El sida y el cuento del sida
Los magnates que hacen excursiones ‘solidarias’ a África pretenden que las
farmacéuticas no apliquen su misma receta neoliberal
Manuel de Castro García
Rebelión
Cuando vemos a determinados millonarios de la prensa rosa hacer campañas
solidarias por los enfermos del Tercer Mundo y dicen –se lo dicen a la gente con
ingresos normales- que hay que hacer un esfuerzo por ayudar a estos
desgraciados, hay quien se pone enfermo pero de rabia ante tanta hipocresía.
Viajan en un jet privado con un séquito de fotógrafos y maquilladores para posar
junto a moribundos atacados por el sida en Kenia o Tanzania. Reclaman
tratamiento médico para todos. Así, para todos, como médicos y medicamentos
caídos del cielo o, lo que es lo mismo, de la caridad.
El modelo de organización social y económica que hemos escogido los países ricos
para este planeta es el que permite que estos millonarios puedan disfrutar de
sus enormes fortunas –trabajando a destajo o robando, es igual en este caso-
obtenidas de la competitividad extrema y de la ley del más fuerte. Este modelo
que les permite crecer hasta límites imperiales es el mismo que, con todo
derecho, reclaman las grandes compañías farmacéuticas para investigar y
comercializar medicinas a cambio de beneficios y con el único objetivo que los
beneficios. Ellas no van a ser menos que los famosillos magnates de algunas ONGs
que se hacen fotos junto a esqueletos que no volverán a visitar jamás.
Son peregrinaciones inmorales para justificarse, peregrinaciones innecesarias si
visitan algunos de los barrios de sus propias ciudades, en las que cada día
aumentan las desigualdades y la precariedad porque cada día hay más gente con
muchísima pasta, menos clase media y más abandonados.
Si algún día llegásemos a comprender que los enfermos de sida de África no
mueren por azar sino porque se ha creado una situación social –subsanable, esta
es la clave de la idea- que propicia este drama vergonzante, seríamos capaces de
señalar con el dedo a todos y cada uno de los gobiernos occidentales como
responsables directos –por supuesto, hay que insistir en que son responsables
morales directos- de millones de muertos no atendidos por no crear un sistema
sanitario que tenga por lema que cada ser humano, por el hecho de existir, tiene
un mínimo de derechos que han de atenderse antes que cualquier otra necesidad de
ningún Estado del mundo. Cubiertas estas prioridades, que cada uno vaya adonde
quiera con su jet privado, si es que tras el reparto llega para tanto.
Al sida –una enfermedad más- se le añade además una carga de prejuicios basados
en valores puramente religiosos que manchan a buena parte de la sociedad. Estos
días, un un informativo local, la presentadora fue capaz de leer toda la noticia
relacionada con esta enfermedad sin pronunciar la palabra ni una sola vez. Le
llamo de todo –VIH, plaga, problema, pandemia, etc- pero no mencionó sida ni una
vez, como si fuese un pecado sonoro. Se ahogó en eufemismos, como los aprendices
de ‘Lady Di’ que al final se domicilian en Andorra para escapar del fisco con el
que se hacen los hospitales y se pagan las medicinas para los enfermos de sida.
Y de tantas y tantas otras penurias.