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Partido Socialista Unido de Venezuela -PSUV-: germen de poder popular
Marcelo Colussi
"La política es el arte de evitar que la gente tome parte en los asuntos que
le conciernen", dijo sarcásticamente Paul Valéry. Pero aunque malévolamente
mordaz, expresó una gran verdad: hasta ahora, para quienes ejercen el poder,
gobernar es seguir manteniendo sus privilegios, para lo cual vale todo. Y es
parte tan importante de esa actividad tanto la represión contra el que protesta
como la manipulación. Aunque en definitiva, al poder le resulta más útil, más
cómodo, más barato permitir el "juego" democrático de la política que la
represión brutal. En tal sentido, la actividad política es "el arte del engaño":
el engaño de las grandes masas, la mentira institucionalizada. Como dijo Valéry
entonces: "evitar que la gente decida pero haciéndole creer que participa". ¿Qué
son las democracias representativas modernas sino "ficciones estadísticas", como
sardónicamente dijera Jorge Luis Borges? ¿Alguien podría tomarse en serio que
"el pueblo manda" cuando va a votar cada unos cuantos años?
"La política es una actividad sucia. Quien gobierna debe asegurar su poder
destruyendo a inocentes, violando sus propios juramentos y traicionando a sus
amigos", afirmaba sin vergüenza Nicolás Maquiavelo hace cinco siglos. Así se
concibió siempre el ejercicio del poder; lo que el pensador italiano dijo sin
rodeos, los "políticos profesionales" de las sociedades capitalistas lo aplican
diariamente, aunque sin declararlo tan tajantemente. En mayor o menor medida, la
máxima del nazi Goebbels de mentir descaradamente para manejar a las grandes
masas es el común denominador de todo político de profesión. "A partir de
Maquiavelo los políticos comprendieron que la verdadera fuente de poder estaba
en la simulación de situaciones y que la política no constituía una actividad
real sino un modelo de simulación cuyo objetivo es simplemente alcanzar
efectos", agregará con precisión Jean Baudrillard ya hacia fines del silgo XX.
De eso se trata entonces: "alcanzar efectos", mentir, usar a la gente, hacerle
creer lo que no es, engañar.
Pero hay otra forma de entender la actividad
política: la política como el ejercicio de un poder compartido, como práctica
común de todos para el beneficio común.
Eso, obviamente, no es lo que ha desarrollado
ninguna sociedad basada en la división de clases y la explotación del trabajo de
unos por otros.
Eso, si es posible lograrlo, es privativo de ese gran reto que constituye la
epopeya que llamamos socialismo. Y ahora, en la República Bolivariana de
Venezuela, es eso lo que se está intentando comenzar a experimentar.
Poder popular, democracia participativa,
autogobierno del pueblo: no importa cómo lo llamemos, el reto está abierto. La
transformación revolucionaria de la sociedad capitalista tiene como puntales
básicos una nueva estructura económica que distribuya de otra forma el producto
del trabajo social superando la propiedad privada de los medios de producción.
¡Y nuevas formas de gobierno! En esto se apuntala la posibilidad misma del
cambio. Las experiencias socialistas del pasado siglo nos han demostrado que un
capitalismo de Estado (que de eso se trató en muy buena medida) con control de
un partido único pudo llegar a repartir con mayor equidad la renta nacional;
pero quedó siempre como asignatura pendiente la construcción de nuevas y
genuinas formas de poder popular. Hoy, la revisión crítica de esos primeros
tanteos, nos confronta con la imperiosa necesidad de darle forma a nuevas
relaciones de poder.
Está suficientemente claro que una sociedad
socialista es aquella donde no sólo todos tienen mejoras en su nivel
socioeconómico (trascendentales, sin dudas) sino también nuevos valores, una
nueva cultura.
Dicho de otro modo: donde el poder ya no es "destruir inocentes, violar los
propios juramentos o traicionar a los amigos" para alcanzar los objetivos.
Una nueva sociedad socialista es aquella donde imperiosamente la gente, la masa,
el colectivo "toma parte en los asuntos que le conciernen". Si no, no es
socialismo.
Esa nueva situación es lo que se está impulsando
en esta renovada experiencia de socialismo que se está edificando en Venezuela:
el poder popular está comenzando a tomar un sitial de preferencia.
En esa perspectiva surge la idea de un partido
político revolucionario que funcione como instrumento funcional para dinamizar
las transformaciones que se vienen sucediendo. Hasta ahora, por las
características propias y singulares de toda esta experiencia, los cambios
comenzaron a operarse a partir de un presidente que, constitucionalmente y con
amplio apoyo popular, se dio a la tarea de impulsar cambios en el tejido social;
cambios que iniciaron, básicamente, con una nueva modalidad de distribución de
la renta petrolera de que dispone el país. Pero que no tuvo, hasta ahora, un
instrumento político a la medida de esas transformaciones tal como un auténtico
partido revolucionario.
Ya desde antes de las elecciones de diciembre
pasado el mismo presidente Chávez venía insistiendo en la idea de contar con esa
herramienta, desechando así la maquinaria electoral (burocrática y nada
revolucionaria) con que se movió en estos primeros años del proceso político que
encabeza: el Movimiento V República. Habiendo ganado por amplia mayoría esa
contienda electoral a fines del 2006, una de las prioridades para el año 2007
fue justamente la puesta en marcha de ese partido. Fue así que surgió la
propuesta del Partido Socialista Unido de Venezuela -PSUV-, el cual debe
anudarse con otra de las prioridades políticas en esta etapa de la revolución:
la reforma constitucional que podrá abrir realmente las puertas a una sociedad
socialista. En ese sentido poder popular (organizaciones de base y partido
político) y Estado revolucionario van de la mano.
Recorrida ya buena parte del año, la iniciativa
de constituir ese nuevo instrumento ha ido tomando forma. Es muy prematuro aún
para sacar conclusiones valederas respecto a dónde va, pero lo cierto es que ha
arrancado con fuerza. Y sin dudas, eso es una buena noticia. El PSUV cuenta con
una enorme masa de aspirantes a su militancia (5.600.000 personas) y se
encuentra en pleno proceso organizativo, esperando estar definitivamente
constituido para fines del presente año.
De otras experiencias socialistas transcurridas
en el pasado siglo, si algo debe criticarse con severidad es el papel jugado por
los partidos en el poder: en general pasaron a ser una fusión con el Estado. El
partido pasó a ser omnímodo. Y esos partidos terminaron encarnando
-supuestamente- la revolución; si las masas estaban o no con el partido, eso no
era lo que contaba. Por supuesto que el resultado fue bastante desastroso en
muchos casos: la esperada "dictadura del proletariado" -pretendida condición
para liberar a la humanidad- tuvo más de "dictadura" que de revolucionaria. Por
así decirlo: hubo "demasiado" partido. Pero un partido que terminó siendo pura
estructura sin contenido real, sin pueblo. Partido revolucionario sin
revolucionarios en su interior.
Por el contrario, la experiencia que se está
recorriendo actualmente en Venezuela muestra la ausencia de partido. Hay un
conductor amado por su pueblo, defendido hasta la muerte, respetado, pero falta
un instrumento realmente revolucionario, soporte de los cambios que comienza a
vivir la sociedad. Las instancias que existieron hasta ahora, pura maquinaria
electoral, no superaron mayormente los vicios de la democracia representativa
burguesa, clientelar y corrupta. Por eso, ya maduras las condiciones, es momento
de comenzar a construir las alternativas reales.
¿Dónde estamos y adónde vamos con el PSUV? Para
saberlo, presentamos aquí varias opiniones de distintos actores políticos. En
todos los casos se trata de aspirantes a militantes. En diálogos con el
corresponsal de Argenpress en Venezuela, Marcelo Colussi, se abordan estos
temas. Son cinco los entrevistados: 1) Iván
Gil, militante comunitario de zonas barriales,
2) Oscar Méndez, militante comunitario de zonas barriales,
3) Palmira Guevara, profesora universitaria alineada con la revolución,
4) Federico Melo, periodista y activista político histórico, y
5) Roy Gaza, diputado a la Asamblea Nacional.
Todos son personas con trayectoria política en la
izquierda y totalmente comprometidos con el actual proceso. Las conclusiones
-quizá parciales todavía, fragmentarias- podrá sacarlas cada lector. Pero por lo
pronto podemos avanzar al menos algunas: nunca en la historia del país se vivió
un proceso de acumulación de fuerzas populares como ahora, nunca el grado de
organización de base habría logrado los niveles actuales. Luego de años de
neoliberalismo, el socialismo ha dejado de ser mala palabra y aunque aún no está
claro el programa del partido, mayoritariamente la población venezolana opta por
una alternativa al capitalismo. La discusión está instalada, y arrancó bien.
_________ 1)
Iván Gil: aspirante a militante del PSUV de la parroquia San Juan, Caracas,
miembro de un consejo comunal y militante histórico de la izquierda de base.