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La soberanía alimentaria: una ética de vida
Irene León
Alai-amlatina
600 delegados/as, provenientes de los cinco continentes y representantes de
los sectores de la sociedad interesados por las cuestiones agrícolas y
alimentarias concurrirán al Foro Mundial por la Soberanía Alimentaria "Nyéléni
2007", que se desarrollará en la aldea de Sélingué, Malí, del 23 al 27 de
febrero de 2007. El día anterior, las mujeres participantes efectuarán un evento
propio para debatir sobre el desarrollo de los conocimientos en la producción
alimenticia -especialmente en agricultura y semillas- y la interrelación entre
los derechos de las mujeres y la soberanía alimentaria. Habrá también,
demostraciones prácticas e intercambios de conocimientos.
"La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a definir sus propias
políticas de agricultura y alimentación, a proteger y regular su producción y el
comercio agrícola interior para lograr sus objetivos de desarrollo sostenible, a
decidir en que medida quieren ser autónomos y a limitar el dumping de productos
en sus mercados".
Este concepto de la soberanía alimentaria, acuñado por la Vía Campesina, se
plantea no sólo como una alternativa para los graves problemas que afectan a la
alimentación mundial y a la agricultura, sino como una propuesta de futuro
sustentada en principios de humanidad, tales como los de autonomía y
autodeterminación de los pueblos. Según la dirigenta campesina chilena,
Francisca Rodríguez, se trata más bien de un principio, de una ética de vida, de
una manera de ver el mundo y construirlo sobre bases de justicia e igualdad.
Para las mujeres campesinas este concepto es consubstancial a su propia
existencia y definición social, pues su universo ha sido históricamente
construido, en gran parte, en torno al proceso creativo de la producción
alimentaria. Su reto actual, en palabras de Lidia Senra, Secretaria General del
Sindicato Labrego Galego, (en la II Asamblea de Mujeres de la Vía Campesina,
2006) es hacer que al construir esta propuesta, queden atrás los prejuicios
sexistas y que esta nueva visión del mundo incluya a las mujeres, las
reivindique, y les permita la opción de ser campesinas en pie de igualdad.
No obstante, la ideología patriarcal es columna vertebral de las tendencias
capitalistas que apuntan a la premisa de que hay que producir más, lo que
equivale a depredar más, y desarrollar tecnologías, como las resultantes de la
biogenética, para maximizar la rentabilidad. Las lógicas que subyacen en esta
visión de la producción para el comercio y la exportación, son diametralmente
opuestas a aquellas que nutren las propuestas y prácticas de autosustento,
desarrolladas a través de los tiempos por las mujeres; son también la antítesis
del concepto de soberanía alimentaria, pues cuando el mercado decide sobre las
políticas agrícolas y las prácticas alimentarias que resultan de ellas, los
pueblos apenas tienen el papel de consumidores y, en casos, de empleados, no de
tomadores de decisiones.
Desde hace decenios, las organizaciones campesinas y ecologistas han sustentado
y comprobado que la actual producción de alimentos es más que suficiente para
alimentar a todas y todos. Han insistido en que lo que hay que cambiar son los
patrones de producción y consumo de los países ricos y establecer una
distribución igualitaria de los bienes alimenticios, y aún más, han insistido en
la ligazón entre buena alimentación y salud. Sin embargo, ciertas políticas
internacionales -basadas en las consecuencias y no en las causas- continúan
enfocando problemas y soluciones aisladas, mismo si los costos y esfuerzos para
encaminarlos se multiplicarán entre ellos.
Optar por la soberanía alimentaria implica, entonces, un giro radical de las
políticas productivistas mercantiles actuales, bajo cuyo dominio la crisis
alimentaria y el hambre no cesan de aumentar. Pues en la realidad es en la
pequeña agricultura -área donde se ubican principalmente las prácticas
productivas de las mujeres-, que no solo se registran los resultados más
concluyentes, sino que se generan modos de vida congruentes con la
sostenibilidad y la redistribución. Según Peter Rosset: "En cada país –donde los
datos estén disponibles- se puede comprobar que las pequeñas fincas son, en
cualquier parte, de 200 a 1.000 por ciento más productivas por unidad de área"
(1).
Pero, justamente la pequeña producción es la más amenazada por las políticas
liberalizadoras de la Organización Mundial de Comercio (OMC), pues además del
dumping y la competencia desigual entre ésta y el agronegocio, sus preceptos
radican en una visión contraria a la sostenibilidad alimentaria: el monocultivo
intensivo y la comercialización regida por las reglas del comercio
internacional, área enteramente controlada por el mercado.
Precisamente por eso, la Vía Campesina brega porque la agricultura se mantenga
al margen de la OMC, pues el desarrollo de ésta bajo principios previsibles
implica no sólo el registro de las cantidades de los productos exportables y de
su libre flujo, sino el florecimiento de un modo de vida acorde con el respeto
del medio ambiente y la generación de culturas, como también de éticas acordes
con el mantenimiento y la renovación de valores humanos fundados en la justicia
social y de género.
Si las personas del campo se beneficiaran de condiciones que les permitan
concentrar su energía en el trabajo agrícola, podrían asumir fácilmente la
soberanía alimentaria para las futuras generaciones. Un ejemplo de ello es el
caso de África Subsahariana, una de las regiones más afectadas por el hambre y
la desnutrición en el mundo, donde, paradójicamente, los recursos naturales
disponibles son ampliamente subutilizados, ya que el continente solo produce el
0.8% de lo que podría retirar de su potencial agrícola, afirma Devlin Kuyek (2).
Gestoras de soberanía alimentaria y de su propia autonomía
El reto emprendido por la Articulación de Mujeres de la Vía Campesina, es de
gran envergadura, pues la formulación de una perspectiva de género para la
soberanía alimentaria está ineludiblemente asociada a la vindicación de una de
las áreas de producción y conocimientos más devaluadas socialmente, e incluso
asociada al confinamiento de las mujeres: la producción de alimentos. Para cuyo
desarrollo han sido, contradictoriamente, necesarios siglos de investigación,
creación, y producción de conocimientos que ellas han desarrollado.
La división patriarcal del trabajo ha rescindido el valor de estas creaciones y
más aún ha hecho de ellas un terreno de exclusión, de allí que para las mujeres
el reivindicarla implica una amplia agenda de reparaciones que aluden
directamente a la transformación de las relaciones de desigualdad entre los
géneros en todas las esferas. Así, sus demandas no se restringen a las dinámicas
productivas sino que abarcan el conjunto de relaciones sociales inherentes,
precisamente, a la soberanía, la autodeterminación y la justicia de género.
Para alimentar a la humanidad, las mujeres han desarrollado complejos mecanismos
de producción, procesamiento, distribución, pero además han enfrentado las
relaciones desiguales que resultan del trabajo doméstico impago, que prodiga
gratuitamente cuidados, resultantes de conocimientos multidisciplinarios que,
aún en condiciones de extrema pobreza, generan calidad de vida y permiten el
funcionamiento societal. Adicionalmente, las asalariadas invierten
prioritariamente sus ingresos en este ámbito, mientras las otras, desde lo
informal, redoblan de ingenio para, a través de pequeñas iniciativas vinculadas
principalmente a la agricultura, la producción y venta de alimentos o la
artesanía, obtener recursos económicos, por lo general invertidos en el
bienestar familiar. No obstante, hasta el trabajo informal de las mujeres corre
peligro de desaparecer ante la imposición de los capitales transnacionales.
Por eso, la agenda reivindicativa de las mujeres de la Vía Campesina asocia
inextricablemente la justicia de género con el desarrollo de la propuesta de la
soberanía alimentaria, no sólo en consideración del importante papel que ellas
juegan en la materia, sino porque ellas la conciben como una ética para el
desarrollo humano y no como un simple vehículo para la alimentación.
Al colocar al centro de sus reivindicaciones el derecho humano a la
alimentación, las campesinas abogan por la reorientación de las políticas
alimentarias en función de los intereses de los pueblos, lo que apela a la
refundación de valores colectivos y la revalorización de cosmovisiones
integrales. Para encaminar este propósito, ellas enfatizan en la reivindicación
de la igualdad de género en el conjunto del planeamiento y toma de decisiones
relacionadas con el agro y la alimentación, lo que incluye su participación en
los diseños estratégicos para la preservación de las semillas y otros
conocimientos.
La valoración de los conocimientos de las mujeres en la agricultura, la
alimentación y la gestión de la vida, implica la transformación de los
estereotipos generados por el capitalismo y el patriarcado, para que ellas
puedan, al fin, alcanzar su calidad de sujetos, su ciudadanía a parte entera y
continuar ampliando y aplicando sus conocimientos. Para lograrlo, como señala el
manifiesto sobre soberanía alimentaria de la Marcha Mundial de las Mujeres
(Soberanía alimentaria: tierra, semillas y alimento, 2006), el "camino es
reconocer que la sustentabilidad de la vida humana, en la cual la alimentación
es una parte fundamental, debe estar en el centro de la economía y de la
organización de la sociedad".
Así, si la soberanía alimentaria es una propuesta para la humanidad, ésta no
puede prescindir de las mujeres como sujetos sociales integrales, máxime si lo
que está en cuestión es la gestión universal de sus creaciones.
(1) Peter Rosset, En Defensa de las Pequeñas Fincas, en El Dret a la Terra,
Quatre textos sobre la reforma agraria, Agora Nord-Sud, Catalunya, 2004, pg 131
(2) Devlin Kuyek, Les cultures génétiquement modifiées en Afrique et leurs
conséquences pour les petits agriculteurs, août 2002,
www.grain.org/fr/publications/africa-gmo-2002-fr.cfm