Latinoamérica
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El enigma Lula
Emir Sader
La extensa entrevista concedida por el presidente brasileño Lula al periódico
O Estado de Sao Paulo, el domingo 26 de agosto, presenta, en toda su
dimensión, el enigma, la contradicción viva que representan él y su gobierno.
Cualquiera puede aislar una u otra respuesta para intentar confirmar sus
posiciones –sea de adhesión total al gobierno, sea de crítica radical, por la
izquierda o por la derecha. Pero nadie puede, considerando la totalidad de la
entrevista de cinco páginas, dejar de ver que se busca un arreglo de cuentas de
un gobierno que recibe, a la vez, la más dura oposición de la gran prensa
brasileña, la simpatía de la gran mayoría de las capas pobres, la crítica de
parte importante de la izquierda y el apoyo del gran empresariado.
A Lula le gusta utilizar la expresión del cantante brasileño Raul Seixas,
"metamorfosis ambulante", para intentar definirse, para decir que así habría
logrado rehuir de las tentaciones que él llama "principismo", como referencia a
lo que serían, a su juicio, posiciones dogmáticas. Esto puede servir para captar
las trasformaciones ideológicas y políticas desde que irrumpió en la vida
política brasileña como líder sindical de oposición a la dictadura militar, hace
ya 30 años. Sin embargo, lo que hace es parecer que Lula simplemente se adaptó a
las condiciones concretas para ejercer el poder para todos los brasileños, a la
vez puede ser leído como una auténtica conversión ideológica a las condiciones
funcionales de reproducción del capitalismo brasileño.
La primera impresión de esto es el reforzamiento del carácter monopolista y
antidemocrático de la prensa brasileña. Aunque obtuvo el apoyo mayoritario del
pueblo, según los resultados electorales de hace nueve meses que lo llevaron a
ser relegido, y que las encuestas de opinión confirman el enorme apoyo que
recibe –aun con nuevas crisis, explotadas ampliamente por la prensa–, en
particular de los más pobres, la gran mayoría de la población. Sin embargo, el
punto de vista del gobierno no está presente cotidianamente en la gran prensa,
monolítica en su férrea oposición, que excluye totalmente ópticas plurales.
Lula no esconde que lo que considera el éxito más grande de su gobierno sería
exactamente aquello por lo que es más criticado por la izquierda: la política
económica. Pero inmediatamente agrega las prioridades de su política exterior:
alianzas en América Latina y con el sur del mundo. Cuando le preguntan en qué
medida esa política es mérito suyo o si la ha recibido de su antecesor (Fernando
Henrique Cardoso), lo cuestiona, diciendo que de haber sostenido la política
heredada el país habría quebrado.
En su visión, esa conducción económica es la condición para el gran éxito de sus
políticas sociales. Parte indispensable de su programa de gobierno se finca en
la Carta a los brasileños, gracias a la cual se garantiza mantener los
compromisos heredados –sobre todo con el capital financiero, que había
desarrollado un fuerte ataque especulativo frente a la posibilidad de victoria
de Lula en 2002–, que le permitió superar el apoyo de 35 por ciento –piso
histórico de sus candidaturas previas a la presidencia– hacia los 61 por ciento
que finalmente alcanzó. Trata así de justificar los sacrificios que impuso, en
el primer año de gobierno, cuando aumentó el superávit primario por encima de lo
que demandó el FMI.
Sobre los conflictos recientes de la política exterior brasileña, Lula intenta
disminuir su dimensión, confirmando el interés de Brasil en construir el
gasoducto sudamericano y afirmando que todavía se está discutiendo la naturaleza
del Banco del Sur. Reitera la disposición de Brasil de ser más generoso con los
países menos desarrollados de la región (Bolivia, Paraguay y Uruguay).
Confiesa que tiene fundamento la preocupación por la disputa entre el etanol y
la producción de alimentos. "En un país como México, el alza del precio del
maíz, por ejemplo, genera un problema grave porque el pueblo come mucha
tortilla", dice, para concluir que "la política de combustibles no puede entrar
en conflicto con la política de alimentos". Subestimando los conflictos que la
prensa exhibe con Hugo Chávez, explica que Venezuela está comprando tres barcos
de etanol de Brasil.
Sin embargo, Lula no menciona el carácter de las nuevas relaciones con Estados
Unidos a partir de las visitas mutuas con Bush, así como tampoco aborda otros
temas por los que es criticado duramente desde sectores más de izquierda en
Brasil, como los transgénicos, la no apertura de los archivos de la dictadura,
la persecución a radios comunitarias, el lento avance de la reforma agraria, así
como, especialmente, la independencia de hecho del Banco Central y la libre
circulación de los capitales en la esfera financiera.