjeros estadounidenses. Las
instalaciones industriales de etanol que no cuenten con el capital suficiente
para llevar a cabo sus operaciones estarían en peligro, y las cooperativas
propiedad de los granjeros serían especialmente vulnerables. Los pedidos de
subvenciones, exigencias de pago y ventajas fiscales se harían más estridentes
de lo que son ahora: se clamaría por el rescate masivo de una industria
sobredimensionada. En ese momento, las principales inversiones que se hayan
hecho en los biocombustibles comenzarían a verse como una apuesta fallida. Por
otra parte, si los precios del petróleo se sostienen alrededor de los 55-60
dólares, los productores de etanol pudieran pagar de $3.65 a $4.54 por una
fanega de maíz y arreglárselas para tener una ganancia normal del 12 por ciento.
Pase lo que pase en el mercado del petróleo, la ofensiva por la independencia
energética, la cual ha sido la justificación básica de las enormes inversiones y
los subsidios a la producción de etanol, ya hizo a la industria dependiente de
los altos precios del petróleo.
Cornucopia
Una de las causas fundamentales del problema es que la industria de los
biocombustibles ha estado dominada desde hace mucho tiempo no por las fuerzas
del mercado sino por la política y los intereses de un pequeño grupo de grandes
empresas. El maíz se ha convertido en la material prima principal aun cuando los
biocombustibles pudieran fabricarse de manera más eficiente a partir de una
variedad de otras fuentes, como los pastos y las virutas de madera, si el
gobierno financiara la necesaria investigación y desarrollo. Pero en los Estados
Unidos, por lo menos, el maíz y la soya se han utilizado como insumos
principales durante muchos años gracias en gran medida a los esfuerzos de los
grupos de presión de los cultivadores de maíz y soya y a la Archer Daniels
Midland Company (ADM), el productor de etanol más importante en el mercado
estadounidense.
Desde finales del decenio de 1960, la ADM se posesionó como el "supermercado
para el mundo" y se propuso crear valor a partir de los productos básicos a
granel transformándolos en productos elaborados que demandan precios más altos.
En el decenio de 1970, la ADM comenzó a producir etanol y otros productos
resultantes de la molienda húmeda del maíz, como el sirope de de maíz rico en
fructosa. Se convirtió rápidamente de actor de menor importancia en el mercado
de los alimentos en puntal del mundo. En 1980, la producción de etanol de ADM
había alcanzado los 175 millones de galones por año, y el sirope de maíz rico en
fructosa se había convertido en agente edulcorante omnipresente en los alimentos
procesados. En 2006, la ADM fue el principal productor de etanol en los Estados
Unidos: fabricó más de 1070 millones de galones, más del cuádruplo que su rival
más próximo, VeraSun Energy. A principios de 2006, anunció que planificaba
incrementar su inversión en bienes de capital en el etanol de 700 millones de
dólares a 1 200 millones en 2008 e incrementar la producción en un 47 por
ciento, o cercana a los 500 millones de galones para el 2009.
La ADM debe mucho de su crecimiento a las conexiones políticas, en especial con
los legisladores más importantes que pueden destinar subsidios especiales a sus
productos. El vicepresidente Hubert Humphrey promovió muchas de esas medidas
cuando era senador por Minnesota. El senador Bob Dole (republicano por Kansas)
defendió incansablemente a la compañía durante su larga carrera. Como señalara
el crítico conservador James Bovard hace más de una década, casi la mitad de las
ganancias de ADM han venido de los productos que el gobierno de los Estados
Unidos ha subsidiado o protegido.
En parte como resultado del apoyo del gobierno, el etanol (y en menor medida el
biocombustible) es actualmente un componente importante en los sectores agrícola
y energético de los Estados Unidos. Además del crédito fiscal del gobierno
federal para el etanol de 51 centavos por galón, los pequeños productores
obtienen una reducción tributaria de 10 centavos por galón en los primeros 15
millones de galones que ellos produzcan. Existe también la "norma de combustible
renovable", el nivel normativo de combustible no fósil que se debe emplear en
los vehículos motores, que ha dado lugar a una guerra de apuestas políticas. A
pesar de los ya altos subsidios del gobierno, el Congreso está considerando
prodigar más dinero a los biocombustibles. La legislación relativa al proyecto
de ley agrícola de 2007 presentado por el representante Ron Kind (demócrata por
Wisconsin) exhorta a aumentar las garantías de los préstamos a los productores
de etanol de 200 millones de dólares a 2 mil millones. Los defensores del etanol
producido del maíz han racionalizado los subsidios señalando que una mayor
demanda de etanol aumenta los precios del maíz y reduce los subsidios a los
productores de este grano.
La industria del etanol también se ha convertido en escenario del proteccionismo
en la política comercial estadounidense. A diferencia de las importaciones de
petróleo, que entran en el país libre de impuestos, la mayoría del etanol que
actualmente se importa en los Estados Unidos lleva un arancel de 54 centavos por
galón, en parte porque el etanol de menor precio procedente de países como
Brasil amenaza a los productores estadounidenses. (La caña de azúcar brasileña
puede convertirse en etanol de manera más eficiente que el maíz estadounidense.)
La Iniciativa de la Cuenca del Caribe podría socavar esta protección: el etanol
brasileño puede embarcarse ya libre de impuestos a los países de la Cuenca del
Caribe, como Costa Rica, El Salvador, o Jamaica, y el acuerdo permite que este
vaya libre de impuestos de allí a los Estados Unidos. Sin embargo, los
defensores del etanol en el Congreso están presionando para que se apruebe otra
legislación adicional que limite esas importaciones. Esas medidas
gubernamentales protegen a la industria de la competencia a pesar del daño que
pueden causar a los consumidores.
Matar de inanición a los hambrientos
Los biocombustibles pudieran tener efectos todavía más devastadores en el resto
del mundo, sobre todo en los precios de los alimentos básicos. Si el precio del
petróleo se mantiene elevado –lo que es probable –las personas más vulnerables a
las subidas de precio provocadas por la fiebre de los biocombustibles serán las
de los países afectados por la escasez de alimentos y de importaciones de
petróleo. El riesgo es común para una buena parte del mundo subdesarrollado: en
el 2005, según datos de la FAO, la mayoría de los 82 países de bajos ingresos
afectados por el déficit de alimentos también constituyen importadores netos de
petróleo.
Incluso los grandes exportadores de petróleo que invierten sus petrodólares en
la compra de alimentos, como México, no pueden eludir las consecuencias de los
incrementos de los precios de los alimentos. A finales del 2006, el precio de la
harina para elaborar tortillas en México, que recibe el 80 por ciento de sus
importaciones de maíz de los Estados Unidos, se duplicó en parte a causa del
aumento de los precios del maíz estadounidense de 2.80 a 4.20 dólares la fanega
en los últimos meses. (Los precios se elevaron pese a que las tortillas se
elaboran fundamentalmente con el maíz blanco que se cultiva en México porque los
consumidores industriales del maíz amarillo importado, que se emplea en la
elaboración de piensos y alimentos procesados, comenzaron a comprar la variedad
blanca más barata.) El repentino aumento se exacerbó a causa de la especulación
y el acaparamiento. Puesto que alrededor de la mitad de los 107 millones de
mexicanos viven en la pobreza y tienen en las tortillas su principal fuente de
calorías, las protestas no se hicieron esperar. En enero del 2007, Felipe
Calderón, el nuevo presidente mexicano se vio obligado a fijar un tope a los
precios de los productos derivados del maíz.
El Instituto Internacional de Investigaciones sobre Políticas Alimentarias (IFPRI),
en Washington, D.C., ha presentado estimados aleccionadores sobre la posible
repercusión internacional de la creciente demanda de biocombustibles. Mark
Rosegrant, director de una de las divisiones del IFPRI, y sus colegas prevén que
en vistas de que los precios del petróleo continúan aumentando, el crecimiento
vertiginoso de la producción de biocombustibles elevará los precios del maíz en
un 20 por ciento para el 2010 y en un 41 por ciento para 2020. Se pronostica de
igual modo que los precios de las semillas oleaginosas, entre las que se
incluyen la soya, la colza y el girasol, aumenten en un 26 por ciento para el
2010 y en un 76 por ciento para el 2020, y los precios del trigo en un 11 y en
un 30 por ciento para el 2010 y el 2020, respectivamente. En las zonas más
pobres de África subsahariana, Asia y América Latina, donde la yuca constituye
un alimento básico, se espera que el precio crezca en un 33 por ciento para el
2010 y en un 135 por ciento para 2020. Los incrementos de precio previstos
pudieran atenuarse si los rendimientos de los cultivos se elevan a niveles
considerables o si se viabiliza la comercialización de la producción de etanol a
partir de otras materias primas como (árboles y hierba). No obstante, a menos
que se modifiquen de forma significativa las políticas relacionadas con
biocombustibles, es poco probable que ello suceda.
La producción de etanol a partir de la yuca pudiese representar una seria
amenaza a la seguridad alimentaria de los más pobres del mundo. La yuca, un
tubérculo tropical similar a la papa, también conocida como mandioca, aporta un
tercio de las necesidades calóricas de la población de África subsahariana y
constituye el alimento básico de más de 200 millones de los habitantes más
pobres de África. En muchos países tropicales, es el alimento al que las
personas recurren cuando no pueden costear otros. También es una importante
reserva cuando se malogran otros cultivos porque puede sembrarse en suelos
pobres y en condiciones áridas y además puede dejarse en los campos para
cosecharla cuando sea necesario.
Gracias a su alto contenido de almidón, la yuca también es una fuente excelente
de etanol. Como la tecnología para convertirlo en combustible se va
perfeccionando, muchos países – entre los que se incluyen China, Nigeria y
Tailandia –están contemplando la posibilidad de dedicar mayores volúmenes de ese
cultivo a ese fin. Si los pequeños agricultores de los países en desarrollo
lograsen convertirse en suministradores de esta industria incipiente, se
beneficiarían con el aumento de los ingresos. Sin embargo, la historia de la
demanda industrial de los cultivos agrícolas en esos países sugiere que serán
los grandes productores los más beneficiados. La consecuencia probable de un
auge en la producción de etanol a partir de la yuca es que un creciente número
de pobres tendrá que esforzarse todavía más para alimentarse.
Los participantes en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996 acordaron
reducir la cifra de hambrientos crónicos en el mundo –personas que no consumen
con regularidad la cantidad de calorías suficientes para mantenerse saludables y
activos –de 823 millones en 1990 a cerca de 400 millones para el 2015. Los
Objetivos de Desarrollo del Milenio establecidos por las Naciones Unidas en el
2000 expresan el compromiso de reducir a la mitad la cantidad de desnutridos
crónicos del mundo de un 16 por ciento en 1990 a un ocho por ciento para el
2015. No obstante, en términos realistas, es probable que la alternativa de los
biocombustibles agrave el hambre mundial. Varios estudios de economistas del
Banco Mundial y otras instituciones sugieren que el consumo de calorías entre
los pobres del mundo disminuye aproximadamente un 0,5 por ciento cada vez que
los precios promedio de los alimentos básicos más importantes se incrementan en
un uno por ciento. Cuando un alimento básico se encarece, las personas tratan de
remplazarlo con uno más barato, pero si se elevan los precios de casi todos los
productos básicos, se agotarán sus opciones.
En una investigación sobre la seguridad alimentaria mundial que realizamos en el
2003, pronosticamos que de acuerdo con las tasas de crecimiento económico y
demográfico, la cifra de hambrientos del mundo se reduciría en un 23 por ciento,
casi 625 millones de personas, para el 2025, siempre que la productividad
agrícola creciera de forma tal que se pudiesen mantener constantes los precios
relativos de los alimentos. Sin embargo, si los demás factores no varían, se
elevan los precios de los alimentos básicos a causa de la demanda de
biocombustibles, como sugieren las proyecciones del IFPRI, la cantidad de
personas que en el mundo no tienen su seguridad alimentaria garantizada
aumentará a más de 16 millones cada vez que se incremente en un uno por ciento
el precio real de los alimentos básicos. De ser así, para el 2025 podría haber
mil doscientos millones de personas hambrientas, 600 millones más que la cifra
antes prevista.
Los más pobres del mundo ya invierten entre el 50 y el 80 por ciento de los
ingresos totales de sus hogares a la compra de alimentos. Para los muchos que
entre ellos son trabajadores agrícolas sin tierra o agricultores rurales de
subsistencia, un aumento significativo en los precios de los alimentos básicos
equivaldrá a desnutrición y hambre. Algunos caerán del borde de la subsistencia
al abismo de la inanición y muchos más morirán a causa de una multitud de
enfermedades relacionadas con el hambre.
La hierba es más verde
¿Y por qué? Beneficios ambientales limitados en el mejor de los casos. Aunque es
importante pensar en métodos para desarrollar la energía renovable, también se
deben analizar cuidadosamente las entusiastas afirmaciones de que los
biocombustibles son "ecológicos". A menudo se considera que el etanol y el
biogasoil no degradan el medio ambiente porque su base es biológica en lugar de
petrolera. De hecho, aun cuando toda la cosecha de maíz de los Estados Unidos se
utilizara para producir etanol, ese combustible solo sustituiría el 12 por
ciento del consumo actual de gasolina de los Estados Unidos. La idea del etanol
como alternativa ecológica a los combustibles fósiles reafirma la quimera de la
independencia energética y de desvinculación de los intereses de los Estados
Unidos de un Oriente Medio cada vez más turbulento.
¿Deben utilizarse el maíz y la soya como cultivos para la producción de
combustible? La soya y en particular el maíz son cultivos en hilera que
contribuyen a la erosión del suelo y a la contaminación del agua y requieren
grandes cantidades de fertilizantes, pesticidas y combustible para la
plantación, cosecha y secado. Constituyen la causa fundamental del derrame de
nitrógeno –la peligrosa fuga de nitrógeno de los campos cuando llueve- del tipo
que ha creado la llamada zona de la muerte en el Golfo de México, un área del
océano del tamaño de Nueva Jersey que tiene tan poco oxigeno que apenas admite
la vida. En los Estados Unidos, el maíz y la soya se cosechan generalmente como
cultivos de rotación porque la soya le agrega nitrógeno al suelo que el maíz
necesita para crecer. Pero como el maíz desplaza cada vez más a la soya como
fuente principal de etanol, se cultivará constantemente lo que a la vez
requerirá aumentos sustanciales de fertilizantes nitrogenados y agravará el
problema de la pérdida de nitrógeno.
El etanol que se obtiene a partir del maíz tampoco es un combustible muy
eficiente. Los debates respecto del "equilibrio de energía neta" de los
biocombustibles y la gasolina –la relación entre la energía que producen y la
energía necesaria para producirlos – ha hecho furor durante decenios. Por el
momento, el etanol a partir del maíz parece contar con más adeptos que la
gasolina y el biogasoil más que gasoil del petróleo, pero no en gran medida. Los
científicos del Laboratorio Nacional Argonne y del Laboratorio Nacional de
Energía Renovable han calculado que la relación de energía neta de la gasolina
es 0.81, resultado que indica que la entrada es mayor que la salida. Por otra
parte, este tipo de etanol tiene una relación que oscila entre 1.25 y 1.35, que
es mejor que si fuera equivalente. El gasoil del petróleo tiene una proporción
de energía de 0.83, comparado con el del biogasoil que se produce a partir de la
soya que oscila entre 1.93 y 3.21. (El biogasoil producido a partir de otras
grasas y aceites, como la grasa de restaurante puede ser más eficiente desde el
punto de vista energético).
Se observan resultados similares cuando se comparan los biocombustibles con
gasolina utilizando otros índices de impacto ambiental como las emisiones de
gases de efecto invernadero.
El ciclo total de la producción y utilización del etanol que se obtiene del maíz
emite menos gases de efecto invernadero que el de la gasolina, pero solo entre
un 12 y un 26 por ciento. La producción y utilización de biogasoil emite entre
un 41 y un 78 por ciento menos de estos gases que la producción y utilización de
combustibles gasoil a partir del petróleo.
Otro punto de comparación son las emisiones de gases de efecto invernadero por
milla recorrida por un vehículo, donde se tiene en cuenta la eficiencia relativa
del combustible. Si se utilizan mezclas de gasolina con un 10 por ciento de
etanol producido con maíz, en lugar de gasolina pura, se disminuyen las
emisiones en un 2 por ciento. Si la mezcla contiene un 85 por ciento de etanol
(que solo los vehículos de combustible flexible pueden utilizar) las emisiones
de gas de efecto invernadero disminuyen aun más: en un 23 por ciento si el
etanol se obtuvo del maíz, y en un 64 por ciento si fue de celulosa. De igual
modo, el gasoil que contiene un 2 por ciento de biogasoil emite 1.6 por ciento
menos de gases de efecto invernadero que el gasoil de petróleo, mientras que las
mezclas con un 20 por ciento de biogasoil emiten 16 por ciento menos y el
biogasoil puro (también solo para uso en vehículos especiales emite 78 por
ciento menos. Por otra parte, el biogasoil puede aumentar las emisiones de óxido
de nitrógeno, que contribuye a la contaminación ambiental. En resumen, las
virtudes "ecológicas del etanol y del biogasoil son modestas cuando estos
combustibles se producen a partir del maíz y de la soya que son cultivos de
hileras que consumen mucha energía y son altamente contaminantes.
Los beneficios de los biocombustibles son mayores cuando se utilizan otras
plantas que no incluyen al maíz o aceites no procedentes de la soya. El etanol
producido totalmente de celulosa (que se encuentra en los árboles, hierba y
otras plantas) tiene una proporción de energía de entre 5 y 6 y emite entre 82 y
85 por ciento menos de gases de efecto invernadero que la gasolina. Muchos
afirman que en la medida en que el maíz se torne más escaso y más caro, la
industria del etanol centrará cada vez más su atención en la hierba, árboles y
residuos de cosechas como la paja de arroz y el trigo y los tallos del maíz. El
pasto y los árboles pueden cosecharse en tierras no aptas para la siembra de
cultivos alimentarios o en climas hostiles para el maíz y la soya.
Descubrimientos recientes en el campo de las enzimas y las tecnologías de la
gasificación han tornado más fácil la extracción de celulosa en plantas leñosas
y en la paja. Los experimentos de campo indican que los pastizales perennes
podrían convertirse en una fuente promisoria de biocombustible en el futuro.
Sin embargo, por ahora, los costos de recolección, transportación y conversión
de la materia de esas plantas son muy elevados, lo que significa que el etanol
procedente de la celulosa todavía no es viable desde el punto de vista comercial
cuando se compara con las economías de escala de la producción actual basada en
el maíz. El administrador de una planta de etanol en el Medio Oeste ha calculado
que el combustible necesario para una planta de etanol alimentada con césped,
una alternativa muy discutida, necesitaría una carga de césped de un camión con
remolque cada seis minutos, 24 horas al día. Las dificultades logísticas y los
costos de convertir la celulosa en combustible, aparejada con los subsidios y
las políticas que actualmente favorecen la utilización del maíz y la soya hacen
que sea irreal la idea de que el etanol a partir de la celulosa se convierta en
una solución en el próximo decenio. Hasta tanto ocurra esto, depender más de la
caña de azúcar para producir etanol en los países tropicales resultaría más
eficiente que utilizar maíz y no entrañaría el uso de un alimento básico.
El futuro puede ser más luminoso si se toman las medidas adecuadas en estos
momentos. Limitar la dependencia de los Estados Unidos de los combustibles
fósiles requiere un programa abarcador de conservación de energía. En lugar de
promover más autorizaciones, ventajas fiscales y subsidios para los
biocombustibles, el gobierno de los Estados Unidos debe contraer un importante
compromiso de aumentar sustancialmente la eficiencia energética en los
vehículos, viviendas y fábricas; estimular el uso de fuentes de energía
alternativas como la energía solar y la energía eólica; invertir en
investigaciones para mejorar la productividad agrícola y elevar la eficiencia de
los combustibles obtenido de la celulosa. La obstinación de Washington en cuanto
a la producción de etanol a partir del maíz ha distorsionado el programa
nacional y alejado su atención del desarrollo de una estrategia amplia y
equilibrada. En marzo, el Departamento de Energía de los Estados Unidos anunció
que invertiría hasta 385 millones de dólares en 6 biorrefinerías destinadas a
convertir la celulosa en etanol. Ese es un paso prometedor en la dirección
correcta.