Latinoamérica
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Del púlpito a la televisión
Gerardo Fernández Casanova
"Que el fraude electoral jamás se olvide"
La aprobación por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal de la
despenalización de la interrupción del embarazo, además de su enorme
significación en materia de justicia para la mujer, ofrece otras interesantes
lecturas merecedoras de mayor análisis; me refiero concretamente a la capacidad
de convocatoria de la jerarquía eclesiástica católica en la capital de la
república. El Cardenal Arzobispo Rivera apostó todas sus canicas a que los
católicos capitalinos acudieran a su llamado a combatir la medida y,
prácticamente, se quedó solo; sus marchas y peregrinaciones, promovidas en todos
los templos y en todas las misas, no lograron reunir mas que a curas, monjas y
unas cuantas beatas y ratas de sacristía. Perdió. Amenazó con excomuniones y
perdió. Ahora que la reforma fue aprobada convoca a la desobediencia, nuevo
fracaso; cómo desobedecer una ley que no ordena nada; a ninguna mujer se le está
ordenando que aborte, sólo se le deja en libertad de hacerlo si así lo requiere
y su conciencia se lo permite. La ley tampoco ordena a los médicos para
practicar legrados, en tanto que particulares, pero sí obliga a las
instituciones públicas de salud a atender a las mujeres que requieran de
interrumpir su embarazo, precisamente por ser un problema de salud pública. Pero
el mayor fracaso de la jerarquía es su propio reconocimiento de la ineficacia
del infierno no sólo del descontinuado limbo- al grado de considerar que el
riesgo de la mundana y secular cárcel, pesa más que el terror al fuego eterno;
se hacen el harakiri al cambiar su muy rentable reclinatorio de confesionario,
por la inmunda barandilla de ministerio público. La lectura del caso me dice que
la jerarquía católica, no sólo perdió el pleito de la libertad femenina, sino
que perdió su capacidad de chantaje político y moral.
El que sigue incólume es su sustituto: el poder de las empresas televisivas.
Por alguna razón estratégica, el duopolio no entró al pleito; posiblemente
prefirió dejar que se hundiera su competidora en el negocio de la manipulación
de conciencias. De todos modos el tema no la era redituable, como sí lo es el
asunto del poder político. El caso es que, en su cobertura noticiosa sobre el
tema, sólo destacó las declaraciones de anatema contra el PRD y el gobierno de
la capital. Mató dos pájaros de un tiro: disminuyó a su competidor moral y
endilgó la demonización en exclusiva al PRD, dejando muy a salvo al PRI que
también votó a favor. También es posible que Azcárraga y Pliego hayan previsto
que, con la reforma, se les abre un nuevo nicho de negocio en la publicidad de
las clínicas particulares que ofrezcan la práctica de legrados de lujo;
definitivamente es un gran mercado. Cosas de la modernidad: telenoticiero mata
sermón; canal de TV mata púlpito.
Pero, dicho con toda honestidad, no me tranquiliza el resultado de este
análisis. El poder de la iglesia católica nunca penetró tanto como el de la
televisión; para el primero había que llevar a la gente al templo a escuchar una
perorata aburrida, en tanto que para el segundo, basta con apretar el botón de
encendido del aparato para escuchar el mensaje, siempre envuelto para diversión
y con caras bonitas. Incluso en el mensaje religioso por TV, los católicos
resultan acartonados a comparación con los oradores de las iglesias
alternativas, no por ello menos falsos. El poder de la iglesia lo eliminó
Juárez, pero no se vislumbra al héroe que lo haga con el de la TV.
Estamos al pendiente de lo que la Suprema Corte decida respecto del alegato de
inconstitucionalidad de la ley televisa, pero no abrigo mayores esperanzas.
Amerita aquí hacer referencia al caso venezolano, en el que la televisión ha
jugado el papel más perverso imaginable, convertida en partido político de total
y absoluta oposición al régimen revolucionario. El presidente Chávez, con toda
la legitimidad y el poder que le otorga la secuela de sus triunfos electorales
democráticos, ha sido extremadamente respetuoso de las concesiones a las
televisoras; ahora que se vence el periodo de vigencia de la concesión de una de
las más agresivas, simplemente dispone su no renovación, en pleno respeto al
estado de derecho y, no obstante, ha concitado la más virulenta campaña
internacional en su contra. Es tal el poder que se arrogan estos mercaderes de
la conciencia pública, que pretenden una expropiación a la inversa: quitarle a
los venezolanos, al pueblo de Venezuela, el dominio sobre su espacio
radioeléctrico, tal como aquí lo hicieron con la ley televisa. Se enarbola la
bandera de la libertad de expresión, como si todo mundo tuviera la capacidad de
tener su propio canal para expresarse.
Pero Venezuela ha demostrado que el poder de los medios electrónicos, siendo
enorme, no es absoluto. La Revolución Bolivariana que encabeza Hugo Chávez
avanza a pasos agigantados, no obstante el lastre que significa la oposición
mediática. Aquí también se comprobó su limitación; Andrés Manuel ganó la
elección, con todo y el combate televisivo, al grado que tuvieron que acudir al
perverso expediente del fraude electoral y a la aplanadora desinformativa.
Concluyo diciendo que el diablo ya no funciona; que lo remplazó el baile por un
sueño, pero que ni uno ni otro son suficientes para detener la fuerza de un
pueblo agraviado secularmente. Lo único que se requiere es que quienes convocan
al pueblo agraviado se convenzan de dos cosas: la primera, que jamás los
intereses de las empresas televisivas van a coincidir con los del pueblo, y la
segunda, que no hay que tenerles miedo, su oposición no vence.