Latinoamérica
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Los intelectuales y el proceso venezolano
Luis Britto García
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Toda revolución es preparada por una vanguardia intelectual. La inglesa, la
francesa, la soviética, la china o la cubana no hubieran existido sin los
ideólogos que las prefiguraron.
Círculos ilustrados promovieron en Venezuela la Independencia, la Federación,
las autocracias andinas, el bipartidismo. Cada poder eleva a sus intelectuales
como suprema instancia de legitimación: la oligarquía a Fermín Toro, la
Federación a Antonio Leocadio Guzmán, el gomecismo a Gil Fortoul, el
postgomecismo a Arturo Uslar Pietri, el populismo a Rómulo Gallegos y Andrés
Eloy Blanco ¿Será el proceso bolivariano la excepción? ¿Creeremos a sus enemigos
cuando mienten que la intelectualidad venezolana es de derecha o que la derecha
es intelectual?
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Intelectual, aquél que usa su prominencia en un campo del conocimiento para
intervenir en el debate público. Desde finales de los años cincuenta, la
izquierda cultural venezolana impuso su ideario en lo económico, lo social, lo
estético y lo político. Teoría de la dependencia, anticolonialismo,
antiimperialismo, socialismo, estética de la violencia y lucha armada marcaron
indeleblemente la segunda mitad de nuestro siglo XX. El bipartidismo respondió
ilegalizando la vanguardia política y reduciendo una confrontación económica,
social y cultural que estaba perdiendo a una contienda militar en la que llevaba
todas las de ganar. Un ejército profesional y bien pertrechado exterminó en dos
décadas la dividida y casi inerme insurgencia de izquierda. A la paz militar
siguieron la laboral y la intelectual.
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¿Qué sucedía mientras la izquierda insurrecta era derrotada en los campos de
batalla? Ramón del Valle Inclán hace afirmar a su personaje Tirano Banderas que
las revoluciones se derrotan con balas de plata. Copiosos presupuestos
financiaron institutos para subsidiar a artistas e intelectuales, lo que es
correcto. Pero a cambio de ello sólo se exigió el silencio, lo que es soborno.
Demasiados creadores vendieron al sistema el prestigio que habían ganado
adversándolo. Casi ninguno continuó o superó su obra insurreccional. La derecha
asimiló o mas bien esterilizó un rebaño de conversos que desertaron
simultáneamente de la creación y el compromiso.
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Una idea puede ser derrotada, pero no vencida. Comprar silencio no es tener
razón. El desmantelamiento del aparato político y la subasta de parte del
ideológico no anuló a la intelectualidad crítica. La palabra insurrecta extendió
la partida de defunción del sistema desde cuatro frentes distintos. Desde el
conservadurismo surgieron las admoniciones de Arturo Uslar Pietri y Jorge
Olavarria. Del seno de la misma socialdemocracia represora brotaron las
advertencias éticas de Luis Beltrán Prieto Figueroa, Juan Pablo Pérez Alfonso,
Luis Lander, Juan Liscano. Desde la teología de la Liberación tronaron las
homilías de Vives Suriá y del padre Wuytack.
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En fin, desde la izquierda cultural la palabra insurrecta continuó construyendo
un proyecto emancipador en el fragor de la lucha política, en prisión o en los
resquicios de nichos académicos o comunicacionales. En distintos tonos y desde
diferentes disciplinas persistieron en difundir puntos de vista renovadores,
entre muchísimos otros, Douglas Bravo, Argelia Melet, Jorge Rodríguez, Domingo
Alberto Rangel, Alí Rodríguez. Aquiles Nazoa, Aníbal Nazoa, Federico Brito
Figueroa, César Rengifo, Miguel Acosta Saignes, Efraín Hurtado, Alí Primera,
Jesús Sanoja Hernández, Francisco Mieres, D.F. Maza Zavala, Judith Valencia,
Iraida Vargas, Mario Sanoja, Roberto Hernández Montoya, Edgardo Lander, Orlando
Araujo, Pedro Duno, Ludovico Silva, Núñez Tenorio, César Rengifo, José Ignacio
Cabrujas, Edmundo Aray, Fruto Vivas, Régulo Pérez y quizá quien esto escribe.
Mientras nuestros hermanos guerrilleros, militantes o creadores eran
exterminados, desbandados o corrompidos, aprendimos el duro tesón de la hormiga
y la subterránea paciencia del topo. Con las herramientas de la idea soñamos una
Venezuela original, mestiza, igualitaria, antiimperialista, socialista,
integracionista, internacionalista. Se nos llamó los Últimos Mohicanos. Éramos
apenas los primeros.
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La palabra insurrecta improvisó sus propios órganos, vendidos por militantes en
incansables batidas: clausurados, como Reventón o ilegalizados, como Tribuna
Popular, del Partido Comunista; Ruptura, del Partido de la Revolución
Venezolana; Qué hacer, de la Bandera Roja que fue insurgente; Basirruque, de la
Organización Revolucionaria; Rocinante y Profetariado de los universitarios; La
Chispa Obrera, de los trotzkystas;. Viejos izquierdistas como Miguel Otero Silva
o Nelson Luis Martínez a veces daban asilo a la idea sublevada en El Nacional o
el Suplemento Cultural de Últimas Noticias.
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Así, mientras la represión desmantelaba órganos y sujetos del proyecto
revolucionario, los intelectuales lo mantuvimos presente hasta que su goteo
pertinaz permeó nuevos sujetos de la sociedad venezolana. El 27 de febrero de
1989 se sublevaron en forma simultánea y masiva los movimientos sociales; el 4
de febrero de 1992, las vanguardias progresistas del ejército. Hugo Chávez Frías
había tenido contactos tempranos con Douglas Bravo y Francisco Prada. Una
oficialidad reclutada en todos los estratos sociales y que en su mayoría tenía
otra profesión además de la militar leía ávidamente la literatura subversiva. De
allí las frustradas rebeliones de Puerto Cabello y de Carúpano en 1962.
Vanguardias políticas, movimientos sociales y oficiales rebeldes desintegraron
el mascarón de la Venezuela Libre Asociada y abrieron paso al proyecto
revolucionario. El sueño era lo real.
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Gracias a ello el proceso bolivariano cuenta con nuestros más poderosos
narradores y narradoras, nuestros más elevados poetas, nuestros más lúcidos
teóricos, nuestros más impactantes artistas plásticos, cineastas y arquitectos.
No es sólo la derecha quien lo ignora o quien los ignora. En su mayoría, éstos
siguen como cuando eran oposición: marginados, sin otro poder que el de su obra
ni otro espacio que el que ésta les abre, librados a sus propios medios para
expresarse. Una campaña que derrotó el analfabetismo; la multiplicación de las
ediciones y de los medios alternativos prometen un público más amplio para los
creadores radicales. Mientras los intelectuales que tiene la izquierda promueven
desinteresadamente al proceso bolivariano, la derecha interesadamente promociona
a los intelectuales que no tiene. Así debe ser. Todas las instituciones del
mundo no pueden hacer un José Martí, ni destruirlo. No se asume un deber
intelectual para participar en una rebatiña, ni el reparto en una rebatiña
permite asumirse como intelectual. Intelectuales son aquellos que estuvieron
siempre con la izquierda en sus horas terribles. En la hora de la verdad se
conoce al intelectual verdadero.