Latinoamérica
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En Chile hace falta un partido socialista
Editorial de Punto Final
Ante esta frase, más de alguien dirá que es absurda, porque el Partido
Socialista ya no existe: que desapareció arrastrado por la "renovación" que
sufrió al término de la dictadura. Pero el Partido Socialista existe, aunque es
como si no existiera. Y eso, seguramente, es peor.
El Partido Socialista no se ha disuelto ni desapareció luchando heroicamente
contra el terrorismo de Estado de militares y empresarios. El PS sobrevivió y
existe. Está inscrito en el Servicio Electoral, tiene sedes sociales, cientos de
altos funcionarios, alcaldes y concejales, miles de millones de pesos que
administra un grupo de expertos en inversiones y finanzas. Tiene parlamentarios
y una votación significativa. Está presente, gobierna y actúa, pero no está
donde debería estar: en la lucha social, en la búsqueda de la justicia, en una
política que conduzca al socialismo, que significa (por si se ha olvidado)
terminar con el capitalismo para construir una sociedad superior equitativa,
justa, sin explotación.
El pesimismo domina al PS. No hay ilusiones. El partido padece la contradicción
vital de ser y no ser. Se dice socialista y aplica políticas neoliberales. Pero
como tiene conciencia debe tranquilizarla, y por ello afirma que en Chile no
manda el neoliberalismo. Es lógico que lo diga. Si lo reconociera sería
inexplicable que lo apoyara como en los hechos lo apoya.
¿Se puede ser socialista y neoliberal? Todavía algunos dirigentes levantan el
puño cuando cantan la Marsellesa socialista que llama a luchar "contra el pulpo
del imperialismo que a los pueblos desea aplastar". En sus actos enarbolan la
bandera roja con el hacha indígena que se recorta sobre el mapa de América
Latina. Son exterioridades entrañables, en las cuales poco o nada creen los
conductores del PS. El Partido Socialista se enorgullece de la obra del ex
presidente Ricardo Lagos, socialista al cincuenta por ciento ya que el otro
cincuenta lo destina a los sahumerios doctrinarios del PPD, el más liberal-manchesteriano
de los partidos chilenos. La "obra" de Lagos no tocó la monstruosa concentración
económica que existe en Chile y dio luz verde a las transnacionales del cobre
para que siguieran acumulando riquezas y depredando el patrimonio minero, firmó
el TLC con Estados Unidos -que aumenta nuestra dependencia- y mantuvo el penoso
récord, casi mundial, de desigualdad entre pobres y ricos. ¿De qué otra manera
podría explicarse que la actual presidenta "socialista", Michelle Bachelet,
entregue el manejo de la economía a tecnócratas que piensan como la derecha y
aplican políticas que benefician sólo a los grandes empresarios?
Todo esto pudiera ser un ejemplo pintoresco de la ambigüedad nacional, que
aborrece la franqueza y prefiere el disimulo y la pillería. Tan pintoresco como
la presencia de dirigentes y altos funcionarios "socialistas" en actividades de
los empresarios que los han asimilado como socios de sus negocios.
Las cuatro quintas partes de la población de Chile vive en condiciones
precarias. Terribles, en muchos casos. Con jornadas de trabajo interminables, en
la inseguridad, el consumismo y las deudas, víctimas permanentes de la
explotación. Las organizaciones sindicales son débiles y muchas de ellas
conciliadoras y colaboracionistas con el sistema. Las fuerzas de Izquierda,
diezmadas y arrinconadas, convocan a sectores minoritarios. La democracia en
Chile no avanza como debiera. La impunidad protege a muchos criminales, la
corrupción se extiende a partidos, parlamentarios y funcionarios. Los poderes
fácticos -que verdaderamente mandan desde los directorios de bancos y gerencias
de las transnacionales, desde los cuarteles y catedrales de la falsa moral-
siguen campantes pisoteando la dignidad del pueblo.
Las consecuencias del modelo las sufre la mayoría de la población. Sin duda,
quisieran otra cosa. Muchos no saben bien qué. Pero prácticamente todos esperan
una orientación, capacidad organizativa, una ética a toda prueba y consecuencia
con los principios.
Las fuerzas del cambio son todavía débiles. Mientras en el continente se
levantan enormes movilizaciones que aspiran al socialismo, en Chile parece
triunfar la inmovilidad social. Sin embargo, hay reservas y fuerzas dormidas que
pueden despertar. Y allí hace falta un verdadero Partido Socialista para
provocar el vuelco político. Un PS de verdad sumaría fuerzas para la Izquierda y
podría reconciliarse con su tradición latinoamericanista, con la memoria de
Salvador Allende.
Pero la realidad es demasiado brutal y ahoga toda esperanza de que el actual PS
experimente un cambio como el que esbozamos. Sin embargo, hay un hecho objetivo
que se debe reconocer: en Chile hace falta un partido con un programa
socialista.
Ese partido nacerá desde las entrañas del pueblo, como una corriente de opinión
de miles de chilenos; se convertirá luego en un movimiento articulador de
organizaciones sociales, políticas y culturales; y finalmente, se constituirá en
el necesario Partido Socialista. Como su nombre lo indica, tendrá como misión
construir un modelo de socialismo para Chile, en íntima unión con los pueblos
hermanos de América Latina y el Caribe que siguen ese camino de liberación
PF
(Editorial de Punto Final Nº 635, 23 de marzo, 2007)