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El repugnante olor del chocolate
Olivier Bonnet
Todo empieza en 2002 cuando un periodista neerlandés Teun van de Keuken encuentra en su periódico favorito un pequeño artículo sobre los niños vendidos en los mercados de esclavos para recoger las habas de cacao, especialmente en Costa de Marfil, principal productor mundial con el 40 % del total de la producción (1,4 millones de toneladas).
En efecto, ese año se publica un informe realizado por The International
Institute of Tropical Agriculture que habla de 284 000 niños, la mayoría menores
de 14 años, que trabajan en las plantaciones de cacao de África Occidental. Solo
el 34 % de ellos va a la escuela. Su vida diaria consiste en realizar duras
tareas como recoger las bayas, extraer los granos con ayuda del machete, cargar
grandes pesos y aplicar los pesticidas.
Ya en 1998, un estudio de UNICEF denunciaba el resurgimiento del trabajo
infantil en la producción de cacao de Costa de Marfil, y en el 2000 un informe
del Departamento de Estado de EEUU iba más allá y daba una cifra de 15 000 niños
entre 9 y 12 años secuestrados y obligados a trabajar en el algodón, el café y
el cacao en ese mismo país. Otro trabajo publicado en 2001, esta vez por la
Organización Internacional del Trabajo, ponía la guinda al llegar a la
conclusión de que el tráfico de niños está muy extendido en África Occidental.
Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, el problema afecta a más
de 200 000 niños y adolescentes (15-17 años), África Central incluida. Todo esto
fue lo que descubrió Teun van de Keuken al documentarse sobre el fenómeno.
Frente a esta intolerable situación ¿cuál es la respuesta de la industria del
chocolate? Tras pretender durante años, con verdadero cinismo, que no era
responsable de la situación de los trabajadores del cacao –salvo que les paga su
producción a un precio infame- por fin reacciona en 2001 y firma el protocolo de
Harking-Engel que, entre otras cosas, pretende crear antes de julio de 2005 un
certificado independiente para garantizar a los consumidores que el cacao
utilizado no procede del trabajo infantil. Estamos en febrero de 2007 y esa
promesa sigue siendo papel mojado.
Consumidor cómplice de la esclavitud
Va a hacer tres años que nuestro periodista neerlandés tuvo una idea para que
las cosas cambiaran: ¡ser condenado por la justicia, como consumidor de
chocolate, por complicidad con la esclavitud! En efecto, el artículo 46 del
código penal de los Países Bajos establece que comprar un bien a sabiendas de
que es producto de una actividad criminal puede ser castigado con 4 años de
prisión, y la esclavitud es una actividad criminal. El razonamiento de van de
Keuken es impecable: sabe que para producir cacao se utilizan niños esclavos y
sin embargo persiste en comprar el chocolate fabricado a partir de su
producción. Por lo tanto, es culpable. En marzo de 2004, presentó una demanda
ante la justicia neerlandesa contra sí mismo. La fiscalía negó la competencia de
los tribunales, al considerar que van de Keuken no tenía ningún vínculo directo
con ese sector. Pero el periodista recurrió el pasado 9 de febrero ante el
Tribunal Supremo: "Si se me considera culpable de ese crimen, a partir de ese
momento cualquier consumidor de chocolate podría ser perseguido por la justicia.
Espero que entonces la gente deje de comprar chocolate, lo que afectaría a las
ventas de las grandes empresas y les obligaría a hacer algo al respecto" afirma.
Para apoyar su demanda ha conseguido convencer a un ex niño esclavo para que
acuda a presentar su testimonio. Mientras espera la respuesta de la justicia
dentro de algunas semanas, Teun van de Keuken se ha lanzado a la
comercialización del chocolate slave free (sin esclavos) con la marca
Tony’s chocolonely. Las primeras 500 tabletas se vendieron en un día, cuenta
orgulloso. "Tony ha entrado en el negocio, se lee en su página web. Estamos en
el siglo XXI. ¡La esclavitud es arcaica!" Con sus argumentos jurídicos que
parecen pertinentes, el importuno alborotador podría convertirse en una china en
el zapato de la poderosa industria del chocolate.
Sin embargo, tendrá que tener cuidado de no viajar a Costa de Marfil: el
periodista francocanadiense independiente Guy-André Kieffer figura como
desaparecido desde el 16 de abril de 2004. "Dos años y medio de investigación,
tras el cobarde secuestro organizado por gente próxima al presidente, ha hecho
brotar una terrible sospecha: Guy-André Kieffer sabía demasiado sobre las
maniobras del clan del poder y sobre el dinero del cacao, del que Costa de
Marfil es el primer productor del mundo. Los visitantes del Salón del Chocolate
deben saber que detrás de las apariencias, el mercado del cacao de Costa de
Marfil esconde muchos sórdidos asuntos", explica la organización Reporteros sin
fronteras varios de cuyos militantes, acompañados por miembros de la familia del
periodista, se presentaron en octubre pasado en el Salón del Chocolate para
distribuir panfletos en los que podía leerse: "¿Que sabía Guy-André Kieffer? Que
el cacao puede matar, que el dinero del chocolate esta manchado de sangre. Que
un periodista puede pagar muy cara su voluntad de hacer que se sepa la verdad.
En nombre de ese periodista, nosotros también exigimos que se sepa la verdad."
Una asociación, Verité pour Guy André Kieffer (1), se esfuerza en medio de la
indiferencia general por llamar la atención sobre su caso. Sin duda, el fuerte
aroma del cacao esconde un repugnante olor a podrido.