Latinoamérica
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Cuidemonos el simplismo electoral
Narciso Isa Conde
Aquí en República Dominicana no existe ni el coronel ni el general que se haya
atrevido a desafiar con hechos el sistema corrompido, la seudo-democracia
vigente, la partidocracia perversa y el neoliberalismo empobrecedor y
desnacionalizador.
Aquí no ha surgido un Chávez como el que se insurreccionó en Venezuela en 1992
para desatar el proceso de formación de un nuevo liderazgo nacional-popular y
debilitar el poder excluyente del orden político establecido.
Claro, que no haya surgido en tiempos recientes, no quiere decir que no pueda
surgir. Ya tuvimos un Fernández Domínguez y un Francisco Caamaño hace 42 años.
Aquí tampoco se ha desarrollado un movimiento político-social como el de
Bolivia, con un liderazgo real antes de convertirse en fuerza electoral
competitiva.
A Evo Morales y a otros líderes de los pueblos originarios, como a dirigentes
del calibre de Álvaro García Linera y Antonio Peredo (hermano de Inti y Coco,
los compañeros del Che), eso le costó grandes esfuerzos e intensas
confrontaciones sociales y políticas, incluido el derribamiento de presidentes y
gobiernos.
Aquí tampoco se ha producido recientemente algo parecido a la cadena de
conmociones político-sociales que han tenido lugar en el Ecuador y a las
sucesivas caídas de gobiernos a través de formidables acciones masivas
extra-institucionales.
Luego de la traición de Lucio Gutiérrez, Rafael Correa se destacó por su
firmeza, capacidad, combatividad y talento, antes de ser candidato presidencial.
Ganó confianza y autoridad para posibilitar la avalancha electoral victoriosa
A Humala lo proyectó su rebeldía militar y se apoyó entonces en el nuevo auge de
los movimientos sociales del Perú.
Y no hablo en detalle de Brasil, México y Uruguay porque estos son procesos de
acumulación electoral y político- social de larga data, en situaciones de las
cuales estamos más lejos aun, con camisas institucionales menos vulnerables a
los cambios y con izquierdas sensiblemente derechizadas (como pasa con el PT, el
PRD y el Frente Amplio).
Lo de Nicaragua es también de larga data y desde una acumulación histórica no
totalmente revertida.
Las candidaturas de izquierda o progresistas de por sí, las campañas electorales
de por sí, no hacen liderazgo populares alternativos.
Sin recomposición de las redes sociales y políticas, sin luchas que forjen
liderazgos confiables y fuerzas referenciales creíbles, es extremadamente
difícil cambiar la correlación de fuerza electoral. Más en situaciones de
sistemas electorales cerrado, excluyentes, oligopólicos, como el que rige en
este país.
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La correlación de fuerzas políticas debe ser modificada con hechos catalizadores
y pruebas convincentes. Además las estructuras dominantes deben ser previamente
debilitadas, erosionando su legitimidad y quitándole capacidad reactiva.
Los cambios de gobiernos capaces de iniciar procesos hacia la revolución, aun
comiencen o avancen por vías electorales, no son situaciones permitidas por el
orden dominante, sino que tienen que imponerse a través de una acumulación
integral de fuerzas, no de simples movimientos electorales; mucho menos desde
una izquierda partidista famélica y movimientos sociales enclenques y
desorientados.
Debemos cuidarnos de una interpretación superficial de lo que está aconteciendo
en América del Sur. Las victorias de esas fuerzas no se han dado en frío, ni han
sido el resultado de una simple sumatoria de partidos de izquierda con bajísima
inserción en el pueblo, ni han sido el producto de acuerdos limitados a ellos.
En no pocos casos los avances se han dado a contrapelo de esa visión estrecha y
conservadora.
Pero además, porque por allá hayan ganado o avanzado, no vamos a ganar o avanzar
aquí. Eso ayuda, estimula, pero no se cambia nuestro cuadro deprimido si no lo
cambiamos nosotros (as).
La clave está en reconocer nuestro enorme déficit y disponernos a descubrir y
multiplicar las potencialidades fuera de nuestras propias filas. Estamos incluso
peor que hace algunos años, aunque la crisis del sistema sea mayor, el deseo de
cambiarlo haya crecido y los sectores en disposición de hacerlo sean mucho más.
Para cambiar esta compleja y contradictoria situación se necesitan hechos
audaces y unidad en grande, no simplemente pre-candidaturas grupales, propuestas
de primarias para competir en espacios sumamente empequeñecidos.
Esto requiere estar abiertos a la creación de nuevos liderazgos y a actuar para
crearlo. Necesita superar la visión corporativa y estrecha. Exige también no
copiar, y más aun, no copiar mal, malinterpretando los procesos exitosos.
Recordemos lo que pasó cuando el sacerdote Arístides ganó en Haití y ciertos
grupos se inventaron al Padre Toño.
Los Chávez, los Correa, los Evo de aquí, no se pueden decretar ni inventar,
mucho menos mal copiar. La ola es válida y expansiva. Las experiencias
valiosísimas. Pero aquí, quien o quienes se propongan ese rol, deberá
conquistarlo a base de pensamiento y acción, y de persistente creación de nuevos
espacios de poder y fuerzas de referencia y sustentación. Y eso, además de
necesario es posible, aunque ciertamente nada fácil.
Porque una cosa es la izquierda partidista, que ojala decida autotransformarse y
revolucionarse, y otra la amplísima izquierda real en general, la cual necesita,
quiere y presiona por nuevos causes organizativos y movimientista.
Cuidémonos tanto del simplismo y la superficialidad, como del electoralismo
unilateral e infecundo. Cuidémonos de hacer discurso de unidad para dividirnos,
para competir sin sentido, para candidatearnos a cómo de lugar.¡Cuidémonos del
ridículo electoral!
Ahora todo debe ser bien pensado