Los dos ataques recientes en Afganistán que han sacudido las
redacciones de los medios de comunicación en Occidente han mostrado la pauta
similar que éstas mantienen a la hora de afrontar o analizar la grave situación
que atraviesa el país asiático desde la invasión y ocupación de las tropas
lideradas por Estados Unidos.
Mientras que la mayoría de medios y análisis se centran en el número de víctimas
mortales y en la presencia de niños entre éstas, estas mismas referencias no se
nos muestran cuando las víctimas civiles son provocadas por las operaciones
áreas de las tropas extranjeras.
Si tomamos por tanto los dos ataques de estos días, el de la provincia de
Baghlan en el norte del país y la emboscada a las tropas de la OTAN en las
montañas del este del país, podemos ver algunas claves para entender algo mejor
la sucesión de acontecimientos y el rumbo de la coyuntura en Afganistán.
La bomba o el ataque suicida de Baghlan se ha cobrado la vida de decenas de
personas, entre ellas numerosos escolares y seis parlamentarios afganos. Estos
días estamos viendo cómo se nos remarca una y otra vez el número de víctimas y
la edad de las mismas, pasando a omitir otros aspectos clave en este trágico
atentado. Por un lado algunas fuentes locales no han dejado pasar la oportunidad
para señalar la figura de uno de los parlamentarios muertos en el ataque, Sayed
Mustafa Kazimi, un chiíta hazara, líder y fundador de Hizb-e-Wahdat Islami
Afghanistan, el principal grupo mujahidin de esa etnia.
Pero además, Kazimi estaba considerado como un político "en alza en el país" y
con una gran proyección de futuro en el complejo teatro afgano. Su pasado como
luchador contra la ocupación soviética o su reciente nombramiento como portavoz
de la oposición parlamentaria englobada en torno al Jabhe-ye-Motahed-e-Milli (el
Frante Unido Nacional), que engloba a diferentes líderes locales, étnicos y
antiguos comunistas, opuestos todos ellos a la política del gobierno de Karzai,
le habían convertido en una referencia clave en el país. Además, su capacidad
para posibilitar puentes de comunicación entre las diferentes facciones y etnias
le auguraban una posición estratégica en cualquier proyecto de futuro en
Afganistán. Todo ello sin olvidar además su sintonía con Irán, en base a su
ascendencia chiíta.
A la vista de todo esto, es evidente que los autores del atentado buscaban
eliminar a esa prometedora figura, y es aquí donde cabría hacer algunas
preguntas en torno a quién interesaba su desaparición. Pues mientras que algunos
han querido ver la mano de los talibanes en al misma, utilizando para ello los
viejos enfrentamientos entre hazaras y talibanes, lo cierto es que en Afganistán
hay quien apunta hacia la siempre presente mano oscura de los servicios secretos
del vecino Pakistán, el ISI. Estos siempre se han mostrado a cualquier unidad
afgana entre los diferentes grupos, pues eso reduciría enormemente su capacidad
de maniobra e influencia en los asuntos afganos.
Por otro lado, y en torno a la noticia misma, también se nos ha querido
presentar esa región norteña como "un paraíso dentro del infierno afgano",
alejada de la inestabilidad que reina en las provincias del sur. Y en esta
ocasión, también las noticias en esa línea vuelven a errar. Si bien es cierto
que la llamada insurgencia no opera con la intensidad que lo hace en otras
partes del país, en esa región las fuerzas del poderoso Gulbuddin Hekmatyar y su
organización, Hezb-i- Islami, con importantes lazos con el ISI, llevan tiempo
intentando asentar una presencia sólida. Además, en el norte de Afganistán
conviven otra serie de tensiones y enfrentamientos que no parece preocupar a
Washington y a sus aliados, a pesar de que para la población afgana la situación
empeora cada día allí también. La presencia de milicias armadas, reflejo del
sonoro fracaso que supuso el desarme de las mismas, la lucha entre las
diferentes facciones políticas y étnicas locales, el tráfico de drogas y la
importancia geoestratégica del lugar, confieren a la zona una realidad alejada
de lo que nos quieren presentar y que anticipa que la inestabilidad allí también
puede ir en aumento.
El ataque contra las fuerzas de la OTAN y el ejército afgano también nos deja
otros ejes de la actual situación afgana, aunque haya que bucear en las noticias
o en aquella realidad para poder captarlos. A la precisión y preparación del
ataque, hay que unir el número de bajas causadas a las tropas occidentales, el
más mortífero de un año calificado como "el que más bajas mortales ha causado a
EEUU desde la invasión de 2001".
Por otro lado, unos días antes, los talibanes han llevado a cabo una operación
militar cerca de la estratégica ciudad de Kandahar, ya que por primera vez desde
2001 las fuerzas taliban ha ocupado durante varios días el distrito de Arghandab,
que podría posibilitar un anticipo del asalto a la ciudad más importante del sur
del país. La presencia taliban de todas formas hay que entenderla en ese
sentido, una preparación de un posible ataque a mayor escala sobre Kandahar y
sobre todo, la toma de contacto directo con la población local (la tribu
Alokozai), en busca de apoyo a sus pretensiones futuras. La toma además de otros
dos distritos en la provincia de Farah, en el oeste afgano, muestran que las
operaciones y las capacidades de la resistencia a la ocupación aumentan cada
día. Como señalaba un militar estadounidense, "los ataques insurgentes –
emboscadas muy preparadas, ataques suicidas y bombas en las carreteras- han
aumentado considerablemente en los dos últimos años, y lograr la victoria puede
llevar más de una década".
Y mientras que esa realidad se asienta cada día que pasa, al mismo tiempo, "la
fatiga crece entre las fuerzas de la coalición extranjera" en Afganistán. El
propio gobierno británico ha hecho saber a Bush que "mientras estamos ganando
batallas, estamos perdiendo la guerra".Pero lejos de afrontar sus impotencias y
fracasos sucesivos, la OTAN y Washington buscan presentar a la resistencia
afgana y sobre todo a los talibanes como una fuerza dividida. De ahí que esta
vieja estrategia de duros y blandos, tan manida por las fuerzas
contrainsurgentes a lo largo de la historia y en diferentes lugares, asome en
esta ocasión.
Los llamamientos del presidente- marioneta afgano a un encuentro con las fuerzas
taliban irían en esa dirección. Algunos analistas han anticipado los nombres de
"los nuevos o moderados" talibanes, que curiosamente tendrían relaciones con
Pakistán, el antiguo embajador afgano en ese país, Mullah Zaif o el antiguo
ministro de exteriores, Ahmad Mutawakil, quienes estarían más dispuestos a unas
negociaciones que el supuesto "sector duro" comandado por el Mullah Omar.
Probablemente, y al igual que en pasado, estos sectores obedezcan más al deseo
del ocupante para presentar divididos a sus oponentes que a la propia realidad
de la resistencia taliban.
Con las elecciones en Estados Unidos a la vista, la invasión y ocupación de
Afganistán se encamina a uno de los mayores fracasos de la política exterior
norteamericana y de todos aquellos que le han seguido los pasos a la aventura
militarista de Washington. El país asiático lejos de presentar una realidad
"democrática y en libertad" ve cómo la distancia entre el gobierno impuesto por
Occidente y la población aumenta cada día, la inseguridad alcanza a todo el
país, la corrupción y el soborno son la tónica diaria, el comercio de la droga
se ha convertido en un pilar en amplias zonas del país, el gobierno de Karzai es
visto como "ineficiente e incompetente", y todo ello junto a la ausencia de
cualquier tipo de desarrollo ha contribuido a que la desilusión popular crezca
también.
Finalmente, la campaña militar, basada en buena parte en los bombardeos aéreos
indiscriminados y que causan un gran número de víctimas civiles (otro
ocultamiento en las noticias que recibimos de Afganistán), unido a todo lo
anterior, aumenta el sentimiento de rabia entre la población afgana y la
credibilidad de los ocupante y sus aliados locales desaparece del teatro afgano.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).