Medio Oriente - Asia - Africa
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Otra vez Marruecos
Alberto Piris
Estrella Digital
El Reino de Marruecos "llamó a consultas" a su embajador en Madrid a fines de la
pasada semana, cuando se hizo pública la visita de los Reyes a Ceuta y Melilla.
Digamos que, en la era de las comunicaciones inmediatas y universales, cualquier
consulta que el Gobierno de Rabat tuviera que plantear a su representante
diplomático en la capital de España, para aclarar pormenores o escuchar sus
opiniones, no haría necesario que éste se trasladase a Marruecos.
Pero el lenguaje diplomático está lleno de sutilezas para los no iniciados, y
del mismo modo que una "nota verbal" es un escrito formal, redactado conforme a
unas normas rígidas e inmutables, y no tiene, por tanto, nada de oral, una
"llamada a consultas" tampoco tiene nada de llamada ni de consulta, sino que es
un modo de mostrar desagrado por alguna decisión adoptada por el Gobierno ante
el que está acreditado el embajador en cuestión. Es una forma atenuada de
retirada del embajador, reduciendo temporalmente el nivel de la representación
diplomática y mostrando explícitamente un enfriamiento en las relaciones entre
ambos países.
También en lenguaje diplomático, el Gobierno del país que sufre esta medida
puede replicar adoptando análoga decisión y retirando a su embajador, si desea
mantener la presión y, probablemente, agravar un poco más la situación. Por el
contrario, puede no darse por aludido y dejar las cosas como están, a la espera
de que ulteriores medidas apaciguadoras y el paso del tiempo hagan retornar las
relaciones a su nivel normal y enfriar definitivamente el conflicto. Al
escribirse estas líneas, ésta parece ser la postura adoptada por el Gobierno de
España y la tónica moderada con la que acaba de comenzar la visita.
No es nada nuevo el hecho de que las relaciones hispano-marroquíes sufran, a
veces de modo imprevisto, altibajos notables, a causa de los varios intereses
conflictivos existentes entre ambos países. Pero como también son numerosos los
intereses coincidentes, de ahí que estos periodos febrífugos que elevan de
cuando en cuando la temperatura de la relación entre ambos países no sean de muy
larga duración y no lleguen a alcanzar el punto de no retorno. No debe
sorprender que todo esto ocurra entre dos Estados que en el pasado se han
enfrentado en varias ocasiones y cuyos "lazos históricos", a los que tan a
menudo se alude en sentido encomiástico, han dejado impresa en ellos la nefasta
huella del colonialismo y sus inevitables secuelas.
Todo lo anterior no quita importancia a la decisión adoptada por Marruecos ni
evita la posible agravación del conflicto. Es siempre peligroso, en cualquier
país, azuzar a la opinión pública en uno u otro sentido y, una vez excitada,
adoptar las decisiones apropiadas para satisfacerla. Y mucho más peligroso es,
todavía, dejarse arrastrar por esta dinámica, tan poco controlable, cuando lo
que se desea es distraer a la ciudadanía de otros problemas internos, agitando
el señuelo de una antigua y popular hostilidad exterior, como a menudo ha hecho
en el pasado el Gobierno de Rabat.
No constituye un alivio de la actual tensión saber que en ambas ciudades
españolas "se ha desatado la euforia patriótica", o que los miembros del
fantasmal Parlamento del vecino país consideren la visita "una seria provocación
y un ataque al pueblo marroquí", y organicen manifestaciones para mostrar su
hostilidad a España. Y no porque las expresiones de patriotismo español y
marroquí, respectivamente, no tengan ciertos fundamentos comprensibles, sino
porque el apasionamiento ciego puede llevar a estallidos de violencia, si en lo
que es legítima aspiración de unos pueblos se infiltran actividades agitadoras,
siempre decididas a llevar el agua a su molino.
Es, pues, muy recomendable para las autoridades de ambos países mantener la
calma y encontrar, por el momento, el punto de equilibrio entre el innegable
derecho de los Reyes de España a visitar dos ciudades españolas, y el del
Gobierno y el pueblo marroquíes a expresar su permanente reivindicación sobre
ellas —a las que llaman "ciudades expoliadas"—, dentro de los términos de
pacífica y obligada convivencia entre dos pueblos vecinos.
En poco contribuyen al éxito del viaje real declaraciones como las del diputado
del PP Gustavo de Arístegui, máxime cuando fue su partido el que más complicó
las relaciones hispano-marroquíes y al que evidentemente molesta hoy el hecho de
que haya sido un Gobierno socialista el que haya propiciado la primera visita
oficial de los Reyes a las dos ciudades africanas. Considerar ésta en simple
clave electoral revela tanta ruindad como todo lo que ha rodeado a la
esperpéntica actuación del principal partido de la oposición en torno al juicio
y sentencias dictadas por los atentados del 11M.
Por último, no se asuste el lector si escucha una nueva amenaza de "Marcha
Verde" contra Ceuta o Melilla. Todo eso forma parte de la dinámica del actual
conflicto, pero se puede sospechar que ni los intereses españoles ni los
propiamente marroquíes resultarían beneficiados si la tensión subiese hasta tan
peligroso punto. Es de esperar y desear que la razón se imponga a la pasión,
también en Rabat.