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Ante la crisis mundial del agua
José Carlos García Fajardo
www.eco-sitio.com.ar
Hace apenas 100 años, las tasas de mortalidad infantil de Washington, DC eran el
doble que las tasas de mortalidad infantil actuales del África subsahariana. A
finales del XIX, las enfermedades transmitidas por el agua (como la diarrea, la
disentería y la fiebre tifoidea) eran responsables de 1 de cada 10 de las
muertes infantiles que se producían en Estados Unidos.
En Gran Bretaña, la gente se fue enriqueciendo mediante la revolución
industrial, pero su salud no mejoró. Mientras la población pobre iniciaba el
éxodo del campo a las ciudades éstas se convertían en cloacas al aire libre, y
las epidemias de fiebre tifoidea y cólera azotaban regularmente ciudades como
Nueva Orleáns y Nueva York.
En el caluroso verano de 1858, el Parlamento del Reino Unido se vio obligado a
cerrar sus puertas debido al "Gran Hedor", causado por el drenaje de las cloacas
en el Támesis. Para la población rica, suponía una molestia. Para la población
pobre, que obtenía el agua para beber del río, suponía la muerte.
A finales del XIX, los gobiernos reconocieron que las enfermedades asociadas al
agua y al saneamiento no se podían confinar a los más pobres y que había que
adoptar medidas por el interés público. En el Reino Unido, Estados Unidos y
otros lugares, se realizaron grandes inversiones en alcantarillado y en la
purificación de las fuentes de suministro de agua con un enorme éxito. Ningún
otro período en la historia de Estados Unidos presenció una reducción tan rápida
en la tasa de mortalidad. Estos datos los aporta el Informe sobre Desarrollo
Humano 2006 sobre "Poder, pobreza y la crisis mundial del agua".
Esta crisis de agua y saneamiento requiere con urgencia un Plan de Acción
Mundial para que se reconozca el acceso a 20 litros de agua limpia al día como
un derecho humano cuya carencia provoca cerca de dos millones de muertes
infantiles por diarrea cada año.
Recordemos que 1.100 millones de personas carecen de acceso al agua, y 2.600
millones no disponen de letrinas.
En muchos de los países empobrecidos del Sur, el agua sucia es una amenaza mayor
para la seguridad humana que los conflictos violentos. Más de 443 millones de
días escolares se pierden a causa de enfermedades relacionadas con el agua; y
casi un 50 por ciento de la población total de esos países padece algún problema
de salud debido a la falta de agua y saneamiento.
A este costo humano de la crisis del agua y el saneamiento se debe sumar un
retraso en el crecimiento económico del África subsahariana, que sufre una
pérdida anual de un cinco por ciento en su PIB, cifra muy superior a todas las
ayudas que reciben.
El Informe indica que, a diferencia de las guerras y los desastres naturales que
mueven a acciones solidarias internacionales, en este caso sucede como con el
hambre, que es una emergencia silenciosa que experimenta la población pobre y
que toleran aquéllos que disponen de los recursos, la tecnología y el poder
político necesarios para resolverla.
Los gobiernos nacionales deben definir estrategias y planes creíbles para
abordar la crisis del agua y el saneamiento. Pero también es necesario
desarrollar un Plan de Acción Mundial –en el que participen activamente los
países del Grupo de los Ocho– para dirigir los esfuerzos internacionales
mediante la colocación del problema de agua y saneamiento como una prioridad
absoluta.
Podemos adoptar medidas coordinadas para proporcionar agua limpia y saneamiento
a la población pobre del mundo o condenar a millones de personas a vivir en una
situación evitable de insalubridad, pobreza y disminución de oportunidades y
perpetuar profundas desigualdades en el interior de los países y entre unos
países y otros.
El Informe sobre Desarrollo Humano de 2006 recomienda la adopción de tres
medidas básicas:
1. Hacer del agua un derecho humano con medidas concretas. Mientras que un
habitante de EE UU o de Gran Bretaña gasta 50 litros diarios de agua tan sólo
tirando de la cisterna, muchos pobres sobreviven con menos de cinco litros de
agua contaminada al día.
2. Elaborar estrategias nacionales para el agua y el saneamiento. Los gobiernos
deberían invertir un mínimo del uno por ciento del PIB en agua y saneamiento. El
gasto público representa normalmente menos del 0,5 por ciento del PIB. Los
estudios realizados muestran que esta cifra queda eclipsada por los gastos
militares: en Etiopía, el presupuesto militar es 10 veces superior al
presupuesto para agua y saneamiento: en Pakistán, 47 veces superior.
3. Aumento de la asistencia internacional: El Informe propugna una inversión de
unos 4.000 millones de dólares que representa menos de los gastos militares
realizados en 5 días y menos de la mitad de lo que gastan los países
desarrollados al año en agua mineral".
Esta inversión hasta sería rentable, pues se traduciría en un ahorro de tiempo,
un aumento de la productividad y una reducción de los costos sanitarios, que
descenderían a 8 dólares por cada dólar invertido en el logro de la meta de agua
y saneamiento. Sin olvidar que los próximos conflictos armados que amenazan la
existencia del planeta tendrán lugar por el control del agua más que por el del
gas y el del petróleo que encontrarán sustitutos alternativos. En esta lucha nos
va la supervivencia.
José Carlos García Fajardo
Profesor de Pensamiento Político y Social (UCM)
Centro de Colaboraciones Solidarias