Medio Oriente - Asia - Africa
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A pesar de la ocupación todo es Palestina, lo sigue siendo, ¡desesperante!
Miguel Ángel LlanaComo resumen de un viaje a Palestina, dentro de unos veinte minutos, voy a
presentar una colección de más de 300 fotos de Jerusalén, Ramala, Belén y de los
controles israelíes de Qalquilia y Belén. Es muy fácil, fotos de gente normal
con problemas normales pero que viven en una situación extraordinariamente
anormal que condiciona y complica todavía más lo que en cualquier vida cotidiana
ya no es sencillo.
Las fotos hablan por sí mismas, la parte palestina, Jerusalén Este, está ocupada
por el ejército israelí que patrulla por sus viejas calles y los santos lugares
con soldados armados hasta los dientes, como en la guerra.
Hay cámaras de vigilancia por todas las callejuelas y en sitios estratégicos y
hay, sobre todo, banderas israelíes que ondean por todas partes, seguramente por
la necesidad de hacer ostentación precisamente de lo que no tienen. Pero, en
cambio, ni una sola bandera palestina, porque la gente vive su vida sin
necesidad de banderas, ignorando a los ocupantes, a las patrullas de jovenzuelos
soldados israelíes y a los pelotones apostados en los lugares estratégicos como
la puerta de los Leones, todas las entradas a la Explanada de las Mezquitas y el
cruce de la Vía Dolorosa con la calle El-Wad que sube hasta la puerta de
Damasco. Y un poco más abajo está la torre de vigilancia con una arrogante
exhibición de banderas y soldados, lo mismo que en tantos otros sitios de la
Jerusalén antigua invadida militarmente de la que ya han tomado posesión, además
de continuar ejecutando la ocupación urbana y notarial comprando o requisando
edificios.
Las calles de Jerusalén ya son suyas y cada vez más edificios también son suyos.
Pero no el aire y la gente que llena las calles y que, olvidando todo esto, abre
sus tiendas o pone sus puestos de venta al aire libre y grita precios y
productos a los cuatro vientos ignorando a los ocupantes. No cabe mayor
desprecio.
Los soldados israelíes nunca podrán disfrutar de las viejas calles de Jerusalén,
no. No entienden qué es un casco viejo convertido en un zoco donde todo el mundo
vende o compra algo y donde el barullo, el olor de la fruta, la verdura y las
especias y el movimiento de la gente, constituyen un mundo y un modo de vida
inalcanzable para los que van allí con otras intenciones, para los que van con
la idea de acabar con toda esa vida, incapaces de tomar un té sentados en
cualquier esquina.
Ya se han apoderado de toda Jerusalén, pero no les sirve para nada. Ocupan
sitios, calles, plazas, lugares y edificios que no entienden, que no conocen.
Muchachos que llegan de diferentes países y pasan su juventud en el ejército de
ocupación israelí en permanente estado de alerta, atemorizados, como todos los
ejércitos ocupantes.
Estos soldados adolescentes van a sus casas, de permiso, con el macuto y un
enorme fusil ametrallador -¿para qué?- en bandolera con el que suben y bajan en
los autobuses haciendo equilibrios. Duermen con su fusil al lado. A cada israelí
su fusil, es el lema.
En la Jerusalén palestina, con este tremendo armamento, los soldados alardean de
su prepotencia para ocultar el miedo. En la Jerusalén israelí, todavía más
patético, las patrullas y controles son mayores y mucho mayor el clima de
inseguridad, Israel es un estado demente, todo y todos son sus enemigos, de día
y de noche, permanentemente. Es el precio que tiene que pagar el ladrón, el
violador o el ocupante, que siempre se siente inseguro, amenazado por todo y por
todos; con razón, cómo no, por sus víctimas y por las leyes internacionales.
Mientras, la víctima se siente oprimida, y mucho, pero no tiene miedo ¿miedo de
qué? Ya poco o nada tiene que perder. Por eso Israel tiene derecho a defenderse,
tiene que defender el botín conquistado y aniquilar a sus víctimas, son un
peligro, realmente lo son porque sencillamente reclaman justicia, reclaman lo
suyo, ése es el gran delito palestino. Pero la justicia no se ha hecho para los
palestinos.
En Ramala sólo a 15 km al norte de Jerusalén, la pequeña cuidad que hace de
capital palestina, cercada, cuando no invadida por los tanques israelíes, hay
más vida y bullicio que en la gran Jerusalén. Mucha gente joven llena las calles
a todas horas. Tanta juventud es el problema para Israel, son una amenaza, ya lo
eran antes del desastre israelí con Hizbulá en Líbano, antes de que el poderoso
ejército israelí se estrellara contra Hizbulá.
Belén está a 8 km al sur de Jerusalén y a 23 de Ramala, para llegar hacen falta
varias horas de viaje por un tortuoso recorrido de carretes secundarias con
numerosos controles. Pocas fotos en Belén, está desierta, la cuna de la
cristiandad está muerta, sin gente y los hoteles y restaurantes están cerrados.
Israel amuralló su entorno y sus campos y el paso por las puertas enrejadas es
humillante. La resignación cristiana seguramente tiene más de cómplice con la
situación y de connivencia con el neocolonialismo israelí que con otra cosa.
En los controles militares de Qalquilia y Belén, pelotones de soldados "presos"
en sus garitas blindadas accionan con un botón las puertas metálicas para que
pasen sus prisioneros palestinos –o no palestinos- pero seguramente mucho más
libres que ellos mismos aunque sus rehenes se desesperen -o nos desesperemos- en
largas filas esperando a que el soldado de turno apriete el botón que hace girar
las rejas metálicas para que podamos pasar, de uno en uno, de una Palestina a
otra Palestina.
Casi sesenta años de ocupación pero, a pesar de tanta ocupación, todo es
Palestina y lo seguirá siendo, ¡desesperante!
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala.