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Rubén Jaramillo: el muerto incómodo
Tanalís Padilla
Sgeral
Hace
45 años, el 23 de mayo, elementos del Ejército rodearon la casa de Rubén
Jaramillo en Tlaquiltenango, Morelos. Secuestraron al líder agrario, a su mujer
Epifania Zúñiga y a sus tres hijos Enrique, Filemón y Ricardo. Unas horas más
tarde sus cuerpos fueron hallados en Xochicalco.
Mientras que la represión en el campo no era nada nuevo, este operativo,
llevado a cabo en pleno día, contra una familia entera, para acribillar a un
líder campesino que tres años antes había sido amnistiado, causó un fuerte
impacto. Tanto así, que la historia de su muerte ha sido más recordada que el
movimiento que encabezó; una lucha que duró casi dos décadas y media y
representa un vínculo esencial entra la lucha agraria de la Revolución y las
movilizaciones campesinas que marcaron el siglo XX.
Su origen en la tierra de Zapata, su trayectoria que incluyó la defensa de
ejidatarios y pequeños productores, movilizaciones electorales, lucha
guerrillera y tomas de tierra, hacen del jaramillismo y de su líder un ejemplo
de las diversas modalidades de resistencia campesina. Veterano zapatista, pastor
metodista, partidario de Lázaro Cárdenas, dos veces candidato a gobernador de
Morelos, miembro del Partido Comunista y guerrillero, la figura de Jaramillo es
difícil de clasificar. Sin embargo, aparece una constante: la habilidad de
Jaramillo para dar expresión a la dignidad campesina por medio de distintas
corrientes ideológicas. Como tal, el líder agrario encarnó la diversidad de
procesos sociales que vive el campo.
La lucha jaramillista empieza en 1942, a raíz de una huelga en el ingenio
azucarero de Zacatepec donde obreros y campesino se unieron para exigir respeto
a sus derechos. Jaramillo, uno de los principales líderes de la huelga, fue
perseguido por los pistoleros del gerente. Decidió, junto con decenas de
campesinos, que era el momento de retomar las armas enterradas desde la
Revolución. Jaramillo da inicio así al primero de tres levantamientos armados,
acciones que revelan la vigencia del legado zapatista.
Aunque recurrir a las armas fue una medida de autodefensa, los jaramillistas
presentaron una visión programática. Enumerada en su Plan de Cerro Prieto, este
documento contextualiza las injusticias locales dentro de un marco que condenaba
tanto el capitalismo como el imperialismo. Este plan es el primer indicio de un
proceso de radicalización que se daría a través de sus años de lucha; una
radicalización que iba tomando forma cada vez que la represión se recrudecía.
Este primer levantamiento terminó en 1945 cuando el presidente Manuel Avila
Camacho concede una amnistía a Jaramillo. Los jaramillistas forman entonces el
Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM), que en 1946 postula a Jaramillo para
gobernador de Morelos. En su campaña, los jaramillistas reclaman un retorno a
las reformas cardenistas, sobre todo las que podrían hacer viable la vida
campesina. El PAOM logra grandes movilizaciones, pero con el fraude y una buena
dosis de represión, el partido oficial impone su candidato.
Para 1951 se abre nuevamente un espacio que permite a los jaramillistas
participar en la lucha electoral. Esta vez, la movilización del PAOM coincide
con una escisión dentro del PRI en la cual Miguel Henríquez Guzmán se lanza
contra el candidato oficial Adolfo Ruiz Cortines. Para una buena parte de la
población y especialmente en el campo, las elecciones de 1952 crearon la
esperanza de rescatar las reformas sociales que desde 1940 el gobierno venía
desmantelando. Jaramillo se lanza otra vez para gobernador y las movilizaciones
del PAOM crecen. Crece también la represión y el PRI se impone nuevamente.
Cerradas las posibilidades de restablecer el cardenismo, los jaramillistas
recurren una vez más a la tradición zapatista. Armados, y de nuevo en la
clandestinidad, proclaman otra versión del Plan de Cerro Prieto donde exponen
con mayor contundencia la traición que el PRI ha hecho de la Revolución.
Cercadas las vías democráticas desde arriba, Jaramillo recurre a la democracia
desde abajo. Durante los siete años que duraría esta clandestinidad, recorre el
campo morelense, orientando a los campesinos que lo albergan y lo protegen.
Insiste en que hagan valer sus derechos. "Hacer pueblo", lo llamaría más tarde
Lucio Cabañas.
Al llegar al poder en 1958, Adolfo López Mateos ofrece otra amnistía a Jaramillo
quien decide aprovechar el retorno a la vía legal para ampliar su lucha. Al
frente de 6 mil campesinos, presenta una solicitud para colonizar los llanos de
Michapa y Guarín. Su proyecto combinaba demandas típicamente agrarias con planes
de construir cooperativas para comercializar los productos que allí se
cultivarán. Aunque los jaramillistas reciben inicialmente la aprobación, el
Departamento Agrario pronto da marcha atrás, favoreciendo en su lugar un
proyecto empresarial. Ya empezadas las obras de los jaramillistas, el Ejército
los despoja, reproduciendo así una conocida dinámica: el gobierno insiste que
los jaramillistas se apeguen al proceso legal mientras responde con el uso de
fuerza ilegal.
Jaramillo considera volver a la clandestinidad, esta vez no sólo como medida de
autodefensa, sino para asentar las bases de un levantamiento popular. Es en este
momento, en 1962, que Jaramillo y su familia son asesinados, una temprana
manifestación de la guerra sucia que en los años 70 atentaría contra aldeas
enteras en Guerrero.
Si bien su asesinato se convertiría en un símbolo de la suerte que corren los
grupos que bajan la guardia y confían en la palabra del gobierno, Jaramillo deja
también como legado una fértil tradición de lucha. Su figura continuó
mostrándose tanto en los grupos clandestinos de los 70 como en las luchas
campesinas de los 80 y acompañaría a diversas movilizaciones del EZLN. Siguen
así apareciendo los muertos incómodos que el Estado nunca ha logrado
eliminar y que continúan manifestándose con una diversidad de métodos y
creatividad de acciones.
* Doctora en historia. Profesora de la Universidad de Dartmouth
Esta llorando la tierra,
herida por un cuchillo,
lo que le duele en el vientre,
la muerte de Jaramillo.
Iban muy bien disfrazados,
los malditos asesinos,
eran soldados de línea,
vestidos de campesinos.
Campesino zapatista,
obrero de la labranza,
ya está sonando el clarín,
pa´que tomes tu venganza.
Tres jinetes en el cielo,
cabalgan con mucho brío,
y esos tres jinetes son,
Che, Zapata y Jaramillo.