Medio Oriente - Asia - Africa
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Análisis de la "guerra contra el terror" de EEUU
Somalia se suma al puzle iniciado con Afganistán y seguido en Irak
La situación en Somalia se asemeja cada día más a los escenarios ya desgraciadamente conocidos en Afganistán y en Irak. A la ya de por sí compleja dinámica interna de enfrentamientos entre clanes y señores de la guerra, se suma una ocupación extranjera odiada por la población. Somalia, Afganistán e Irak. Tres países en los que se repite el guión. A la ocupación extranjera le sigue la instauración de un Gobierno incapaz de controlar el país y frente al que se sitúa una resistencia con amplios apoyos entre la población.
La situación en Somalia se asemeja cada día que pasa a otras realidades que
llevan algún tiempo sacudiendo la llamada «estabilidad» que auguraba el Nuevo
Orden Mundial patrocinado por Estados Unidos. La intervención militar directa
por parte del Ejército norteamericano, y de sus aliados etíopes, ha colocado a
Somalia en el disparadero para sumarse al club de los países con un futuro
complejo y altamente desestabilizador, tanto en clave interna como de cara a sus
países vecinos.
Si los enfrentamientos entre el Ejecutivo títere apoyado por Washington y el
Parlamento, las tensiones entre los diferentes clanes y señores de la guerra,
suponen de por sí un alto grado de presión interna que coloca en jaque cualquier
intento de estabilidad, la intervención extranjera ha supuesto la gota que puede
haber acabado por colmar el vaso, y condena a Somalia a un futuro político,
económico y social cercano al colapso más absoluto.
Desde comienzos de año se han intensificado los ataques contra las fuerzas del
Gobierno Federal Transitorio, impuesto por EEUU y que cuenta con el apoyo
etíope. Pero también las fuerzas de ocupación de Etiopía y los soldados enviados
por la Unión Africana se han convertido en objetivo de la resistencia somalí.
Una resistencia que ha sabido, de momento, solventar o aparcar sus diferencias
para unir en sus filas a los elementos islamistas de la Unión de Tribunales
Islámicos con otras fuerzas de carácter nacionalista y del clan Hawiye. Esta
resistencia está sabiendo utilizar adecuadamente el rechazo que la mayoría de la
población siente hacia la intervención y ocupación extranjera en su país.
La intervención de Washington ha supuesto además que el llamado ala jihadista de
la Unión de Tribunales Islámicos haya logrado imponer en cierta medida buena
parte de su propio programa dentro de esta organización islamista, radicalizando
la postura de esta última en su conjunto.
El pasado mes de mayo se han sucedido los ataques artilleros, bombas en las
carreteras, atentados contra elementos colaboracionistas, y más recientemente se
observa con temor la aparición en escena del factor de los ataques suicidas, que
complicaría todavía más el compromiso de la Unión Africana para mandar tropas al
país. Y ésa es una de las claves que manejaba EEUU para mantener en el poder al
Gobierno Federal Transitorio, junto a la posible celebración, este mes, de una
Conferencia de Reconciliación Nacional.
Sin embargo los intentos para llevar adelante esta «reconciliación» chocan
nuevamente con una cruda realidad. Las tensiones afectan ya al interior del
propio Gobierno Federal Transitorio, y hay que recordar los fracasos anteriores
de políticas del mismo estilo. A la vista de ello, los estrategas de la Casa
Blanca están buscando un acuerdo por separado con algunos subclanes e, incluso,
con parte de los señores de la guerra, que ya en el pasado fueron sus aliados
frente a la Unión de Tribunales Islámicos.
La intervención militar y posterior desestabilización en Somalia está afectando
también a otros países de la zona. Así, ya se han podido constatar algunas
tensiones en Somaliland y en Puntaland. Pero la peor parte de esta aventura
intervencionista la puede acabar pagando uno de los protagonistas de la misma.
El Gobierno etíope, fiel aliado de la política de EEUU, se ha dado cuenta del
alto coste que puede acabar pagando por su aventura militarista. Si bien es
cierto que Addis Abeba depende de la ayuda exterior militar y económica que le
brinda Washington, en estos momentos mantener la ocupación le resulta
contraproducente económicamente y por la pérdida de vidas humanas entre sus
propias filas. Pero además, la oposición interna de Etiopía también está
aprovechando la impopularidad de la ocupación para buscar fisuras en el régimen
etíope.
Y finalmente, desde Addis Abeba se mira con temor el incremento de las acciones
armadas del Frente de Liberación nacional de Ogaden (ONLF) que reclama la
independencia para esta rica región ocupada desde hace décadas y administrada
manu militari por el Gobierno etíope. Además, esta organización armada ha
estrechado lazos con otro grupo, el Frente de Liberación Oromo (OLF), para
enfrentarse al «colonialismo abisinio». Otros grupos como el Frente Democrático
nacional Afar, el Movimiento Democrático del Pueblo Tigray o el Frente
Patriótico del Pueblo Etíope (Ahmara) también estarían dispuestas a coordinarse
frente a la política del Gobierno central.
Salvando las distancias, algunos analistas se atreven a ubicar la actual
situación de Somalia en una hipotética cadena que comenzó en Afganistán, siguió
en Irak y en estos días podía estar gestándose en este Estado africano. En los
tres países «un régimen o un movimiento ascendente ha sido desplazado por una
intervención militar exterior». Y todo ello seguido de la ocupación militar de
esas fuerzas extranjeras y la instauración de un Gobierno incapaz de controlar
su país y frente al que se sitúa una resistencia con amplios apoyos entre la
población.
En los tres casos vemos cómo la dependencia económica y militar del Gobierno
central hacia las fuerzas de ocupación es el factor de mayor deslegitimación
ante su propia población y, al mismo tiempo, sirve para canalizar apoyos a una
resistencia que alza la bandera del nacionalismo, y en ocasiones del propio
islamismo, para afrontar esa situación. Y en medio de esta compleja coyuntura,
todos los actores buscan sus propios intereses y beneficios, con el Gobierno
buscando mantenerse a toda costa, los opositores dispuestos a aprovecharse del
vacío gubernamental para controlar amplias zonas, y con unos actores extranjeros
que se enfrentan al complejo dilema de mantener una situación que a medio o
largo plazo se les puede convertir en insoportable.
De momento los estrategas neoconservadores de Washington pueden añadir otra
pieza más al peligroso puzzle intervencionista que están desarrollando desde
hace algunos años. Somalia está pidiendo a gritos esa pieza propia en el teatro
que surge de la llamada política «contra el terror» que ha lanzado Washington y
que tan cara está resultando para las poblaciones de Afganistán, Irak, Somalia,
y de buena parte del resto del mundo.
* Txente Rekondo Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)