Latinoamérica
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Desprivatizar para socializar
Narciso Isa Conde
Ojala los gobiernos latinoamericanos-caribeños que anuncian desprivatizar, que
se proponen el tránsito al socialismo o que dicen construirlo, no se queden a
medias ni se desvíen, no se limiten al estatismo infecundo y enajenante. Ojala
la propia Cuba, que cuenta con un gran sector de economía de Estado, se decida a
socializar de verdad el patrimonio público
Si la situación del patrimonio público de las sociedades
latinoamericanas-caribeñas era mala antes de la privatización de una gran parte
del mismo, después de ejecutado ese proceso, acompañado de las demás la medidas
de corte neoliberal, ha empeorado a niveles dramáticos.
Por eso la desprivatización de lo privatizado en las áreas estratégicas y en
vertientes de gran relevancia social, ha recobrado actualidad, registrándose
hechos y propósitos como los que recientemente se han producido y planteado en
Venezuela, Bolivia y Ecuador.
El patrimonio público históricamente ha sido asumido por el Estado-nación en
forma de empresas y entidades estatales: manufactureras, mineras, energéticas,
de agua potable, de servicios de salud y educación, agro-industrias, bancos y
entidades financieras, terrenos rurales y urbanos, bosques, reservas de
biodiversidad, áreas marítimas, seguridad social, obras de infraestructura
(puertos, aeropuertos, caminos, carreteras, autopistas, presas, canales de
riesgo, acueductos, calles, alcantarillados, sistema de saneamiento de aguas),
playas, plantaciones agrícolas, edificios público, órganos de decisiones
políticas y económicas de Estado.
Los procesos de privatización dentro de las estrategias y modelos neoliberales
le han arrebatado el Estado ese patrimonio, esas riquezas, traspasándoselas a
las oligarquías capitalistas y en mayor medida al gran capital transnacional.
Parte de ese patrimonio, por lo demás, tiene una relación directa con la
seguridad nacional y la soberanía de las naciones, por lo que su conversión en
propiedad extranjera implica concesión de soberanía y seguridad, mayor
dependencia y recolonización.
La desprivatización, especialmente de las áreas estratégicas, de las vertientes
claves para el desarrollo integral, de las áreas sociales fundamentales, del
poder de decisión en políticas de Estado, implica creación de mejores
condiciones para la recuperación de la soberanía, la autodeterminación, las
políticas sociales y la seguridad, usurpadas por las oligarquías y los centros
imperialistas.
Sin embargo, desprivatizar ahora lo privatizado y nacionalizar y/o estatizar
otros sectores claves, sería solo una premisa, no una meta superadora de las
experiencias vividas y fallidas, tanto de los regímenes capitalistas
predominantemente privados como de los que han combinado éste con el estatismo.
Igual respecto al mal llamado y colapsado socialismo real.
Desprivatizar para volver al estatismo sin control y sin participación social y
ciudadana, sin gestión democrática, sin propiedad social, equivale a reeditar lo
también fracasado en todos esos contextos.
Desprivatizar para hacer al patrimonio nacional presa de la corrupción
burocrática, del clientelismo, de la depredación y la ineficiencia, es otra
forma de atentar contra él y facilitar su dilapidación. Precisamente eso fue lo
que le dio pie y auge al discurso privatizador.
Asociados al gran empresariado
Porque si bien esa modalidad de propiedad y gestión pública puede permitir que
un porcentaje del excedente se distribuya desde los gobiernos hacia la sociedad
y nutra los planes sociales del Estado, ella le da el poder de decisión a la
burocracia y partidocracia, asociada siempre al gran empresariado, quienes se
chupan, vía corrupción, gran parte de esos recursos. Y esto, además, provoca a
la larga la quiebra y la desvalorización de ese patrimonio.
Esta demostrado que la propiedad estatal no es de por sí propiedad social, mucho
menos sinónimo de socialismo.
El patrimonio público si no se convierte en propiedad social, vía formas
asociativas o modalidades de propiedad colectivas, vía participación de los(as)
trabajadores en su gestión y administración (autogestión y cogestión con el
Estado), vía el control de la sociedad y de los conglomerado sociales sobre el
uso de sus excedentes, sobre sus estados de cuenta y su administración, termina
siendo una modalidad de usurpación de los intereses colectivos, de apropiación
minoritaria-burocrática de sus beneficios, de enajenación y alineación.
Esto se demostró tanto en el llamado socialismo real, como en los países
capitalistas con un fuerte componente de propiedad de Estado. Y sigue
demostrándose.
La autogestión de los productores, de los trabajadores y trabajadoras, la
cogestión con participación y poder de decisión de ellos(as); la designación de
administradores por concurso, los sistemas de contabilidad abierta, la
participación de las comunidades laborales en las decisiones, la presencia de
representantes de la sociedad en los órganos de gestión y administración, no
solo implica democratización en el alto grado, sino socialización real; la cual
debe verse como un proceso dentro de la transición del capitalismo al socialismo
pleno, con ritmos y prioridades distintas por países, con dimensiones variadas y
pasos escalonados, según las características de las economías, las
circunstancias políticas y la composición social.
No quedarse a medias
Ojala los gobiernos latinoamericanos-caribeños que anuncian desprivatizar, que
se proponen el tránsito al socialismo o que dicen construirlo, no se queden a
medias ni se desvíen, no se limiten al estatismo infecundo y enajenante.
Ojala la propia Cuba, que cuenta con un gran sector de economía de Estado, se
decida a socializar de verdad el patrimonio público.
Entonces si estaríamos hablando del camino al nuevo socialismo, del socialismo
que exige el siglo XXI, después de todas las experiencias acumuladas.