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Del Mercosur al Mercoetanol o al Mercosoja
Víctor Ego Ducrot
Prensa Mercosur
La decisión brasileña de avanzar en el programa alentado por EE.UU. y las
corporaciones petroleras y agroalimentarias es una amenaza de más neoliberalismo
y menos cambios.
Parece que la mesa está servida, pero sólo para Estados Unidos, Europa y el
complejo corporativo que forman las agroalimentarias y las petroleras. La semana
pasada, Petrobrás y la portuguesa Galp firmaron un acuerdo para la producción de
600.000 toneladas anuales de aceites vegetales en Brasil y la comercialización y
distribución de biodiesel en el mercado portugués y en el resto del Viejo Mundo.
El proyecto, anunciado en Lisboa durante la primera reunión empresarial Unión
Europea-Brasil, en el marco de una cumbre con las máximas autoridades oficiales
de ambas partes, implica la producción de 300.000 toneladas de aceites vegetales
para ser procesadas en las refinerías de Galp Energia. Las restantes 300.000
toneladas serán destinadas a la producción de biodiesel para exportación a
Portugal y al resto de Europa, informaron varios medios de prensa
internacionales.
Petrobrás calificó a la asociación con Galp de "promisoria", ya que las
previsiones de producción de biodiesel de Brasil en 2008 "genera
disponibilidades de exportación casi inmediatas". Brasil es líder mundial en
producción e investigación de biocombustibles, sobre todo en el etanol fabricado
a partir de la caña de azúcar.
"Con este acuerdo, Galp Energía da un paso decisivo en la concreción de su
estrategia de biocombustibles y contribuye al posicionamiento de Portugal en el
liderazgo de la producción de segunda generación", indicó la corporación
lusitana en un comunicado oficial. La Unión Europea (UE) debe cumplir con un
marco regulatorio que determina la utilización de un 10 por ciento de
biocombustibles antes de 2010. Por su parte, el presidente de Brasil, Luiz
Inacio Lula Da Silva, sostuvo que el acuerdo de su país con la UE es
"estratégico".
Claro, que los líderes políticos y corporativos se abstuvieron de reconocer que
si ese proyecto, impulsado por el gobierno estadounidense de George W. Bush y
las transnacionales se impone, una vez más los países en desarrollo financiarán
la abundancia de las potencias centrales, con efectos letales para las
sociedades del Sur.
Europa aspira a que los agrocombustibles satisfagan algo menos del 6 por ciento
de la energía que necesitarán los transportes terrestres en 2010, y un 20 por
ciento en 2020. Por su parte, Estados Unidos se propone una producción de 35.000
millones de barriles por año.
Para alcanzar esas metas, Europa debería comprometer el 70 por ciento de su
superficie cultivable y, en Estados Unidos, la totalidad de las cosechas de maíz
y soja tendrían que ser utilizadas para la elaboración de biodiésel o etanol, lo
que provocaría una hecatombe alimentaria en el opulento mundo del Norte.
"Es por eso que los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo
Económico (OCDE) miran al hemisferio Sur para cubrir sus necesidades", sentenció
Eric Holtz-Giménez, director general de "Food First, Institute for Food and
Development Policy" (Estados Unidos), en un notable artículo publicado por la
revista Le Monde Diplomatique, el mes pasado.
Lula acaba de considerar a los agrocombustibles como "la revolución del siglo
XXI" por su "indiscutible" cualidad de ser más limpios y ayudar a reducir la
contaminación. Sin embargo, el mismo Le Monde Diplomatique recordó exactamente
lo contrario.
Los agrocombustibles NO son limpios NI protegen al medio ambiente: "cada
tonelada de aceite de palma que fundamentalmente se produce en Indonesia y
Malasia, emite tanto o más gas carbónico que el petróleo. El etanol producido a
partir de la caña de azúcar cultivada en selvas tropicales desmontadas emite un
50 por ciento más gases con efecto invernadero que la producción y la
utilización de la cantidad equivalente de nafta. Los cultivos industriales
destinados a los combustibles necesitan enormes esparcimientos de abonos
producidos a partir de petróleo".
Algunas interpretaciones provenientes de los medios de prensa vinculados al
poder económico corporativo, como el diario Clarín, de Buenos Aires, concluyen
que Lula aspira a que sus acuerdos con la UE flexibilicen las posiciones de
Estados Unidos, que aunque proclamado socio estratégico de Brasil, no disminuye
las trabas aduaneras a los agrocombustibles del país sudamericano.
"Esa disposición (la que surge de los acuerdos Brasil-UE) marca una diferencia
con los resultados que obtuvo el presidente Lula en sus dos últimos encuentros
con Bush. Con éste no logró superar la discusión de las barreras que Estados
Unidos impone al alcohol de origen brasileño que se usa en las naftas. En las
citas de marzo, Bush se mostró categórico: la venta de etanol brasileño recién
puede aspirar a ver liberadas las trabas en 2009, esto es, después que él mismo
deje el gobierno", sostuvo Clarín la semana pasada.
Ni Lula, ni Bush, ni la UE, ni los medios de comunicación hegemónicos quieren
recordar que, por ejemplo, la Organización de Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO) reconoce lo siguiente: "como consecuencia de
la pobreza, 824 millones de personas en el mundo sufren hambre, pese a que en el
planeta se producen alimentos suficientes como para que cada uno de sus
habitantes cuente con una ración diaria de 2.200 calorías".
En tanto, el "Internacional Food Policy Research Institute", de Washington,
estimó que, si se pone en ejecución la estrategia agrocombustibles, el precio de
los alimentos básicos aumentará entre un 20 y un 33 por ciento en 2010 y entre
un 26 y un 135 por ciento en 2020.
"Con cada aumento del 1 por ciento en el precio de los alimentos, 16 millones de
personas caen en inseguridad alimentaria. Si la tendencia actual continúa, 1.200
millones de habitantes podrían sufrir hambre de manera crónica para 2025",
afirmó Holtz-Giménez. Al calor de proyecto agrocombustibles vienen registrándose
operaciones de concentración creciente en el sector soja, uno de los más
"dinámicos" en los países del Mercado Común del Sur (MERCOSUR).
En ese sentido resulta curioso que, habiendo obtenido una cosecha sojera récord
(47,5 millones de toneladas), Argentina haya incrementado en forma geométrica
durante el primer semestre del año las importaciones de poroto de soja desde
Paraguay, convirtiéndose en el principal cliente del país guaraní. La Bolsa de
Rosario (ciudad argentina donde se concentra buena parte de la industria
transnacionalizada del sector) estimó que 1,5 millones de toneladas paraguayas
se sumarán a lo producido en Argentina, informó el pasado lunes el diario
Clarín.
Soja y agrocombustibles son partes complementarias de un modelo que tiende a
derivar la producción agrícola hacia el mercado de los "commodities", alejándola
de las necesidades de soberanía y seguridad alimentaria de las sociedades del
MERCOSUR. Es en esa estrategia donde las corporaciones petroleras, de la
alimentación y financieras han decidido asociarse, y por supuesto que Petrobrás
y la portuguesa Galp no están solas.
"La rapidez con que se opera la movilización de capitales y la concentración de
poder en la industria de los agrocombustibles es asombrosa. En los últimos tres
años, se multiplicaron por ocho las inversiones de capital de riesgo en el
sector. Los financiamientos privados inundan las instituciones públicas de
investigación, como lo comprueban los 500 millones de dólares en subvenciones
otorgadas por British Petroleum (BP) a la Universidad de California. Los grandes
grupos petroleros, cerealeros, automotores y de ingeniería genética firman
poderosos acuerdos societarios: Archer Daniela Midland Company (ADM) y Monsanto;
Chevron y Volkswagen; BP, Dupont y Toyota", afirmó el ya citado artículo de
Holtz-Giménez en el mensuario Le Monde Diplomatique.
Es por lo expuesto hasta aquí, que ni remotamente alcanza para agotar el tema,
que queda abierta la pregunta que le da título a esta nota: ¿Del Mercosur al
Mercoetanol o Mercosoja?