Enero, como cada año desde Porto Alegre 2001, será el mes de Foro Social Mundial
(FSM), el mes del altermundismo. Después de la experiencia de Mumbai en 2004 y
del foro policéntrico de 2006, celebrado en Caracas (Venezuela), Bamako (Malí) y
Karachi (Paquistán), esta macroreunión, que ya es el referente global de los
movimientos sociales, sale de nuevo de su cuna brasileña para desarrollarse
íntegramente –esto es novedad– en África (Nairobi, Kenya) entre el 20 y 25 de
enero. Una vez más coincidirá –y se enfrentará– con el indecente foro económico
de Davos, simbolizando como nada en el mundo ese ricos arriba y excluidos abajo,
nobles en el norte y plebeyos en el sur, pocos sobre muchos, la bipolaridad
suprema de la humanidad.
Seis foros mundiales deberían ser suficientes para hacernos una composición de
lugar, más de su necesidad que de su repercusión mediática. Es evidente, y los
números así lo dicen –de 20.000 participantes en 2001 a 155.000 en 2005–, que el
FSM es una necesidad. Las luchas sociales precisan también de esperanzas
colectivas, de un centro catalizador para esa gigantesca amalgama de
alternativas que surgen en el planeta contra el neoliberalismo que lo ahoga, de
un espacio de intercambio de experiencias, incluso de una universidad de la
resistencia. Como escribió Ramonet: "el FSM es, o puede llegar ser, el
parlamento de los ciudadanos de la tierra". Además, lo de la repercusión
mediática, cada vez menor a pesar del crecimiento imparable del FSM, también
indica que los aparatos de control del poder son conscientes de su importancia,
o de su peligro, dependiendo de los ojos que miren. Ya lo decía Javier Couso:
"en dictadura se ejerce la censura, en democracia llega con esconder la
información". ¿Qué diferencia hay?
De alguna manera, y resumiendo, las claves de este séptimo FSM serán
primordialmente dos. Como en años anteriores la discusión central tendrá que ver
con su futuro. Ahí están los cada día mayores problemas de financiación y
también los logísticos. Para el mundo de abajo hacer desplazamientos tan largos
no es nada fácil y coordinar a cientos de miles de participantes, a pesar de que
se autogestionen y autoorganicen, puede acabar un día en el colapso
organizativo. Sin embargo, la gran clave del futuro del foro es otro, el de
siempre. En pocas palabras, el debate verdaderamente preocupante es si se debe
pasar de un foro evento a uno foro proceso y, como consecuencia, si debe haber
una relación del propio FSM con la política. Conocido y denunciado el enemigo
común y formuladas muchas de las propuestas alternativas para ese otro mundo
posible, ¿debe el FSM servir como plataforma para la acción? Y si fuese así,
¿quién puede representar a millones de personas del mundo que sueñan con el fin
del neoliberalismo?
La otra clave de este FSM África en si misma. De los 31 países con bajo
desarrollo humano en el informe del PNUD de este año 29 son africanos,
subsaharianos principalmente. Los movimientos sociales en el continente son más
bien débiles, a veces inexistentes, básicamente porque no se puede luchar con el
estómago vacío y con virus varios nadando por la sangre. El FSM nació en
Latinoamérica, el continente rebelde por excelencia, pero su repercusión en
África –en la que sólo hubo la, digamos, pequeña experiencia en Bamako– es toda
una incognita. A pesar de esto la apuesta es bien clara. Si alguien precisa de
esperanza es África, si alguien precisa de rebeldías es África, si alguien
precisa de movimientos sociales potentes es África. He ahí el gran desafío, la
arriesgada pero comprometida apuesta del Foro Social Mundial. Suerte rebeldes.
* Manoel Santos <manoel@altermundo.org
es biólogo y escritor. Director del portal alternativo en lengua gallega
altermundo.org