Medio Oriente - Asia - Africa
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Perdiendo en Afganistán
El poder de las armas de fuego no siempre consigue ganar las guerras
Ramzy Baroud
The People Voice
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
El Ministro de Asuntos Exteriores de Pakistán, Jurshid Mahmud Kasuri, en una
declaración disponible en la página de Internet de su Ministerio, reprendió a la
"comunidad internacional" por el "abandono" sufrido por Afganistán tras la
retirada de las fuerzas soviéticas en 1989. En su valoración, esa actitud fue la
que creó las condiciones que eventualmente culminaron en el surgimiento de los
talibanes, los anfitriones de al-Qaida.
Según el Pakistan’s Daily Times, esa declaración se hizo, al parecer, en
la reciente conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores del G-8 en Postdam,
Alemania. Kasuri colocó sus críticas en el contexto concreto de las
preocupaciones propias de Pakistán: a saber, los 2,4 millones de refugiados
afganos –según cifras del ACNUR- que han cruzado la frontera hacia Pakistán
buscando refugio y relativa seguridad. Además, Pakistán, sometido a las
consiguientes censuras por haber supuestamente fracasado a la hora de perseguir
y atrapar a los talibanes y a los militantes de al-Qaida que operan alrededor de
su frontera occidental, había desplegado unos 90.000 soldados hacia esas
regiones. Escaramuzas fronterizas, batallas armadas esporádicas pero cada vez
más prolongadas campañas de bombardeos de zonas tribales -sospechosas de ser un
refugio seguro para los militantes de al-Qaida- han ido dejando miles de muertos
y heridos desde que empezó la guerra estadounidense contra Afganistán en octubre
de 2001.
La tensión creada por el poder un tanto delegado de Pakistán para refrenar a los
adversarios estadounidenses está complicando la misión del gobierno para
imponerse como entidad independiente cuya principal preocupación es el bienestar
de su propio pueblo. Pero la tensión en Pakistán, que gobierna a través de
políticas tribales, es apenas comparable a la efervescente situación en el mismo
Afganistán, donde la rabia dirigida contra el gobierno de Kabul y sus
benefactores de la Coalición ha llegado a tal punto de cocción que se hace
inminente otro recrudecimiento de la violencia.
Hamid Karzai, presidente coronado de Afganistán, en unas elecciones propias de
una charada, para gobernar sobre un país dislocado y una población descontenta,
sigue sin poder ejercer su poder más allá de las fronteras municipales de la
capital; pero incluso ese nivel de control se le hace cada vez más difícil de
mantener, y mientras, una avalancha de suicidas bomba promete convertir Kabul en
otro Bagdad. Desde su ascenso al poder en octubre de 2004, Karzai ha tenido
pocos éxitos que mostrar, excepto las interminables promesas al apoyo financiero
que solicitó, para ser exactos, 40.000 millones de dólares USA, de los cuales
muy poco ha llegado; el dinero de que se ha dispuesto apenas ha mejorado el
nivel de vida de la gente, a la vez que se ha disparado la corrupción. Sin
embargo, las fuerzas de EEUU/OTAN en Afganistán han gastado miles de millones en
equipamiento militar, cuya capacidad no es precisamente una cuestión para
debatir entre los civiles afganos.
Alastair Leithead, de la BBC, informó desde un titular el 31 de mayo: "Ira
afgana por los bombardeos estadounidenses", detallando uno de los muchos
incidentes de ese tipo por el cual decenas de civiles inocentes resultan
asesinados; pero esa información es rara por la sencilla razón de que no tiene
interés periodístico; el valor de la información desde Afganistán se mide a
partir de si las fuerzas de la coalición causaron víctimas o no. Los recientes
asesinatos en el pueblo de Shindand, Valle de Zerkoh, en el oeste de Afganistán,
fueron una salvajada cualquiera que sea el estándar bajo el que se considere. Al
parecer, 57 personas murieron a causa de los bombardeos estadounidenses; los
bombardeos destruyeron también 100 casas, humildes moradas que no es muy
probable que se vayan pronto a reconstruir.
"Los bombardeos fueron continuos noche y día. Aquellos que intentaban escapar
hacia algún lugar seguro eran también bombardeados. No les preocupaba nada que
fueran mujeres, niños o ancianos", dijo uno de los supervivientes. Pero, ¿quién
creería a Muhammad Sharif Achakzai, que escapó con su familia de su casa de
barro bajo el despiadado bombardeo? El general de brigada Joseph Votel se ha
limitado a rechazar los datos sobre víctimas civiles. "No tenemos informes que
nos confirmen que en Shindan hubiera muertos o heridos que no fueran
combatientes", dijo. Y eso fue todo.
Shindand no está bajo control talibán, al menos no todavía. Gran parte del país,
sobre todo en el sur, pero cada vez más por otras zonas, está cayendo bajo el
control de los extremistas talibanes. Los talibanes ofrecen tareas de seguridad
a los hombres y una oportunidad para vengarse e incluso para el martirologio; en
muchos lugares de Afganistán, esas ofertas son extremadamente atrayentes.
El intrépido periodista británico Chris Sand, de The Independent, uno de
los pocos periodistas que informan desde áreas controladas por los talibanes, me
comunicó que es sólo cuestión de tiempo que Afganistán se convierta en un
infierno tipo Iraq. Es más, los esfuerzos de reagrupamiento de los talibanes han
tenido un éxito espectacular en estos últimos tiempos. Los militantes talibanes
tendieron emboscadas y mataron a 16 oficiales de policía del gobierno justo
horas después de haber matado a siete soldados de la Coalición –incluyendo a
cinco estadounidenses- al derribar su helicóptero en la provincia de Helmand el
30 de mayo. Estas confirmadas cifras contrastan a menudo con los informes del
gobierno, sin confirmar, sobre los muchos militantes talibanes con los que han
acabado las fuerzas gubernamentales; con mucha mayor frecuencia, lo que ocurre
es que se está haciendo la vista gorda en cuanto a la cifra, muy superior, de
víctimas civiles.
Las potencias extranjeras están fracasando claramente en Afganistán; ni se han
ganado las mentes ni los corazones ni han contribuido a la estabilidad y
reconstrucción del país de forma significativa, es más, el 60% de la economía
del país depende ahora de las exportaciones de narcóticos. En realidad,
Afganistán representa un caso perfecto del proverbial "apaga y vámonos" que el
Presidente George Bush confesó que no iba a cometer en Iraq. Ni que decir tiene
que la única misión con la que EEUU y sus aliados parecen haberse comprometido
es con la de mantener su régimen militar, basado en la confianza absoluta en el
poder de las armas, a pesar de los resultados.
Las dos misiones militares extranjeras en Afganistán: la Fuerza de Asistencia de
Seguridad Internacional de la OTAN (ISAF, en sus siglas en inglés), con sus
37.000 soldados y la Coalición dirigida por EEUU en la Operación Libertad
Duradera, están perdiendo su pseudo control sobre el país. Los talibanes están
ganando fuerza y se están regenerando, no porque supongan una valiosa
alternativa teológica frente a la democracia, sino precisamente porque todas las
promesas de color rosa hechas a finales de 2001 y principios de 2002 no han
producido más que un régimen aún más represivo, infectado de corrupción,
inseguridad, señores de la guerra e incesantes ataques de la Coalición a la
población civil por todo el país. Si resulta que los afganos vuelven a apoyar a
los talibanes, ya pueden imaginar lo desesperados que están.
El Ministro de Asuntos Exteriores pakistaní Kasuri tiene razón, obviamente,
aunque sus intenciones sean egoístas. "Abandono" es un término adecuado para
describir la supuesta actitud de la comunidad internacional hacia Afganistán;
ese abandono llevó a los talibanes al poder tras el caos provocado por la
expulsión de los soviéticos y su régimen títere en 1989 –con la consiguiente
guerra civil en Afganistán que mató a más de 50.000 personas tan sólo en Kabul-,
y ahora está moldeando un escenario extrañamente similar que está aupando a los
mismos grupos detestados; los talibanes estarán pronto en una posición fuerte
para negociar y ni siquiera los estadounidenses van a poder ignorarla; la
"Ofensiva de Primavera" de los talibanes puede haberse retrasado, pero la
balanza se está inclinando claramente a favor de ellos en una guerra que promete
más de los mismos pesares.
Ramzy Baroud es un veterano periodista palestino-estadounidense y es Editor
Jefe de "Palestine Chronicle". Puede conseguirse su libro más reciente: "The
Second Palestinian Intifada: A Chronology of a People’s Struggle" (Pluto Press,
London) en Amazon.com.
Fuente:
http://www.thepeoplesvoice.org/cgi-bin/blogs/voices.php/2007/06/10/losing_afghanistan_firepower_doesn_t_alw
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.