Latinoamérica
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Los silencios reveladores de Benedicto XVI
Leonardo Boff (*)
Desde la perspectiva del entusiasmo popular podemos decir que la visita del
Papa a Brasil fue un gran éxito. Aunque no posee la irradiación carismática de
su antecesor, la figura de Benedicto XVI, naturalmente contenida, aquí se mostró
desinhibida en contacto con el entusiasmo de los fieles.
La figura del Papa es un símbolo poderoso que evoca arquetipos ancestrales del
gran padre, del sabio y del pastor que dispone de poderes sobrenaturales.
Arquetipos de esta magnitud llegan a la profundidad de las personas y movilizan
fuertes sentimientos.
¿Pero, qué modelo de catolicismo promueve el Papa? Es notorio que en Brasil
persisten dos tipos de catolicismo, el devocional y el del compromiso ético. El
primero tiene un cuño poplar centrado en la devoción de los santos, la oración y
los pelegrinajes y hoy, en su forma moderna, en la dramatización mediática con
fuerte contenido emocional.
El catolicismo del compromiso ético se inspira en la acción católica y en las
pastorales sociales y culmina en la teología de la liberación.
Este modelo requiere mediaciones socioanalíticas porque está interesado, desde
su perspectiva espiritual, en la transformación social.
¿Cuál de ellos es el más apropiado para una nación que debe revisar su anti-historia
heredada del colonialismo, del etnocidio indígena, del esclavismo y de la
moderna dependencia de los centros metropolitanos?
La respuesta depende del nivel de conciencia alcanzado por los católicos. Yo
creo que el catolicismo devocional no tiene potencialidad de transformación
social por estar volcado sobre sí mismo, mientras el otro articula
constantemente fe y justicia, y evangelio con compromiso de liberación.
Vistas desde este enfoque las intervenciones del Papa fueron in crescendo, hasta
hacerse explícitas en el encuentro con los obispos en Aparecida; al comienzo
procuró mantenerse equidistante entre los dos modelos pero terminó reforzando el
devocional, ya que las aperturas a lo social fueron más esbozadas que afirmadas.
Hay en Benedicto XVI un tono fundamentalista cuando habla de la centralidad de
Cristo hasta en los asuntos sociales que seguramente dificultará el diálogo
interreligioso; es una teología sin el Espíritu pues todo se reduce a Cristo, lo
que en teología se denomina cristomonismo -la ''dictadura'' de Cristo en la
Iglesia- como si no estuviese también el Espíritu que vemos en la historia y en
los procesos sociales suscitando verdad, justicia y amor.
Lo que el Papa dijo sobre la primera evangelización en Brasil, como un encuentro
de culturas y no una ''imposición y alienación'', no se sustenta históricamente.
La colonización y la evangelización fueron parte de un mismo proyecto que
significó uno de los mayores genocidios de la historia. No olvidemos el
testimonio del texto sacro maya, el Chilam Balam: ''entre nosotros se introdujo
la tristeza, se introdujo el cristianismo, el principio de nuestra tristeza y de
nuestra esclavitud; vinieron a matar nuestra flor, a castrar el sol''.
Condenar como ''utopía y retroceso'' la voluntad de rescatar tales religiones
con su sabiduría ancestral equivale a un insulto a los indígenas y un desaliento
a los esfuerzos de tantos misionarios que apoyan estas iniciativas.
Es teológicamente frágil la tesis de que Dios es explícitamente imprescindible
para construir una sociedad justa. Los Estados Pontificios desmienten esta
tesis, como la España de Franco y el Portugal de Salazar que alababan
públicamente a Dios y no dejaban de torturar y condenar a muerte. Lo que hace
falta es un consenso ético y una apertura a la trascendencia dejando abierta la
definición de su contenido, como sucede en los Estados modernos. Estas
insuficiencias teóricas hacen que el discurso papal se deslice hacia el
moralismo y el espiritualismo.
Y melancólicamente repite la cantilena: no a los contraceptivos, no al divorcio,
no a los homosexuales, no a la modernidad, sí a la familia tradicional, sí a una
rígida moral sexual, sí a la disciplina. Tantos ''no'' hacen antipático su
mensaje, como si no hubiera temas más apremiantes.
Estos discursos expresan una ''razón indolente'', categoría analítica creada por
el pensador portugués Boaventura de Sousa Santos. Indolente es la razón que no
capta los desafíos relevantes del presente y desaprovecha las buenas
experiencias del pasado.
Hay silencios significativos en los discursos del Papa: sólo una vez se refirió
a las comunidades de base, una vez a la opción por los pobres, una vez a la
liberación, nunca a la teología de liberación y a las pastorales sociales, nunca
al gravísimo problema del calentamiento global. En cambio, retrocede a los años
50 del siglo pasado con el discurso tradicional y ambiguo de la caridad y la
asistencia a los pobres. Esos silencios son una forma de negar y ocultar.
La razón indolente, propia de grandes instituciones como la Iglesia, es un modo
de razón miope que se concentra en lo cercano y descuida lo lejano, o una razón
prejuiciosa que no busca caminos nuevos y siempre vuelve a los antiguos (más
catéquesis, más celibato, más obediencia, más adhesión al magisterio), o una
razón arrogante cuando insiste en la Iglesia como la única verdadera, o una
razón anti-utópica por no suscitar un horizonte de esperanza y creer que el
futuro es la mera prolongación del presente.
El Papa no advierte la nueva centralidad, que no es la discusión sobre la misión
de la Iglesia en sí misma, sino el futuro de la Tierra y de la Humanidad y
examinar en que medida la misión del catolicismo puede ayudar a asegurar el
porvenir, sin el cual nada se sustenta.
El catolicismo brasilero y latinoamericano, para estar a la altura de los
tiempos actuales, exige el coraje que tuvieron los primeros cristianos:
abandonaron el suelo cultural judaico de Jesús y se insertaron en el suelo
pagano helenista. De esa inserción nació el cristianismo actual, que es una
expresión del Nuevo Testamento, no del Antiguo. Necesitamos ahora un catolicismo
de rostro indio-negro-latinoamericano que no esté en contra sino en comunión con
el romano.
(*) Teólogo de la liberación y ambientalista. Brasil.