Medio Oriente - Asia - Africa
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El Asedio de Nahr el Bared
Una butaca en primera fila para el baño de sangre en Líbano
Robert Fisk
Hay algo de obsceno en mirar el asedio de Nahr el Bared. El viejo campo de
refugiados palestino -hogar de 30.000 almas perdidos que nunca volverán "a
casa"- disfruta de la luz del sol mediterráneo más allá de un grupo de huertos
de naranjos. Los soldados del ejército libanés, que han recuperado sus
posiciones en la carretera principal, al norte, holgazanean a bordo de sus
viejos vehículos de transporte de personal. Y nosotros –los representantes de la
prensa mundial- nos sentamos con la misma indolencia en la azotea de un bloque
de apartamentos a medio construir, gozando del calor en el pequeño jardín
soleado o sorbiendo tazas de té hirviendo al lado de las antenas parabólicas
donde los titanes de la televisión dan zancadas con sus trajes espaciales azules
y sus cascos.
Y entonces llega el traqueteo -el chisporroteo del fuego de un movimiento de
balas que viene del campo-. En respuesta un tanque del ejército libanés dispara
un obús y sentimos débilmente la onda expansiva que viene del campo. ¿Cuántos
habrán muerto? No lo sabemos. ¿Cuántos estarán heridos? La Cruz Roja todavía no
puede entrar para averiguarlo. De nuevo somos espectadores de otro trágico
espectáculo: los libaneses asediando a los palestinos.
Sólo que esta vez, por supuesto, hay combatientes musulmanes suníes en el campo,
en muchos casos que disparan a soldados musulmanes suníes que permanecen en una
aldea musulmana suní. Fue un colega libanés quien pareció poner el dedo en la
llaga. "Siria está demostrando que en Líbano no tiene porqué tratarse de
cristianos contra musulmanes o chiíes contra suníes", dijo. "Pueden ser suníes
contra suníes. Y el ejército libanés no puede invadir Nahr el Bared, sería el
mayor disparate que este gobierno puede hacer".
Y sigue la refriega. Para atacar a la suní Fatah al-Islam, el ejército tiene que
entrar en el campo. Así el grupo permanece, tan potente como el domingo cuando
escenificó su mini revolución en Trípoli y acabó con sus combatientes muertos y
quemados en apartamentos en llamas y 23 policías y soldados muertos en las
calles.
Y sí, es difícil no ver la mano de Siria estos días. El gobierno de Fouad
Siniora, encerrado en su pequeña " zona verde" del centro de Beirut, está siendo
achicado en su poder. El ejército cada vez gobierna más en Líbano, nunca estuvo
más claro, porque también, por supuesto, alberga suníes y chiíes de Líbano,
maronitas y drusos. ¿Puede darse más tensión en este pequeño país donde Siniora
todavía sigue clamando por un tribunal de la ONU para procesar a los asesinos
del ex Primer Ministro Rafik Hariri en 2005?
Leemos la lista de los militares muertos. La mayoría de los nombres parecen
suníes. Volvemos la mirada hacia las nubes lanosas y, a través de la cadena de
montañas, hacia la frontera siria, a menos de 10 millas de distancia. No es
difícil llegar a Nahr el Bared desde la frontera. No es difícil reabastecerse.
La geografía tiene un sentido de tipo político desde aquí arriba. Y justo
arriba, al final de la carretera, está el puesto de la frontera siria.
Los soldados son comedidos y corteses con los periodistas. Este debe de ser uno
de los pocos países del mundo donde los soldados tratan a los periodistas como a
viejos amigos, donde despreocupadamente les permiten emitir delante de sus
posiciones, les prestan sus periódicos, comparten cigarrillos y charlan, porque
piensa que tenemos que hacer nuestro trabajo. Pero cada vez nos preguntamos más
si no estamos simplemente haciendo inventario del triste desmoronamiento de este
país. El ejército libanés está en las calles de Beirut para defender a Siniora,
en las calles de Sidón para impedir disturbios sectarios, en las carreteras del
sur de Líbano vigilando la frontera israelí y ahora, aquí arriba en el norte
lejano, sitiando a los pobres y aporreados palestinos de Nahr el Bared y a los
peligrosos y pequeños grupúsculos que pueden -o no- recibir órdenes de Damasco.
El viaje de regreso a Beirut se complica ahora con nuevos puestos de control
militar e incluso la capital se ha vuelto peligrosa una vez más. En Ashrafieh a
una hora temprana, la explosión de una bomba -la pudimos oír en toda la ciudad-
mató a una mujer cristiana. Ningún sospechoso, por supuesto. Allí nunca hay. Los
carteles todavía piden el esclarecimiento del asesinato de Hariri. Otros
carteles exigen la verdad del asesinato de un anterior primer ministro, Rashid
Karami. Algunos en la calle que está debajo de nuestra pequeña azotea portan con
orgullo el retrato de Sadam Husein. "El mártir de Al Adha," proclaman, señalando
la fecha de su ejecución. Así, incluso el desplome de Iraq ahora nos afecta a
todos aquí, en nuestra aldea suní donde el suní dictador de Iraq es más honrado
que detestado.
Una ráfaga de cohetes ruge sobre el campo antes del anochecer. Los soldados
apenas se molestan en mirar. Y a través de los huertos de naranjos y las calles
desiertas de Nhar el Bared, el mar hace espuma y brilla como si estuviéramos
todos de vacaciones mientras esta nación tiembla bajo nuestros pies.