Latinoamérica
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Todo lo pacífico se desvanece en el aire
Álvaro Delgado¿Será verdad que aquí nadie protesta? Otra cosa dicen los registros.
Entre el 2 y el 3 de julio, luego de conocido el asesinato de los diputados
secuestrados por las Farc, El Tiempo dio cabida a las más pesimistas
interpretaciones del hecho. Nadie protesta contra la violencia, escribió María
Jimena Duzán. "El pueblo colombiano no se conmueve con nada (...) La sociedad
(...) termina por escudarse en la apatía", afirmó un editorial. "La puerta se
está cerrando" para un acuerdo de cesación de la guerra, manifestó Eduardo
Pizarro, funcionario del Gobierno. Los grupos armados "han creído hasta aquí que
pueden administrar nuestros sufrimientos, nuestros miedos y nuestra muerte",
terció Armando Benedetti Jimeno. Y la siempre perspicaz Claudia López remató las
quejas con una reflexión descarnada: "En el fondo de esta tragedia está el
profundo desprecio por la vida. Para la guerrilla no son vidas, sino negocios.
Para el Gobierno no son vidas, sino dignidad presidencial. Para muchos de los
demás son simplemente vidas de extraños".
Dos días después, el 5 de julio, se produjo la extraordinaria movilización
nacional de protesta contra la guerra, para condenar la matanza de los diputados
y exigir a Gobierno y Farc un acuerdo humanitario que ponga término al martirio
de más de tres mil personas secuestradas por la guerrilla. Auspiciadas por
autoridades nacionales y regionales, organizaciones de derechos humanos y
partidos políticos, las marchas se produjeron en numerosas ciudades del país,
con una afluencia que los más optimistas —el Gobierno— calculan en ocho o nueve
millones y los más realistas en más de un millón.
Sea como fuere, ¿en qué quedan las quejas en torno a la indiferencia de los
colombianos frente a la violencia? Digamos, de entrada, que los dos
contendientes no tienen ni el menor interés en la condena de la violencia como
forma de lucha. Tanto el Presidente y sus amigos del entorno militar y
paramilitar como la guerrilla y sus apoyos civiles no esperan nada bueno de la
paz, siguen creyendo empecinadamente que solo el uso de la fuerza los llevará a
coronar sus respectivos planes políticos. La voluntad genuina de la paz, las
grandes mayorías que condenan por igual a todos los factores que atizan el
conflicto armado, no pudieron expresarse con suficiente fuerza el 5 de julio
porque ni el Gobierno ni los partidos políticos las representan. Con mayor razón
cuando unos y otros están comprometidos en la puja por ganar las elecciones
legislativas de octubre próximo. El mismo PDA, que se supone que es una fuerza
de izquierda, democrática, independiente, no se atrevió a señalar a las Farc
como los principales responsables de la matanza.
El movimiento colombiano contra la guerra no es el de España, que se ha
levantado como una sola voz ciudadana contra los violentos. En las filas de los
partidarios de la paz hay importantes sectores que estiman justificable la
insurrección armada y callan las atrocidades que ésta comete contra las
comunidades pacíficas e inermes, así como existen ONG fraudulentas que actúan
con el auspicio de paramilitares y políticos ligados al narcotráfico. Este tipo
de gente salió el 5 de julio a exigir rescate violento de secuestrados o su
devolución sin previo acuerdo humanitario. Utilizan así los errores políticos de
las Farc, que afianzan la legitimidad del gobierno en vez de debilitarla, que no
estimulan sino que paralizan la protesta contra la violencia y la guerra.
El politólogo Pedro Medellín ha expuesto la naturaleza del apoyo ciudadano a los
actores armados que someten a regiones enteras al arbitrio de sus designios
criminales. Los pobladores apoyan a la guerrilla, dice, porque el Ejército y los
paracos los roban, saquean y matan, o bien se comprometen porque tales actitudes
"les pueden resultar convenientes o les evitan problemas". Mientras no se
quiebre este sistema de favores que arrasa el concepto de ciudadanía, agrega el
columnista, "los partidos políticos no podrán constituirse en vehículos de
movilización de los intereses ciudadanos; las protestas ciudadanas no
encontrarán otras vías que las de los hechos (invasiones de predios, tomas de
instalaciones, bloqueos de vías, marchas, huelgas de hambre) para hacer valer
sus reivindicaciones, que el derecho de huelga no alcanza a asegurar; y la
violencia política seguirá imponiendo la ley del más fuerte como principio
básico de la organización social en muchas regiones del país".
Pero nos parece que hay algo más. Los comentaristas de prensa aparentan
desconocer la historia de la movilización popular colombiana por la paz y contra
la guerra. No saben quizás que "La participación en la movilización por la paz
en Colombia alcanza al menos la mitad del nivel de participación en Alemania y
Holanda, el doble del de Suiza y más de tres veces el de Francia". La aserción
aparece consignada en un estudio de Mauricio García Durán recientemente
publicado por el Cinep bajo el título "Movimiento por la paz, 1978-2003". Según
el mismo, en los 26 años considerados se presentaron en Colombia 1.703 acciones
de paz que movilizaron a más de 50 millones de personas, aunque con la
advertencia de que los informes de participación son confiables solo en el 29%
de los casos. Pese a que su desarrollo no ha sido parejo, el movimiento ha ido
en ascenso. Entre 1993 y 2003 se movilizó el 86% del total de participantes. Los
mayores despliegues ocurrieron en el apagón eléctrico voluntario por la paz y
contra el secuestro de personas (enero de 2000), el Mandato Nacional de la Niñez
por la Paz (25 de octubre de 1996), el Mandato Ciudadano por la Paz, la Vida y
las Libertades (26 de octubre de 1997) y la campaña de No Más contra el
secuestro y la desaparición forzada realizada en 1999 y que contó con la gran
marcha nacional del 24 de octubre de ese año, que puso en movimiento a
importantes volúmenes de ciudadanos en 182 municipios de 28 departamentos. El
despliegue del 5 de julio de 2007 podría estar indicando un nuevo repunte de las
movilizaciones.
Las acciones más acostumbradas en el curso del movimiento estuvieron
constituidas por foros, seminarios, campañas educativas, culturales y
deportivas, actos religiosos, premios y homenajes de paz, que conformaron el 51%
del total de acciones de los 26 años. La creación de redes de organizaciones y
la realización de consultas populares, debates y negociaciones de comunidades
locales representaron el 10% de las acciones; las marchas, concentraciones,
paros, huelgas, tomas de entidades y bloqueos de vías públicas alcanzaron el
30,5% y las acciones colectivas de resistencia civil y declaraciones de zonas de
paz contribuyeron con el 5% restante.
¿A qué horas ocurrió todo eso?, se preguntarán tanto periodistas como ciudadanos
del común. Pero no es un invento de los investigadores sociales. Los testimonios
reposan en las bases de datos de luchas sociales que el Cinep alimenta y
perfecciona desde 1975 (desde 1959, para el caso de luchas laborales). Los
hechos han pasado entre nosotros, a nuestro lado o en las calles y plazas
alejadas de nuestra vivienda o nuestra ruta cotidiana al trabajo. Y como en la
casi totalidad de los casos la manifestación ciudadana ha sido pacífica, no ha
merecido mayor atención de los medios de comunicación de masas y ha pasado
inadvertida. Entre las 1.703 acciones, solo tres implicaron el empleo de la
violencia.
La otra explicación puede estar en que el curso de las acciones ha sido
disparejo y concentrado en algunas regiones. En cinco departamentos
(pertenecientes a la Amazonia, la Orinoquia y San Andrés Islas) solo hubo una o
dos actividades durante los 26 años. La mayoría de las acciones tuvo un volumen
bajo, y las regiones con más alto nivel de acciones fueron Antioquia, Bogotá,
Santander, Valle del Cauca y Meta. Bogotá presentó el 21% de las 1.703 acciones
y los periodistas no las vieron o no las recuerdan.
Mientras escribo esta nota tengo a mi lado un ejemplar de El Tiempo del 16 de
julio de 2007. Tomo el cuerpo central del diario y veo que tiene 26 páginas, que
cuatro de ellas están ocupadas por avisos comerciales de página entera y nueve
de media página, y que en el espacio que resta aparece solo una noticia de paz:
la marcha del profesor Gustavo Moncayo, que clama por la devolución de su hijo
secuestrado y el fin del martirio de todos ellos. En este mismo día sé que
decenas de acciones de paz y justicia tienen lugar en diferentes regiones de
Colombia. Sus voces circulan por los correos de internet pero escapan al
periodismo escrito, radial y televisado porque no presentan violencia.