Medio Oriente - Asia - Africa
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Sismo en el Oriente Medio
Eduardo Montes de Oca
Insurgente
Al paso que va la zona, los analistas de noticias no deben temer en demasía
el limbo del desempleo, a no ser que algún editor de este mundo peque de miope,
como de miope está pecando el cesáreo George W. Bush -toro miura ante su
matador-, emperrado en la idea de implicarse aún más en la guerra a pesar de la
creciente percepción de que los Estados Unidos están abocados a la más
estrepitosa derrota allá en las ardientes arenas de la Mesopotamia.
Mientras los asesores del Presidente discuten, en el mejor estilo bizantino,
sobre la ampliación del número de efectivos o, en su defecto, la concreción del
traspaso del "control contrainsurgente" al incipiente, tambaleante ejército
iraquí –palos te darán bogues o no, George-, los analistas de marras tendrán que
seguir emborronando cuartillas con términos como crueldad, devastación e
iniquidad, que espigamos en las líneas de un colega que no se arredra ante la
patética carga de calificativos. Porque el patetismo es la propia realidad de
una región donde solo en un país, Iraq, campean la anarquía, los enfrentamientos
confesionales, la inseguridad ciudadana, la ingobernabilidad y la más
"conspicua" violación de los derechos humanos, de manos de la corrupción y la
pobreza. Todo ello, debido a la "caritativa" invasión aliada.
Invasión causante de la muerte de más de 660 mil iraquíes en 2006, lapso en que
la cifra de heridos se torna incalculable, como la cantidad de presos sometidos
a las más crueles torturas y vejámenes. De otra parte –menuda contraparte-, las
bajas de soldados norteamericanos se acercan al golpe psicológico de las tres
mil, y también amenazan con multiplicarse geométricamente, en andas de una
resistencia juzgada por muchos incontrolable.
Pero la situación también pinta mal para los gringos en otros recodos del área
geopolítica. Sucede que sus más aguerridos socios en esos lares, los sionistas,
tuvieron que salir escaldados, por el empuje de las milicias del chiita Hizbolá,
de un Líbano imbricado en el proyecto israelo-estadounidense del Oriente Medio
trocado en enorme y seguro lago proveedor de petróleo y en pantagruélico mercado
para productos industriales de marcas norteamericanas y hebreas. Claro, las
legiones en estampida dejaron tras sí una nación devastada y un panorama de
necrópolis multiplicada: más de dos mil 800 bajas fatales entre los civiles.
¿A la postre escuchará George Walker Bush los consejos emanados del informe
bipartidista Hamilton-Baker en el sentido de que la Casa Blanca comprenda las
causas del fracaso en Iraq y enmiende los errores de procedimiento, o se
empeñará en una escalada que cada vez con mayor frecuencia está siendo comparada
con la de Viet Nam, hasta en la posible derrota? ¿Tomará nota de que "en
diplomacia, un país puede y debe coordinar con sus adversarios para tratar de
resolver conflictos y diferencias relacionados con sus propios intereses",
disponiéndose a un arreglo con Siria e Irán, impertérritos en el rechazo a la
injerencia yanqui en sus asuntos, o se lanzará contra estos, como al parecer le
exigen los halcones más recalcitrantes?
Estas preguntas serían contestadas solo desde las márgenes de la especulación.
Del arte adivinatorio. Y como el oráculo de Delfos se difuminó en el tiempo,
solo anotemos que, a pesar de comisiones e informes, USA e Israel se resisten a
liberar los territorios de Gaza y Cisjordania, Estado soberano e independiente
en el sueño del pueblo palestino, el cual, desde el inicio de la Intifada de Al
Aqsa -28 de septiembre de 2000-, ha sufrido la pérdida de más de cinco mil de
sus hijos, 985 de ellos niños y mujeres.
Pero, eso sí, los palestinos tendrán que aprender las duras lecciones de la
historia, y abstenerse de enfrentamientos fratricidas entre la islámica
agrupación Hamás, ganadora de las últimas elecciones, y la laica Al Fatah,
desplazada del poder por el voto ciudadano. Sin duda de ninguna índole, una
guerra civil tendría como único beneficiario a Israel, cuyos gerifaltes deben de
estarse frotando las manos ante las arremetidas de una y otra facción, aunque se
muestren solícitos con la del presidente Mahmud Abbas (Al Fatah), a todas luces
más proclive a las negociaciones con Tel Aviv.
En todo este arremolinado y umbrío panorama, que se extiende al poco mencionado
Afganistán –¿acaso el silencio mediático borrará la creciente antiyanqui y
antiOTAN?-, una cosa cobra medida de incuestionable: si el Gobierno de Bush y su
adláter sionista no han logrado convertir la región en el cacareado Nuevo o Gran
Oriente Medio, no ha sido por falta de deseo, sino por la resistencia de los
pueblos a convertirse en habitantes de una gigantesca aldea de borregos,
inequívoco fin de la globalización neoliberal, que asoma con fuerza en la
región.
Y ojalá que el sismo del Oriente Medio cese de una vez por todas, aunque algún
que otro analista se vea compelido a cambiar de tema.