Nuestro Planeta
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Silvia Ribeiro*
La Jornada
La convergencia de nuevas tecnologías como la genómica y la nanotecnología
promete avances que revolucionarían el sistema de diagnóstico y tratamiento de
muchas enfermedades que hoy son difíciles o imposibles de curar para la medicina
convencional. Pero más allá de avances puntuales para quienes los pueden pagar
lo que está fuera de dudas es que estos enfoques cada vez más sofisticados y
fragmentarios están revolucionando la forma de hacer ganancias en el sector
farmacéutico. Por ejemplo, como herramientas para prolongar la patente de
medicamentos y por tanto su monopolio por parte de las empresas. Por otra parte,
la nanotecnología parece estar creando nuevos problemas de salud, y
paradójicamente, desvía fondos que deberían dedicarse a problemas básicos de
salubridad, prevención y atención primaria de la salud, aspectos sobre los
cuales se sabe con certeza que tienen un impacto positivo amplio en la salud de
la mayoría de las poblaciones.
Según documenta el reciente informe del Grupo ETC "Medicina nanológica:
aplicaciones médicas de la nanotecnología" (www.etcgroup.org), a mediados de
2006, estaban en etapa de pruebas clínicas o en distribución comercial más de
130 fármacos y sistemas de administración de medicamentos con base
nanotecnológica, además de 125 dispositivos y reactivos de diagnóstico. Mientras
que en 2005, el mercado de la medicina habilitada nanotecnológicamente
(incluyendo fármacos, terapias y diagnósticos) fue de mil millones de dólares
estadunidenses, para 2010 alcanzaría 10 mil millones. La Fundación Nacional de
la Ciencia de Estados Unidos predice que la mitad del mercado de productos
farmacéuticos usará nanotecnología en el 2015.
Veamos un ejemplo: en enero de 2005, la Administración de Fármacos y Alimentos
de Estados Unidos (FDA) aprobó el uso del medicamento Abraxene, formulado
nanotecnológicamente para el tratamiento de cáncer. Medios especializados lo
llamaron "un salto gigantesco para la nanotecnología". Al día siguiente, las
acciones de la compañía que lo desarrolló, American Pharmaceutical Partners
(ahora llamada Abraxis Bio Science) subieron más de 50 por ciento y su
presidente se convirtió ese año en multimillonario.
El primero de octubre de 2006, Alex Berenson dio a conocer en el New York Times
otros aspectos de esta historia. Abraxene es una formulación nanotecnológica del
taxol (una sustancia activa del árbol del tejo, y por cierto un caso de
biopiratería), que ya se usaba contra el cáncer de mama, bajo patente monopólica
de Bristol-Myers Squibb. La patente expiró en 2000 y se comenzó a comercializar
la versión genérica del taxol, llamada Paclitaxel, a 150 dólares por dosis. El
Abraxene es exactamente la misma sustancia, pero al administrarse en
nanopartículas cubiertas de albúmina, provoca mucho menos reacciones alérgicas
en los pacientes, lo que sin duda es deseable. Sin embargo, no tiene ningún
efecto en alargar la vida del paciente ni otras ventajas terapéuticas. Quién
realmente saca el mayor beneficio es la empresa, que cobra 4 mil 200 dólares por
cada dosis de Abraxene (28 veces más que el genérico) y logró además establecer
un nuevo monopolio de patente. Si este es el caso emblemático de la medicina
nanotecnológica, queda claro adónde se dirige.
Otras aplicaciones que están en comercialización o en desarrollo son, por
ejemplo, nano-sensores que circulan en el cuerpo para detectar niveles de
glucosa, colesterol u hormonas, nano-proyectiles que hacen blanco en células
cancerosas, nanopartículas que van a un sitio específico del organismo para
administrar con precisión un medicamento, nano partículas de plata con alto
poder microbicida, armazones nanométricos donde se estimula el crecimiento de
tejido óseo y órganos humanos.
Pese a que estas aplicaciones podrían ser útiles, todas ellas van acompañadas,
no sólo de la lucha por el monopolio y el afán de lucro de quienes las ponen el
mercado, sino también de las incertidumbres que presenta la introducción de
nanopartículas en el organismo.¿Dónde van las nanopartículas luego de cumplir su
función? La misma causa por la que son útiles no son rechazadas porque el
sistema inmunológico no los detecta , es un problema en sí mismo, ya que no está
claro lo que sucede finalmente con estas pequeñísimas partículas en los
organismos vivos y hay cada vez más evidencias de toxicidad.
Un dato significativo, es el anuncio de la Agencia de Protección Ambiental de
Estados Unidos (EPA) en noviembre 2006, de que el uso de nanopartículas de plata
debe ser regulado, porque pueden conllevar a daños ambientales. Actualmente,
éstas se comercializan como desinfectantes anti-bacteriales, en lavarropas,
equipos de aire acondicionado, purificadores de aire, refrigeradores,
contenedores de alimentos, eliminación de olor en calzado, entre otros. La EPA
considera que durante la producción, uso y/o disposición, las nanopartículas
llegan al ambiente, cursos de agua, etcétera y pueden matar organismos
benéficos, así como entrar en las cadenas alimentarias, con efectos
impredecibles. Esto afecta también a los que plantean este tipo de soluciones
para purificación de agua, y por supuesto en el campo médico.
Sin duda, el mayor problema sanitario que padecemos es el capitalismo y el afán
de lucro que conlleva, con su extendido síndrome de pobreza e injusticia, que
condena a cualquier nueva tecnología a ser una medicina elitista de quienes
puedan pagarla. Ninguna nueva tecnología podrá solucionar esta enfermedad
social, pero tampoco significa que por sí misma esté libre de problemas. Lo que
garantiza el capitalismo es que entren al mercado sin discusión social y como si
fueran éxitos, aunque incluso creen nuevos problemas.
* Investigadora del Grupo ETC
www.etcgroup.org