Latinoamérica
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Mentiras y silencios
Angel Guerra Cabrera
La Jornada
Los planes desestabilizadores de Washington contra Hugo Chávez se
remontan a años atrás y en ellos se inscribe la actual arremetida de la mafia
internacional de los barones mediáticos.
Guardianes de su libertad de propietarios para desinformar, enajenar e inducir
al servilismo hacia el capital, su hostilidad hacia la revolución bolivariana
dio inicio con la primera campaña electoral de Chávez, continuó al aprobarse la
nueva Constitución, basada en el principio del pueblo como único soberano, y
prosiguió frente a las primeras leyes de beneficio social y en pro del
desarrollo autónomo. Enfilaron las baterías contra la revitalización de la OPEP
por el líder venezolano y los precios dignos obtenidos para el petróleo de los
países productores, su fortalecimiento de las relaciones con Cuba, el tercer
mundo y potencias emergentes, como China y Rusia, y el activismo por la
integración regional al margen del norte revuelto y brutal. En plena euforia
neoliberal había que ponerle coto a la actuación contra las reglas de los dueños
del mundo del sambo llanero elevado a la presidencia por la chusma. Chávez
desafiaba las sacrosantas políticas del Consenso de Wahington, entonces en su
apogeo, y el orden mundial unipolar impuesto por Estados Unidos. Al dar fuerza
material al ideario de unión latinoamericana de Bolívar chocaba frontalmente con
el monroísmo, renacido con más fuerza que nunca.
Todo ello explica que el golpe de Estado de abril de 2002 estuviera en
preparación desde bastante antes en la capital del Potomac a través del National
Endowment for Democracy, otras fundaciones y entidades "independientes" y
personajes al servicio de Washington, ergo la Sociedad Interamericana de Prensa
y el genuflexo José María Aznar, como ha documentado la investigadora Eva
Golinger.
Aplastados el golpe y el paro petrolero gerencial de finales de 2003, de los que
fueron voceros y agitadores los medios corporativos de difusión de Venezuela y
el continente, se empeñaron a renglón seguido en forzar mediante el fraude la
convocatoria al referendo revocatorio, que no hizo más, como las anteriores
conjuras, que fortalecer la revolución bolivariana y radicalizarla. El látigo de
la contrarrevolución del que hablara León Trotsky, aludido con frecuencia por
Chávez, ha actuado como acelerador del proceso de transformaciones sociales y
políticas, consolidándolo cada vez más, contrariamente al objetivo perseguido
por Washington y la oposición golpista. De ésta, espejo de la contrarrevolución
(anti)cubana de Miami, el único dato digno de mención es la incondicional
sumisión al imperialismo yanqui.
De allí que su proyecto de país consista exclusivamente en derrocar al gobierno
constitucional y devolver a Venezuela al paraíso neocolonial, politiquero y
corrupto rechazado reiteradamente por los votantes desde 1998. Con ese obsesivo
propósito, cada vez que son derrotados Washington decide un cambio de táctica.
Después de la apabullante victoria chavista en el referendo de 2006 la
contrarrevolución quedó totalmente desmoralizada y el gobierno de Bush
momentáneamente sin discurso frente a la contundencia del hecho. Pero fue sólo
una pausa en el irrenunciable afán golpista que rápidamente encontraría un nuevo
pretexto en la decisión soberana del gobierno venezolano de no renovar la
concesión a Radio Caracas Televisión.
Durante casi todo lo que va de año ha brotado desde los templos de la libertad
de prensa un torrente de calumnias y deformaciones en torno a la naturaleza
legal de esa determinación y, en general sobre la política interior y exterior
venezolana. ¡Cómo les molesta que Venezuela recuperara su petróleo y que, a
diferencia de los regímenes neoliberales, lo use para sanar, educar, beneficiar
a los que siempre quedaron fuera del reparto y para ayudar a otros pueblos! Hay
que ver el odio que destilan las páginas del oligopólico Grupo de Periódicos de
América ante el precedente de una televisora que ya no podrá envenenar más a su
audiencia, como hacen ellos a diario. El lector puede imaginar la catadura del
augusto grupo con sólo saber que uno de sus decanos es El Mercurio de
Chile, orquestador del golpe de Estado fascista contra Salvador Allende. Qué
decir de la desmelenada campaña antivenezolana de la Cámara de la Industria de
la Radio y Televisión de México, siempre muda ante las injusticias de este
mundo.
Derrotados otra vez, ya lo veremos, ¿qué viene?, ¿el intento de magnicidio?
Mejor que lo piensen. Les puede costar muy caro.
aguerra_123@yahoo.com.mx