Latinoamérica
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El subdesarrollo y la violencia de clases
Jorge Majfud
Argenpress
El gerente de prensa del Comité Olímpico de Estados Unidos, Kevin
Neuendorf, escribió en la pizarra de su delegación: "Welcome to Congo". Así
recibió a los deportistas americanos a los juegos panamericanos de Río de 2007.
La prensa de todo el mundo recogió esta anécdota en sus primeras páginas, desde
O Globo hasta CNN. Inmediatamente después fue despedido de la delegación.
Neuendorf argumentó que se había referido al calor de Río, a pesar de que ese
fin de semana se registraron 78 grados Fahrenheit (26ºC) y que en cualquier
estado del sur de la Unión la temperatura suele llegar a 90 grados. Sin
mencionar los 110 (43ºC) de Arizona este verano.
La indignación brasileña no sólo se debió a la arrogancia de un (norte)americano
más, sino a la posibilidad de que su recuperada economía sea identificada con un
país pobre de Africa. No había otros motivos para ofenderse porque alguien nos
compare con nuestros hermanos del otro lado del Atlántico. A lo sumo sería un
error o una imprecisión, fácil de aclarar con calma y sin necesidad de pedir
disculpas, mucho menos ante alguien que presume de su ignorancia.
Si situamos el problema en su contexto político y económico, no sería absurdo
especular que todo ha sido parte de una orquestación publicitaria, incluidas las
respuestas (calculadamente) ingenuas de Neuendorf, para confirmar la
responsabilidad de un individuo poco inteligente, poco culto o, por lo menos,
poco resistente al calor extranjero. El efecto mediático -subterráneo, como todo
buen efecto- es el de recordarle al mundo que entre Brasil y Estados Unidos aún
existe una diferencia abismal, en lo que se refiere a economía, organización y
poder político. ¿Por qué esta necesidad? Aunque Brasil aún no supera el promedio
del crecimiento anual de las economías en desarrollo, de cualquier forma su
performance es positiva y, sobre todo, optimista: si todo sigue viento en popa
-si no se reincide en la otra tracción-, nuestros hermanos sudamericanos
alcanzarían el potencial económico de Francia en el año 2031. Por otro lado, la
tradición brasileña nunca ha pecado de la modestia canadiense. Desde sus
antiguas pretensiones imperialistas del siglo XIX, pasando por "o milagre
brasileiro" (que agravó las diferencias sociales en los ‘70) hasta el más
reciente clima de euforia bursátil a principios del siglo XXI, Brasil siempre se
ha definido como "o país do futuro" y sus obras las "mais grandes do mundo".
Todo lo cual no es menos arrogancia que la norteamericana, pero sin la práctica
efectiva y opresiva. También los uruguayos, aún siendo un país pequeño,
alardeamos durante medio siglo de ser "campeones, de América y del mundo".
Reconozco que este tipo de orgullo popular no es un pecado capital, pero se
convierte en pecado cuando lo vemos como un defecto ajeno y como una virtud
propia.
La diferencia que más incomoda -basta un análisis periódico de los eufóricos
titulares de O Globo- no es ideológica ni moral sino económica y geopolítica. El
real seguirá apreciándose ante el dólar hasta el 2008 y luego volverá a valores
de dos años atrás. En su mejor desempeño, la economía brasileña crecerá este año
la mitad porcentual del crecimiento anual chino: más o menos un 5 por ciento. Es
decir, el mismo promedio de crecimiento de América latina. Igual que para
Francia, Alemania y Japón, este será un año mediocre para Estados Unidos: su PBI
crecerá un 2,2 por ciento. Estos datos cambiarán en el próximo año; no obstante,
el 5 por ciento brasileño significa el 15 por ciento de lo generado por el dos
por ciento de la producción norteamericana. Brasil, con todo su éxito económico,
todavía (still) no alcanza a superar el desempeño de España o de Italia o de
Canadá con sus apenas 30 millones de habitantes. Sin considerar lo que
Eisenhower llamó en 1961 el "Military-Industrial Complex".
Pero como los mercados mundiales muchas veces se mueven por "sensaciones
térmicas", no sería raro que los estrategas norteamericanos quieran recordarle
al mundo que "we’re still number one". Hace pocos días he visto en un
macromercado de Estados Unidos una chapa decorativa de auto que rezaba como
leyenda "[US,] Still the Number One". Ese adverbio still sonaba dramático.
Representa la sensación de que queda poco tiempo. No por casualidad, ese mismo
mes (junio, 2007), el británico The Economist dedicaba su portada a la misma
idea: "Still N. 1". De hecho, China debería alcanzar el volumen de producción
bruta (nunca mejor el adjetivo) de Estados Unidos en el 2025, lo cual no
significa que mil trescientos millones de personas alcancen el "nivel de vida"
-según estándar occidental- de los otros trescientos millones. Pero el cruce de
gráficas de GDP (PBI) es significativo y, para algunos, la referencia de esa
sensación de still(restless)ness. La hegemonía de Estados Unidos y la
omnipresencia del dólar serán historia a mediados de este siglo. (Su mayor
problema, además la mala administración actual, es la generación post-baby boom,
el cual sólo se podría remediar con 3,5 millones de inmigrantes anuales en lugar
del millón actual). Pero eso será bueno para el desarrollo de los mismos
norteamericanos y, sobre todo, para el resto del mundo. Siempre y cuando una
hegemonía no sea reemplazada por otra.
Pero la riqueza no es sustituto de desarrollo (para mí el subdesarrollo se mide
por la violencia de clases), y deberá ser en este segundo término donde esté la
verdadera revolución brasileña ya que, como cualquier país latinoamericano, la
rígida verticalidad histórica de clases sociales (el crónico aristocraticismo),
la convivencia de favelas con ostentosos palacios amurallados han sostenido
cierta riqueza y frenado el desarrollo. Un país rico, azotado por la violencia
callejera y por la violencia de clases, con vastas regiones de pobreza rodeando
lupanares del consumo, puede entusiasmar a los turistas y a un país entero pero
sólo sirve a los ricos que barren el polvo de la injusticia social debajo de la
alfombra colorida de los guarismos financieros y las ideologías exculpatorias
hechas a medida. Sí, eso es riqueza, pero no es desarrollo; es crecimiento, pero
crecimiento de la bolsa y de la injusticia; isto é ordem, mas (ainda) não é
progresso.
La justificación más común consiste en repetir que para que exista desarrollo es
necesario primero la riqueza. Idea que se parece a la metáfora de la copa
derramando dinero, en una sociedad vertical, según la ideología Thatcher-Reagan,
a la torta de los conservadores neoliberales de América Latina, o a la promesa
anarquista de la dictadura de un proletariado que tendió siempre a perpetuarse.
Esta idea quedó refutada en Brasil después del crecimiento exorbitante del 10
por ciento anual (1967-1973), con el crecimiento de la concentración de la
riqueza y el incremento, por ejemplo, del 10 por ciento la mortalidad infantil
sólo en San Pablo. Mientras tanto, la dictadura militar propagaba entusiasta su
eslogan preferido: "Brasil Potência, ame-o ou deixe-o". Hasta fines del siglo
XVIII, mucho más rico que Estados Unidos era México. Su riqueza fue su martirio
histórico. Ricos también han sido muchos países capitalistas de América Latina:
países ricos de sociedades pobres. Lo que refuta los argumentos principales de
los capitalistas subdesarrollados que critican a Cuba por su economía y no por
alguna otra falta menos excusable.
No son las palabras, entonces, lo que debería escandalizar a la prensa brasileña
sino la aún (still) persistente violencia del subdesarrollo: no sólo la
violencia de la delincuencia y del crimen organizado sino, sobre todo, la que
procede de las históricas y radicales diferencias sociales entre ricos y pobres,
entre la franja sur industrializada y el resto postergado del país. En el último
período del presidente Lula ha habido mejoras en este aspecto. Sin embargo,
todavía se parecen a las tradicionales limosnas de las insaciables sectas más
ricas -que calman así la inequidad histórica, moral y estructural de un pueblo
postergado- que a la justicia social que necesita una generación antes de
morirse de vieja en nombre del futuro.
Ahora, si a lo que se referían norteamericanos y brasileños era que el Congo es
el paradigma vergonzoso del subdesarrollo, habrá que decir que todos llevamos un
Congo adentro -con mucho más riqueza y soberbia, pero sin la alegría que solemos
encontrar en las aldeas de Africa.