Medio Oriente - Asia - Africa
|
La conferencia de Teherán y los Faurisson [1] proisraelíes
Bruno Guigue
La conferencia sobre el genocidio hitleriano organizada por Teherán, como era
de esperar, originó una avalancha de protestas indignadas. Gran operación
mediática, esta iniciativa provocadora pretendía, a todas luces, lanzar un
órdago simbólico. En el enfrentamiento verbal con Occidente, el régimen iraní la
emprendió con uno de sus principales tabúes y después de la crisis de las
caricaturas, ha infligido a los occidentales los rigores de la ley del talión:
"ustedes insultan lo más sagrado que tenemos, así que no se sorprendan si
nosotros hacemos lo mismo".
Evidentemente, el blanco privilegiado de esta ofensiva simbólica no se ha
escogido al azar. La brutalidad de la represión israelí alimenta diariamente el
rechazo hacia Israel en el mundo árabe y musulmán. Pero sobre todo, la impunidad
de la que disfruta el ocupante [de Palestina] gracias a la complicidad
occidental, acredita la idea de que el remordimiento por el holocausto equivale
a un cheque en blanco. "Hoy el holocausto se ha convertido en un fetiche para
las superpotencias, el pretexto para agredir y amenazar a los países de la
región", resume Mahmud Ahmadineyad
¿Cómo podríamos negarlo? La memoria de la Shoah se ha convertido, en las
manos de Israel y sus aliados, en un arma temible de intimidación masiva:
persuade a los israelíes de que la violencia que ejercen contra los demás no es
reprochable, paraliza cualquier veleidad de oposición a la política israelí en
el seno del mundo occidental y coloca de nuevo en las filas del "Bien absoluto"
a un estado judío nacido para reparar el "Mal absoluto".
Ese es el esquema ideológico que ha querido desenmascarar la iniciativa iraní.
Como subrayaron sus promotores, la conferencia no se refería tanto a la realidad
histórica de la Shoah como a su uso simbólico en provecho de Israel. No
importa si el genocidio hitleriano se produjo como acredita la historia oficial,
sino el hecho de que ese acontecimiento proporcionó una poderosa justificación
moral al proyecto sionista. Sacándola del registro de la historia profana, la
Shoah ha convertido al estado judío en una entidad metafísica.
La memoria de esta tragedia espantosa creó, en provecho de Israel, un cordón
sanitario infranqueable. Artefacto colonial incrustado a la fuerza en las ruinas
de la Palestina árabe, Israel se convirtió en un santuario inviolable, el
brillante símbolo de una dominación legítima que devuelve a todo Occidente el
reflejo narcisista de su propia superioridad. Ante el espectáculo de las
conquistas israelíes, el hombre occidental se siente complacido doblemente:
alivia su conciencia moral oprimida por el holocausto, a la vez que experimenta
el orgullo de una supremacía, la de la civilización sobre la barbarie.
Naturalmente, era absurdo convocar a Robert Faurisson para apoyar este análisis.
Además de moralmente dudoso, el flirteo con el charlatán de Lyon es un error
político. Poniendo en duda la existencia de las cámaras de gas, la fábula
negacionista acaba por arrojar dudas sobre la duda misma. Entonces no nos queda
más que un páramo donde la realidad se desvanece y las palabras no quieren decir
nada. ¿Quién impedirá mañana a otros negacionistas negar la existencia de los
10.000 presos árabes que se pudren en las cárceles israelíes?
Hábilmente subrayada por los medios de comunicación dominantes, esta ambigüedad
de la conferencia iraní no minimiza su significado, pero está claro que la causa
palestina no tiene nada que ganar con ella. Esta confusión de los géneros apenas
afecta a su legitimidad, pero enturbia extrañamente el mensaje. En una palabra,
no hay ninguna necesidad de acreditar las tesis negacionistas para poner en
solfa la legitimidad de un estado que encubre su fascismo vistiéndose con el
traje de rayas de los deportados.
Además de la cuestión del negacionismo, el otro asunto propuesto por la
iniciativa de Tehéran es el antisionismo. ¿Podemos profetizar hoy la
desaparición del Estado de Israel? ¿La radicalidad del mensaje no tiene
connotaciones de encantamiento? Desdeñando estas cuestiones, el comentario
predominante utiliza exclusivamente el registro moral y lanzando un anatema
sobre el presidente iraní, elude oportunamente la pregunta esencial: ¿por qué
precisamente Israel es el único estado cuya existencia plantea problemas?
Para esta pregunta conocemos de memoria la respuesta oficial. Teorizada por los
intelectuales que tienen allí sus intereses, se resume en una palabra:
antisemitismo. El abracadabra, la palabra mágica que lo dice todo, que condensa
en un fogonazo las angustias del mundo moderno. Apenas proferida, impone la
circunspección y paraliza el pensamiento crítico. Blandida como una amenaza,
prescribe el silencio como si algo terrorífico y sagrado estuviera en juego,
condenando a todos a vigilar sus declaraciones para no blasfemar.
Porque para la ideología dominante, el rechazo a Israel no tiene nada de
político, es sencillamente una enfermedad del espíritu. Disfrazada con los
ropajes del antisionismo, es una forma comprobada de sida mental. Hablando con
propiedad no hay antisionistas, sólo antisemitas rencorosos y retorcidos,
eternamente al acecho del judío. El sumo sacerdote de esta nueva inquisición,
Alain Finkielkraut, los ve por todas partes, ¡esos antisemitas!, los acosa sin
descanso, los bombardea con anatemas. A semejanza de BHL (Bernard Henri Lévy),
amasa las regalías de una notoriedad que se sustenta exclusivamente en esta
paranoia mantenida a golpe de perogrulladas sentenciosas.
¿Antisemitas las familias palestinas de la franja de Gaza reducidas a cenizas
por los obuses del ejército israelí? Los "Faurisson" proisraelíes querrían
convencer de esto al mundo entero. Como dice el historiador israelí Zeev
Sternhell, es mucho más fácil denunciar a los antisemitas que preguntarse cómo
reaccionarían los israelíes si sufrieran en sus carnes una ocupación militar
desde hace 40 años. ¿Esos tanques destructores, de la estrella de David,
enviados a tierra árabe para sembrar el terror en nombre del estado judío, no
tienen nada que ver con el rechazo a Israel?
Fuera de los círculos de la intelectualidad parisina, la descalificación del
antisionismo por asimilación con el antisemitismo, en realidad, no tiene ningún
sentido. Frente al mundo real, la condena abstracta del antisemitismo cae en el
ridículo: ¿antisemitas los misiles antitanques de Hezbolá?, ¿antisemitas los
kalashnikov de Hamás? Si usted combate al estado de Israel, que se proclama "el
estado judío", usted se convierte inmediatamente en un vulgar un antisemita.
Pero que Israel transforme la Franja de Gaza en el Oradour-sur-Méditerranée [2]
no choca con los supuestos morales de los comentaristas occidentales. Y la
entrada en el gobierno israelí de un fascista moldavo no impide que los
dirigentes europeos le hagan reverencias. Hace ya veinte años, el profesor
Yeshayahu Leibowitz calificó la política israelí como "judeonazi". ¡Fuera
Leibowitz! Hoy tenemos omnipresente a Finkielkraut, para quien la palabra "apartheid"
para designar la ocupación israelí es una obscenidad con connotaciones
genocidas.
La jactancia de los perdonavidas del antisemitismo es un discurso obsesivo que
tiene como única misión, a todas luces, la negación de la realidad. En cuanto al
principal acicate del antisionismo, es el mismo estado de Israel. ¿A quién le
puede extrañar, por otra parte, que el rechazo de la empresa sionista tome cada
vez un cariz más radical? "Cuando dije que Israel iba a desaparecer, expresé lo
que los pueblos tenían en el corazón", confiesa el presidente iraní. ¿De quién
es la culpa? Negando el intercambio de paz por territorios, Israel se expone
deliberadamente a una guerra interminable.
Con su obstinación, Israel está instruyendo su propio proceso. Niega
categóricamente el derecho de regreso de los refugiados. Ha convertido la
Jerusalén reunificada en su capital eterna. Ha declarado irreversible la
implantación de los principales bloques de colonias en Cisjordania. Acaba de
proclamar que la anexión del Golán sirio también es definitiva. Es decir, no hay
nada que negociar. Y pretende que el mundo árabe deje de ser antisionista, y
renuncie a la lucha contra un estado que prospera esquilmándolo…
Las ridículas "faurisonerías" de unos y otros apenas enmascaran una realidad que
se deja ver en los puestos de control de Cisjordania, en el espectáculo de
Líbano devastado, en el inmenso suburbio de la Franja de Gaza: el corazón del
mundo árabe víctima de un terrorismo de estado que las potencias occidentales
aplauden como expiación secreta de un crimen cometido en masa hace sesenta años.
Si la conferencia de Teherán tiene por lo menos una virtud, es devolver a la
memoria amnésica de Occidente el recuerdo de aquella ingente aberración
histórica.
[1]