Latinoamérica
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Una guerra difusa
Raúl Gutiérrez *
IPS, San Salvador
América Central consiguió dejar atrás los conflictos armados internos. Pero
el istmo vive hoy otra guerra.
Analistas y líderes religiosos coinciden en que los gobiernos de las últimas dos
décadas han sido incapaces de detener una vorágine que costó la vida de miles de
centroamericanos en tiempos de paz.
El Acuerdo de Paz de Esquipulas II --firmado en 1987 por cinco presidentes
centroamericanos--, trajo alguna esperanza en medio de guerras "revolucionarias
y contrarrevolucionarias", dijo Carlos Rivas, pastor general de la iglesia
evangélica Tabernáculo de Avivamiento Internacional (TAI) de El Salvador.
Pero, dos décadas después se mantiene "un clima de violencia".
"Existe una total indiferencia ante las necesidades espirituales, la
ingobernabilidad que linda con la anarquía, la corrupción y la desigualdad
social que empuja a la emigración", señaló Rivas, que maneja un programa de
apoyo para jóvenes en riesgo o ex pandilleros en el municipio de Ilopango, en
las afueras de San Salvador, uno de los más afectados por la violencia.
El lunes, Rivas enterró a un joven feligrés asesinado en el fin de semana.
El 7 de agosto de 1987, los presidentes Vinicio Cerezo, de Guatemala, José
Napoleón Duarte, de El Salvador, José Azcona Hoyo, de Honduras, Daniel Ortega,
de Nicaragua, y Óscar Arias, de Costa Rica, artífice del plan, firmaron en la
ciudad guatemalteca homónima el acuerdo de Esquipulas II, que los comprometió a
terminar con las guerras civiles guatemalteca, salvadoreña y nicaragüense.
El "Procedimiento para la establecer la paz firme y duradera en Centroamérica"
de 16 páginas, estipulaba 11 puntos medulares, entre ellos, reconciliación
nacional, exhortación al cese de hostilidades, democratización, elecciones
libres, cese de ayuda a las fuerzas irregulares y no uso del territorio para
agredir a otros estados.
El pacto también estableció negociaciones en materia de seguridad, verificación,
control y limitación de armamento, refugiados y desplazados, cooperación,
democracia y libertad para la paz y el desarrollo y verificación y seguimiento
internacional.
Este miércoles, los actuales mandatarios centroamericanos se reunieron en Costa
Rica, en la denominada cumbre de Esquipulas III, para evaluar el plan propuesto
por Arias, quien es, como Ortega, nuevamente presidente de su país.
En Guatemala, "los fantasmas de la guerra siguen presentes. El conflicto armado
dejó un legado de represión, violencia e impunidad muy acentuado", dijo a IPS
Diego de León, encargado del área política de la Fundación Myrna Mack, defensora
de derechos humanos.
Esos fantasmas cotidianos son la delincuencia común, la violencia política, las
ejecuciones extrajudiciales, el accionar de las pandillas y, en los últimos 10
años, el crimen organizado.
Aunque Esquipulas y los acuerdos de paz de 1996 entre y el gobierno de Álvaro
Arzú y la Unión Nacional Revolucionaria de Guatemala (URNG) lograron sentar
algunas bases para acabar con un estado de guerra, la confrontación, la
inseguridad y la precariedad social y económica siguen alimentando la violencia,
opinó De León.
Para el ex presidente Vinicio Cerezo (1986-1990), uno de los firmantes del
pacto, "el crimen organizado, la violencia de las pandillas, la corrupción y el
debilitamiento del Estado no conducen ahora a una guerra política pero sí pueden
llevar a un conflicto social cuyas consecuencias aún se desconocen", según dijo
a IPS.
Las "maras" o pandillas juveniles son consecuencia de la pobreza y la
marginación, agregó.
Sólo en el primer semestre de 2007 se cometieron 2.857 homicidios, en su mayoría
con armas de fuego, según la Procuraduría de los Derechos Humanos. El Informe de
Limpieza Social de esa entidad reportó el año pasado 3.776 ejecuciones
extrajudiciales. Buena parte de las víctimas presentaban señales de tortura.
En los 36 años de conflicto interno, murieron 200.000 guatemaltecos.
Pero "durante la guerra teníamos más claro el panorama, pero ahora no sabemos
qué sector está provocando más muertes porque no existe sanción penal", subrayó
De León.
En 1992, el entonces presidente salvadoreño Alfredo Cristiani y la guerrilla del
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLB) pactaron en México el
fin de la guerra civil que dejó 75.000 muertos, 8.000 desaparecidos y 50.000
lisiados en ambos bandos.
Pero las guerras intestinas del pasado no explican en su totalidad la actual
violencia, sostuvo el coordinador de seguridad pública y justicia penal de la
Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho de El Salvador, Edgardo
Amaya.
Si bien en Guatemala y El Salvador podría ser una precondición, esto no se
aplica a Nicaragua, país que también vivió una guerra civil pero que hoy no
padece los grados de violencia de sus vecinos, dijo Amaya a IPS.
En su opinión, esto podría deberse a que Nicaragua ha implementado "formas de
convivencia y de combate a la violencia" distintas a Guatemala, El Salvador y
Honduras.
Datos de varias organizaciones internacionales revelan que en 2005, Guatemala
tuvo una proporción de 37,5 homicidios por cada 100.000 habitantes, Honduras 40
y Nicaragua 6,5.
En 2006, El Salvador llegó a 56 homicidios por cada 100.000 personas, una de las
proporciones más altas de América Latina y del mundo. Ese año, 3.928 personas
fueron asesinadas en este país, mientras en 2003 habían sido 2.388. El aumento
es atribuido a la intensa represión aplicada contra las pandillas.
La aseveración de las autoridades salvadoreñas de que las pandillas son las
causantes de toda la violencia "es una excusa para no enfrentar los verdaderos
problemas en el país", apuntó Rivas.
A finales de julio, el sargento Nelson Arriaza, otro uniformado y un civil
fueron enviados a prisión acusados de pertenecer a un grupo de exterminio
organizado dentro de la Policía Nacional Civil y financiado por empresarios de
la oriental ciudad de San Miguel.
La ex procuradora de Derechos Humanos de El Salvador, Beatrice de Carrillo,
denunció sin mucho eco el año pasado la existencia de esos grupos dentro del
cuerpo policial.
Además, "la persecución política y el endurecimiento de leyes para criminalizar
la protesta social" se han convertido en "una cacería de brujas contra las
organizaciones que se preocupan por el bienestar público", añadió el pastor
Rivas.
El 2 de julio, 13 activistas sociales y una periodista fueron capturados en una
protesta en la ciudad turística de Suchitoto, a unos 45 kilómetros de San
Salvador, y luego acusados de "actos de terrorismo". Si bien fueron liberados
más tarde, continúan encausados.
Cesada la guerra, no cesó la violencia social. El establecimiento de un Estado
de derecho sólido "sigue pendiente", consideró Amaya.
La "democratización y mejoras a las condiciones de vida de la población" son la
gran deuda de Esquipulas II, concluyó.
Reconociendo la debilidad institucional, Guatemala aprobó el 1 de este mes la
creación de la Comisión Internacional contra la Impunidad, un organismo acordado
por el gobierno y las Naciones Unidas para investigar cuerpos ilegales de
seguridad y aparatos clandestinos, su estructura, formas de operar, fuentes de
financiamiento y posible vinculación con entidades o agentes del Estado y otros
sectores que atenten contra los derechos humanos.
* Con aporte de Inés Benítez (Guatemala)